Por Cecilia Romero M.
(Texto leído en la presentación de “La niña de mil nombres” de Galia Yaksic, en el marco de la FIL Cbba. 2023)
Una madre habita, una madre vuelve desde su lejanía y abre su útero nuevamente, ahí en ese momento que la memoria trae. Ella es, en palabras de Galia Yaksic, la “Chisla/Viquius/ Petiza/Viquiciña y Cachina. Ella es la que un día partió en un Jeep destartalado, inaugurando la soledad de una hija que todavía busca en esa maleta que ayudó a hacer, las razones de una partida que es como una premonición, acaso el vislumbre de las ausencias que tomarán miles de nombres para señalar a la madre-ausente-siempre presente.
En este libro titulado: La niña de mil nombres de Yaksic, asistimos a un encuentro privado, íntimo, fulgurante y descarnado. Somos testigos de una trenza que anuda a una hija con su madre, una que navega ríos y sospechamos ha leído el libro de los muertos, una que tiene las alas de una paloma o de una mariposa. Leve y grave, como son algunas madres.
Yaksic, médium de la palabra, nos abre también un crisol o el lente por el cual se despliega el mapa o la cartografía de un territorio vasto. Ejerce eso que Georges Bataille denomina como el verdadero acto transgresor que es el de revelar la verdadera intimidad, dominando al sujeto sólido e instándolo al salto donde se abre a través de sus heridas y se presenta sin oropeles o máscaras. Así nos viste con el ropaje de las palabras, unas que en el caso de Yaksic son como hilos para caminar por un laberinto habitado por las cosas que le son vitales: un cielo encapotado de estrellas, una luna, un eucalipto que mira desde su altura y una mujer que la integra en su ramaje de sombras y también en la luminosidad de su partida.
En la potencia genésica de este viaje, atestiguamos una inmensa y profunda vitalidad lírica, una forma de escribir la vida misma, una forma de saber que hay preguntas que no tienen respuesta y quizá es mejor así. Yaksic se configura, así como una poeta de emocionante profundidad, una tejedora de palabras que se trenzan ante nuestros ojos y también como una escritora que, bajo una potente capacidad escritural, es la testigo de un océano de la memoria.
En esta entrega denominada La niña de mil nombres podemos hacer tangible aquello que afirma Guillermo Cabrera Infante: “La poesía nace de todo aquello que se nos torna único e irrepetible”. Tan único como el útero que nos lanza al mundo, tan único como la madre que nos habita.
Fuente: Ecdótica