Entrevista a Viviana Gonzales, poeta y dramaturga boliviano-mexicana, quien acaba de ser reconocida en la categoría a Mejor Libro de poesía en los premios internacionales Latino Book Awards de Estados Unidos. El 21 de octubre será la ceremonia de premiación de un certamen en el que se han inscrito nombres tan importantes como el de Pablo Neruda y Mario Vargas Llosa. A continuación, Gonzales responde a Puño y Letra cinco preguntas para acercarnos más a su proceso creativo.
– La pregunta inevitable. Qué se siente haber ganado un premio tan importante. Es decir, hay nombres con este reconocimiento que van desde Neruda a Junot Díaz.
Uno se siente feliz cuando reconocen tu trabajo; sobre todo cuando ves los nombres de tus libros que son como “seres aparte”, como hijos que son tuyos pero, de alguna forma, tienen una existencia propia.
Cuando leí los nombres de mis dos libros me emocioné mucho, pero no lloré. Recuerdo que el día que gané en Bolivia el Premio Nacional de Literatura (que otorga el Gobierno Municipal de Santa Cruz) en la categoría de Poesía lloré de alegría. Ese fue mi primer poemario y fue algo increíble para mí ganar un premio.
Hay una frase que dice “nadie es profeta en su propia tierra”, pero en mi caso ocurrió algo muy lindo; mi primer premio me lo dio mi país.
A ese premio le debo mucho y le estoy muy agradecida; después de eso mucha gente volteó a verme; en México comenzaron a invitarme a ponencias, a lecturas; mis poemas aparecieron en antologías, etc.
Hay gente en mi país que me ha apoyado mucho, Homero Carvalho es muy generoso con su tiempo, por ejemplo. Amigos en Bolivia que me han leído, que han tomado talleres conmigo, gente que ha ido a mis presentaciones. Esos también son premios. El tiempo que la gente te dedica para leerte.
Los premios no deberían ser lo más importante para un poeta porque lo fundamental es el ejercicio de la poesía; el poder contemplar las imágenes poéticas, sin embargo, los premios ayudan a que la gente sepa que existes.
– Tus raíces son méxico bolivianas. Qué de común y qué de particular has bebido de sus tradiciones literarias, y, particularmente, poéticas.
A Bolivia yo le debo mucho, podría decir que le debo todo (incluso mucha gente me dice que no es bueno ser “nacionalista”–no sé si lo soy–), Bolivia después de vivir casi veinte años fuera de mi país, se ha convertido en la imagen que guardo y atesoro en mi memoria. Siempre veo a Bolivia como la casa de Miraflores donde me crié, con margaritas blancas, las calles que caminaba en Sopocachi cuando estudiaba música en el Conservatorio. Los días de mi juventud, la vez que me enamoré, el descubrimiento de mis libros favoritos, los jugos de naranja que tomaba en el Prado cuando caminaba la ciudad. Bolivia es mi juventud y mis ideas de querer cambiar el mundo.
Yo me hice lectora leyendo a Antonio Paredes Candia, dos leyendas concretamente, Pansayta Khopuay y Bernita de Chorquercamiri. Los libros de don Antonio han viajado conmigo y son historias que, siempre que puedo, las vuelvo a leer.
Una amiga muy querida en México, Susana Bautista (poeta mazahua) con la que estudié un Diplomado en Literatura en Lenguas Indígenas de México dice, en el prólogo de mi próximo libro que saldrá publicado este año, que mi poesía se alimenta mucho de las tradiciones indígenas de México y Bolivia. Y sí, de alguna forma así es. No soy indígena y pecaría de representar a los pueblos originarios, sin embargo, yo leo poesía hecha en lenguas indígenas de Bolivia y México. He leído poesía escrita en náhuatl, totonaco, maya, mixteco, etc. porque creo en la riqueza de nuestros pueblos. Creo en la sabiduría de los pueblos originarios del mundo.
– Háblanos acerca de tu poemario ganador: “Hay un árbol de piedra en mi memoria”. Cuál o cuáles consideras que son las piedras o claves poéticas fundamentales de este libro, y cuáles han sido sus raíces y su proceso creativo.
Ese libro nació en un viaje que hicimos Juan, mi esposo, Imanol, mi hijo y yo al Salar de Uyuni, quedé tan impresionada que todas las tardes mientras estaba en La Paz visitando a mi familia iba a cafés a escribir (también a comer cuñapes) y poco a poco me di cuenta que se estaba creando un poemario.
Además, dentro de ese poemario hay cinco cantos que se titulan “Cinco cantos nahuals” y esa fue una tarea para un Diplomado de Escritura Creativa que realicé. La tarea consistía en escribir –en cualquier género-– lo que veíamos de unos códices mexicas. Yo había tomado ese diplomado para escribir cuentos. Yo quería ser narradora, quería ser cuentista, pero mis cuentos eran pésimos porque nunca sucedía nada y porque no sabía qué hacer con ese género. Esa tarea fue muy importante porque fluyó, casi naturalmente. Pude, entonces, contar lo que veía en ese códice desde la poesía y así relaté el camino de la vida hacia la muerte que, para los antiguos mexicas, es el camino hacia el Mictlán, con eso quise también hacer un homenaje al gran poeta Nezahualcoyotl.
Así que mucho de lo que se escribió en ese poemario comenzó en La Paz y se concluyó en Ciudad de México. Mis dos grandes referentes.
De alguna forma en ese poemario están presentes mis abuelos, mi familia, mi niñez, nuestra vida en la casa de Miraflores, una casa que no existe más, pero que queda en mi memoria. También están mi esposo y mi hijo porque para mí la maternidad ha sido un ejercicio de (re)nacimiento.
– Tu libro “Canto de un pájaro de fuego”, fue publicado por Buenos Aires Poetry en la Colección Pippa Passes. Qué proyectos estás encarando en el momento presente, más allá de lo que traerá este reconocimiento.
Mi “Canto” querido es un libro que he escrito durante la pandemia y que ha sido publicado en una editorial que me gusta muchísimo. Cuando era niña yo veía al final de los libros que las grandes publicaciones venían o de Barcelona o de Buenos Aires y ese fue como un pequeño sueño infantil que se hizo realidad, quería publicar en Argentina.
Después, he escrito un cuento en verso que se titula “Mamá tiene miedo” y es un proyecto al que le tengo muchísimo cariño, la voz poética es un niño que cuenta el día a día de su mamá con depresión. Ahora mismo esa obra se está traduciendo al inglés gracias al trabajo de Ilana Luna quien es profesora asociada de la Universidad del Estado de Arizona y que trabaja en el área de estudios latinoamericanos y las ilustraciones las realiza Florencia Troisi, una magnífica artista argentina. Es una historia acerca de que la maternidad también tiene lados oscuros. Las mamás no somos perfectas y nos equivocamos (mucho); me gusta el tono de ese libro porque, a pesar de ser una historia dolorosa, siento que la voz poética tiene mucha esperanza y esa esperanza es la del amor, porque el amor siempre salva.
Es un proyecto muy femenino y que me enorgullece trabajarlo con dos mujeres a quienes admiro.
Este año además saldrá publicado “Te doy el tiempo de un zapato” (con la editorial mexicana Dogma), ese libro fue finalista en el Nueva York Poetry Press. Es un libro que se divide en tres partes. Una parte más personal; la segunda parte, titulada Jordán, es una especie de homenaje muy sencillo que hacer a la Biblia, a los Evangelios en concreto (me gusta mucho leer la Biblia y algunos libros iniciáticos como el Corán) y la tercera parte es América, esa parte se la dedico a los Estados Unidos, donde vivo actualmente, y habla de mis primeras impresiones en Houston. Las calles, la gente, el modo de vida.
Este mes (septiembre) hice un viaje a Seattle, Washington porque gané una beca, junto a otros tres poetas, para una residencia de escritura creativa. Fue una de las experiencias más increíbles que viví, sobre todo como escritora.
La idea de la beca era tener un espacio, rodeado de naturaleza y sin distracciones, para escribir. El espacio era mágico y pensé mucho en Bolivia. Rainier (Tahoma) es el monte más alto de los Estados Unidos y lo podía ver desde mi ventana cada mañana, eso era un regalo de la vida. Pude ver los bosques de la costa oeste de los Estados Unidos; venados que llegaban al patio de la escuela donde nos alojábamos. Escuché historias que cuentan los nativos de la región. Vi marmotas, campos, flores, cuervos, cedros. Fue una experiencia increíble. Conocí grandes poetas de lugares como Kentucky, California, Nueva York, El Salvador o Puerto Rico. Comí comida boliviana porque nuestra chef (que era americana) había vivido diez años en Bolivia y decía que la mejor comida del mundo era la boliviana. Así que pude escribir mientras comía humintas y eso para mí fue una señal divina, jajaja, no sé. Humintas, clima frío, hablar en español, ver montañas… sin pensarlo ese sitio me regaló otros poemas. No sé cuánto me tome volver a hacer otro poemario y no importa, lo importante ha sido que la magia de la poesía y su proceso se han hecho presentes en mi vida, otra vez.
– Para qué sirve la poesía en el mundo contemporáneo. Por qué seguir escribiendo poesía.
La poesía sirve para existir. La poesía es, creo yo, la presencia de dios, la presencia de lo divino. ¡Cómo no vas a creer en dios (la vida, alá, el universo, como quieras llamarlo) cuando lees al Quijote –dirán pero eso es narrativa, es una novela. Sí, pero la poesía puede tomar muchas formas–; o cómo no vas a creer en poesía cuando ves la bondad de los perros!
La Poesía lo es todo, existe y no nos necesita para existir. A pesar de nosotros, ella es.
Pero, hablando de la poesía en formato de libro, yo pienso en ella como si fueran documentos sagrados. Cada poeta nos afirma su mundo. Así lo hizo Jaime Sáenz con La Paz. Así lo hizo Alejandra Pizarnik. Así todos y en muchas lenguas, Raymond Carver, Anne Sexton, Mary Oliver… yo siempre les digo a mis alumnos: “todo poeta es un profeta, no dudes, afirma”.
La poesía también nos ayuda a (re)encontrarnos. Recuerdo que hace años yo tenía en México un centro cultural y ahí nos reuníamos a leer. Mis mejores amigos vienen de esas lecturas colectivas. Yo les llamo los “perros” y fue la palabra la que nos unió. Jóvenes que venían de distintos puntos de la ciudad, de Neza, del centro e incluso del norte del país. Ellos me hicieron descubrir, por ejemplo, El maestro y Margarita o un libro que atesoro mucho, Te me moriste del portugués, José Luis Peixoto, una pequeña novelita que cuenta los últimos días de la vida de un padre.
Esos perros poetas que tienen nombres propios, Hazael, Sergio (Sinaloa), Edgar, Amanda, Nancy y algunos más que iban y venían; me abrieron su mundo y así yo podía sentirme parte de la Ciudad Monstruo –México– (tan fascinante, hermosa pero terrible y violenta a partes iguales). Siempre los pienso como los infrarrealistas, estos poetas que se reunían con Roberto Bolaño, un chileno entre tantos mexicanos, pues, Juan (mi esposo) y yo éramos dos bolivianos entre mexicanos. Eran reuniones donde no primaba el ego (que es algo que me choca profundamente del “mundo intelectual” o “intelectualoide”). Solo eran reuniones porque sí, porque queríamos hacerlo y la literatura era un pretexto para hablar de nuestras heridas, de política, de México, escuchar Savia Andina, etc.
Para finalizar quiero decir que deseo que el camino de la Poesía sea eterno. Como dice el poeta, Constantino Kavafis, “cuando emprendas tu viaje a Ítaca, pide que el camino sea largo…” que así sea siempre la palabra, el camino largo y lleno de aventuras.
Canto de un pájaro de fuego Historia de un vuelo, un bastón y una trenza Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos cayendo. Vicente Huidobro En un vuelco de nubes celestes hay un mar a lo lejos que yo no alcanzo a ver. Son años de ceguera y no mar, un soplido se desprende del tiempo. El tiempo es –lo sabemos– una palabra mayúscula. Hay un hilo que brota por entre mis piernas mientras vuelo el hilo me quiere atar a la tierra. Mi madre y mi abuela cepillan una trenza enorme, otra mujer la decora con guirnaldas y petunias. Es difícil alcanzar el vuelo con el hilo que me ata, con la vagina cerrada, entumecida y espantada. Yo no puedo elevarme porque al miedo nunca le ha dado la gana de soltarme. Si ahora caigo de seguro el hilo se rompe y el miedo saldrá corriendo al ver la nada que soy, que me ha vuelto. Alguno que otro llorará mi ausencia mi madre mi abuela desde el otro lado la lluvia. Mi hijo no tiene hilos entre sus piernas. Hay un bastón que lo sostiene. Puede fallar en el despegue o incluso caer como yo. El bastón sujeta al hombre, a mi hijo. Más tarde voy a llegar a llorar mi cortedad y el miedo me volverá a coger vacía, eso le dejaré a mi hijo mi muerte blanca y absurda mi sexo nocturno con el miedo mi trenza roja y omnipotente que emerge todos los días el monstruo que devora mi útero. Mañana quizás a hurtadillas pueda volar de nuevo libre de todo: sin hilos sin vientre sin miedo. Tomar las tijeras de la máquina de coser de mi abuela abrirlas abrirme parir mis dolores mis angustias mi pasado empaparme de hombría, sujetar un bastón con mis piernas y Volar.
Fuente: Puño y Letra