Por M. Fernanda Villarroel Tito
Nuestro mundo muerto (2016), de Liliana Colanzi (Santa Cruz, 1981), es una colección de cuentos que parte de una problemática global para tejer una narrativa apocalíptica moderna para presenta una triple crisis coexistente: sujeto, ecológica y social. El libro cuenta con ocho relatos donde las crisis visibles y palpables se presentan en diferentes formas.
En “El Ojo”, presenciamos el conflicto inquietante y panóptico entre madre e hija; en “Alfredito” se integra la soledad infantil ante la compresión de las supersticiones. “La ola” presenta como un fenómeno transformador que afecta al individuo, mientras que en “Meteorito” revela los destellos luminosos en medio de la violencia. El cuento “Caníbal” revela el desconocimiento ante la amenaza exterior. El “Chaco” narra una historia fantástica de la voz de un indio muerto que se instala en la cabeza de un asesino. El cuento “Nuestro mundo muerto” problematiza la acción que se ubica en Marte con los recuerdos de la Tierra. Finalmente, “Cuento con pájaro” es un relato polifónico enfocado en la perdida de la oralidad en el Chaco.
Los cuentos presentan la crisis del sujeto que se desarrollan en una sociedad globalizada que margina, presiona, acecha y violenta a los personajes. Cada individuo es un engranaje de una maquinal sociedad “productiva”, la cual no sabe a dónde va y tampoco entiende que en el camino destruye su propio mundo. A pesar del sentimiento de angustia, el miedo y la inquietud que los invade, perciben la devastación de su entorno personal y social, causada por la modernidad, como algo cotidiano. La interacción con otros sujetos no los saca de su soledad, pues los otros son también seres marginados e incomprendidos, cada vez más individualizados.
La crisis ecológica es el resultado del actuar de una sociedad automatizada en busca de un “progreso” sin significado. Los cambios y la destrucción que está sufriendo el planeta, a nombre de este progreso, pasan desapercibidos, ya que cada personaje solo logra enfocarse en su problemática intimista. Ante ello, la presencia del cambio climático, la contaminación y destrucción de tierras por las fábricas y radiación, el descongelamiento del Illimani, la Tierra contaminada de radiación, los animales calcinados ante el calentamiento, son algunos presagios lúgubres de la llega de lo apocalíptico que esto personajes, encerrado en urnas funerarias, son incapaces de percibir.
Este problema ecológico va de la mano con una crisis de la sociedad, la falta de ética. Los personajes de Colanzi, al estar rodeados por un entorno dirigido por un ideal moderno (es decir una “razón instrumental”), son invadidos por una sensación de sinsentido y una crisis ética que desemboca en lo que podríamos denominar una “falta de empatía”. Esta carencia implica individualismo, llegando a un nivel de egocentrismo y estos a su vez: ambición, impiedad y destrucción. La autora retrata así con trazos breves pero certeros, una sociedad dividida, atomizada, donde cada individuo parece condenado a orbitar en su propia órbita, sin posibilidad de establecer vínculos profundos con sus congéneres. Una sociedad dividida más que nunca.
De esta forma, la autora retrata como la globalización impacta en Latinoamérica, creando una ecocrítica utilizando lo fantástico y lo apocalíptico como herramientas. Una narrativa de la que sus personajes no encuentran escapatoria, instalados en un ambiente con un tono intranquilizador y pesimista, en una sociedad separada que tiende a la autodestrucción. Y ello se debe a que las perspectivas normalizadoras, esas perspectivas provenientes de la experiencia del sujeto moderno, observan la catástrofe como un espejo que refleja sus propias crisis internas, crisis que siempre han estado latentes en su espíritu y ante las cuales nunca han logrado intervenir, crisis que han reprimido en las cavernas de su subconsciente.
Fuente: Puño y Letra