Por Juan Carlos Ramiro Quiroga
(Prólogo de la selección de poemas de Primo Castrillo, dirigido por el poeta e investigador Juan Carlos Ramiro Quiroga)
Este texto es un “anticipo necesario” de un libro que recoge a cabalidad lo publicado por el bardo de Luribay en Presencia Literaria.
El boliviano Primo Castrillo (1896-1984) publicó toda su producción poética, pictórica y ensayística en la ciudad de Nueva York, algunos libros de poesías en Puerto Rico y varias reediciones en España.
Entre 1967-1983, Castrillo cursó a la ciudad de La Paz desde la vertiginosa isla de acero, humo y cemento estadounidense, una considerable selección de su poesía para que fuera publicada dominicalmente en el suplemento literario que dirigía monseñor Juan Quirós.
Durante casi dos décadas, entre fines de los años 60 hasta principios de los 80, la poesía de Castrillo acaso fue la más mimada y valorada no solo por quien dirigía este suplemento periodístico en La Paz, sino también por un grupo de escritores y poetas conocidos bajo el nombre de “Prisma”.
El primer poemario del bardo boliviano fue recibido con alborozo y azoro por los principales reseñadores y lectores de libros en Nueva York al punto de apreciarlo como si fuera un poeta típico y genuinamente estadounidense.
Mientras tanto el autor de Valle y mundo (Nueva York, 1947) no se había quedado quieto ni en silencio en su casa del “pueblito de Port Chester”, a la que se llegaba y salía solo por tren, sino que había hecho circular su libro ante los intelectuales más acreditados que vivieran o estuvieran de paso en NY, y también en Argentina, Bolivia, España y México, por medio de cartas amigables que funcionaron como un lobby literario.
Sea como fuere, este modus operandi de Castrillo funcionó a la maravilla y a la perfección. Y ahí tenemos a su primer lector, Arturo Torres-Rioseco, profesor de Literatura Latinoamericana de la Universidad de California, crítico, poeta y escritor él mismo, quien en una carta personal al bardo paceño le dice algo tan lúcido y estremecedor sobre su primer libro:
“Es usted un poeta de veras, posee la fuerza del símbolo y de la síntesis. Su actitud objetiva frente a temas de sentimiento le da un tono modernísimo a todo lo que escribe. Su inspiración indígena me parece de lo más auténtico que he leído; sus poemas de Nueva York son vigorosos de realidad, intensos de humanidad. No desperdicia Ud. nada en detalles sentimentales en los temas más íntimos. Me ha dado un hondo placer estético y le auguro un futuro cierto en la poesía”.
Luego le escribe elogiosamente Dudley Fitts, crítico literario de New York Times y profesor en Phillips Academy, Adover, Massachussetts. Se suma al deslumbramiento poético Julio Jiménez Rueda, crítico literario de mucha autoridad por entonces en México. También interviene Enrique Finot, el meritísimo historiador de literatura boliviana, quien estima su primer libro de poesía. Se agrega Ángel Flores, el traductor al inglés de García Lorca y Neruda, miembro de la casa editora New Directions y profesor de la Universidad de Nueva York. Asimismo, el gran argentino Arturo Capdevila; el inconfundible Alfonso Reyes, de México; Stephan Spender, profesor de Sarah Lawrence College, Brownsville; el poeta y crítico H. R. Hays, antologista de poesía hispanoamericana.
Hasta la emergencia de Humberto Palza S., el escritor paceño, su primer biógrafo y acaso el segundo lector nacional más importante de su poesía, quien publica “Tierra adentro, mar afuera. Un boliviano en el mundo o la vocación poética de Primo Castrillo” (La Paz, 1949), el trabajo más serio y valorativo de esta figura poética que se erigió a miles de kilómetros del país. Bastó que se encendiera esta antorcha en medio de la oscuridad, que dio un “fogonazo” a la poesía de Castrillo en la lontananza, para que se prendieran las alarmas y la atención de los periódicos bolivianos de entonces como la Nación, Última Hora, El Diario y, posteriormente, Presencia. Pero esto no colmó para resaltar a este boliviano que creaba una poesía tan peculiar fuera del país.
Mientras la indiferencia volvía a enmudecer durante dos lustros a esa musa altiplánica, salió un grandísimo trabajo, totalmente en inglés, sobre el bardo paceño denominado “Primo Castrillo, a Poet of the Andes”, escrito por Phyllis Rodríguez-Peralta en la revista Hispania, Vol. 49, No. 3 (Sep., 1966), pp. 381-388. Una publicación que aún permanece en línea hasta la actualidad en la plataforma Internet, de American Association of Teachers of Spanish and Portuguese.
Como Presencia Literaria no había dejado que se enfriara el entusiasmo por la figura poética boliviana en Nueva York, con la difusión dominicalmente continua de poemas de Castrillo, se publicó in extenso, el domingo 9 de abril de 1967, este artículo de Hispania que fue traducido al español por José Luis Roca. Con una gran diferencia, porque el texto fue acompañado de fotografías familiares e inéditas del bardo paceño.
En todo este transcurso de tiempo, hay momentos épicos que quiero destacar aquí como el logrado por el cineasta y escritor Alfonso Gumucio Dagron: uno inicial fue en 1970 cuando se aprovechó el retorno del bardo de Luribay a La Paz, después de mucho tiempo. “Primo Castrillo. Poesía es experiencia” (Cuadernos de Poesía, Ministerio de Educación, La Paz, 1970) exhibió la entrevista lograda por Gumucio Dagron.
Otro fue un documental, de aproximadamente 35 minutos, sobre el poeta boliviano Primo Castrillo, acaso filmado a principios de 1980, que lo muestra al final de su vida, con 84 años de edad, aun pintando, y escribiendo, en su casa en Greenwich, Connecticut, acompañado por su segunda esposa Alma. “Primo Castrillo, poeta” fue subido a la plataforma de YouTube por Gumucio Dagron, el 30 de noviembre de 2011.
Un tercer momento épico, en medio de estos sucesos poéticos tan intensos, lo constituye “Poesía” de Primo Castrillo, que fue publicado en INTI (No 3, Artículo 7, abril 1976), la Revista de literatura hispánica. Un texto que no he podido leer.
Un cuarto momento épico lo constituye esa característica suya, tan típicamente boliviana, que fue pasada de larga o inadvertida por los lectores de sus poesías. Castrillo jamás tradujo sus poemas al idioma del poeta que más admiró en su exilio buscado: Walt Whitman. Un idioma que dominó y habló hasta su muerte, con sus dos esposas y sus hijos de sangre anglosajones. Que yo sepa todos sus libros solamente bruñeron en la lengua de los conquistadores españoles. Esto es tan sentidamente contradictorio a ese desprecio proverbial que sentía por la retórica del Siglo de Oro español. Esto merece estudio aparte.
Ahora, una bruma helada ha vuelto a cubrir, lenta e inevitablemente, el enorme rascacielos poético que representa este bardo boliviano, quien aún permanece tan distante, tan silencioso, tan olvidado, en ese páramo polar llamado Nueva York City. Yo he tratado de romper ese hielo con este texto.
Fuente: elduendeoruro.com/