Por Willy Camacho
Francia, finales de los setenta. Una pareja de exiliados sudamericanos ingresa a un supermercado llevando de la mano a su inquieto hijo que, ni bien atraviesa la puerta, se da modos para soltarse e inmediatamente correr hacia el laberinto de pasillos. Tras algunos minutos de persecución, consiguen alcanzarlo y, a duras penas, mantenerlo a su lado, mientras recorren las estanterías.
Al pasar por el sector de librería, notan que el niño se ha tranquilizado; su mirada está encandilada por las ilustraciones que adornan las portadas de las revistas de historietas. Deciden dejar al niño ahí, sentado al pie del estante, absorto en los universos de fantasía que los dibujos presentan. Al cabo de media hora, regresan por su hijo y le prometen que, si se porta bien, lo traerán de nuevo la próxima semana.
Han pasado poco más de tres décadas, aquel niño ya es adulto y padre, pero Francisco (Paqui) Leñero recuerda nítidamente cómo se inició en el mundo de los cómics, y cómo era la situación cuando llegó a La Paz en 1983. “Había algunos lugares, como la plaza Eguino, donde te fletaban revistas; luego, con mucha suerte, podías encontrar una que otra historieta; era muy difícil”, cuenta este activo gestor cultural que, pese a no ser dibujante ni guionista, ha colaborado al surgimiento y crecimiento del movimiento historietil paceño.
Historieta con poca historia
Hasta hace unos quince años, en Bolivia no se producía historietas, a lo sumo compilaciones de humor gráfico político. Recién en 1999 se publican las primeras creaciones locales en el suplemento sabatino “Bang!” del periódico Presencia, gracias al entusiasmo de Susana Villegas, Álvaro Ruilova y Edwin Álvarez. Dos años después, la editorial Eureka lanza “Crash!”, revista que, bajo la batuta del cubano Frank Arbelo, difundió creaciones de autores bolivianos a lo largo de 14 números.
Esas iniciativas fueron semilla del movimiento historietil, que en 2002 cobró forma y fuerza debido a la apertura de Cómic Shop –primera tienda de Bolivia especializada en este arte–, y la creación de C+C Espacio –centro de cómic de la Fundación Simón I. Patiño–, ambos en La Paz. Y se podría decir que el parto del movimiento finalmente ocurrió con la realización del primer Encuentro Internacional de Historietas “Viñetas con Altura”, en mayo de 2003.
A partir de entonces, este encuentro –ahora denominado festival– se ha llevado a cabo todos los años, impulsando la producción nacional y sirviendo de plataforma para la difusión internacional del cómic boliviano. En este sentido, Viñetas podría considerarse como el motor del movimiento historietil –al menos paceño–, sobre todo si se toma en cuenta que varios de sus principales actores aseguran haber sido “marcados” por el festival.
Marcelo Fabián, director de Alianza Boliviana del Cómic y el Manga (ABC Manga) –editorial que promueve el trabajo de una decena de autores jóvenes–, es claro y conciso al respecto: “Si no fuera por Viñetas, ahorita yo no estaría hablando contigo”. Santos Callisaya, dibujante de la exitosa historieta “Super Cholita”, es más específico e indica que, en el primer festival, fue muy motivadora la disertación de Susana Villegas. “Ella contó que con otros jóvenes habían decidido seguir ese camino, ser artistas, sabiendo que no iban a ganar plata, pero que iban a hacer lo que les gustaba, y eso me pareció muy inspirador”, rememora con visible emoción.
De la arquitectura a la historieta
“Está mal, muy mal, nunca vas a poder”, le decía el arquitecto Juan Ramírez a su hija Alexandra, cuando ella, adolescente aún, le mostraba alguno de sus dibujos. “No digo que no me apoyaba, pero tenía una particular manera de hacerlo, y eso me ha servido, así he aprendido a dibujar con él”, cuenta la actual presidenta de Viñetas con Altura.
Alex, como la llaman sus amigos, forma parte de Viñetas desde el primer encuentro, y su experiencia es evidente, pues conoce a fondo el movimiento historietil y tiene proyectos para que este pase de la fase del crecimiento a la del desarrollo.
“Estudiaba arquitectura cuando me enteré del encuentro de cómic, y me llamó la atención que hubiera gente interesada de esa manera en el dibujo”, dice con nostalgia, y afirma que Viñetas con Altura le abrió “una ventana enorme” hacia un campo que, en ese entonces, ni siquiera había pensado explorar: “Yo dibujaba, pero nunca había hecho historieta”.
Miedo tóxico
Sintió miedo desde que el doctor le detectó una bolsa de pus en el cerebro; lo siguió sintiendo en la eternidad de los días previos a la cirugía, y fue más intenso aún cuando ya estaba sobre la mesa del quirófano. No obstante, durante los pocos segundos que el gas anestésico demoró en hacer efecto, su mente se extravió en los vericuetos de la memoria: se vio a sí mismo llenando de dibujos las paredes de la casa de su abuela, se vio grabando imágenes sobre un pupitre colegial, se vio dibujando páginas enteras en la soledad de su cuarto, se vio ocultando sus creaciones, se vio sintiendo miedo a la opinión de los demás…
Horas después, Marco Guzmán despertó sin pus en el cerebro ni miedo en el alma. “Más que a la muerte misma, tenía miedo de morirme sin haber hecho muchas cosas, porque me iba a morir pelotudo. Tras mucho tiempo de recuperación, me dije: en mi vida voy a hacer lo que me dé la gana, así a la gente no le guste”, relata de manera apasionada, recordando cómo se metió seriamente a la historieta. “Una de las cosas que tenía pendiente era hacer [publicar] un cómic, lo hice al año siguiente, y desde entonces publico ininterrumpidamente”, dice el ahora reconocido “Marco Tóxico”, apodo que surgió, precisamente, de una revisita en formato fanzine que, con dos colegas, publicó hace años: “Trazo Tóxico”.
Hoy se dedica más a la ilustración, pero reconoce la importancia de Viñetas con Altura: “Formo parte de una generación que se ha visto motivada por el festival; creo que somos una generación resultado de esto”.
La otra cara de la moneda
Sin ser parte de Viñetas, Rafaela Rada y Yerko Flores ya cuentan con 46 publicaciones, lo que convierte a su editorial, Axcido, en el proyecto más exitoso del cómic boliviano, al menos en términos comerciales. “Al principio editábamos a otros autores, pero fuimos reduciendo eso porque nuestra exigencia ha aumentado…”, señala Yerko, a modo de justificar por qué trabajan solos.
(Días antes, Álvaro Ruilova expresó su escepticismo al respecto: “Si vas a pedir dinero por algo, tienes que ofrecer un poco de esfuerzo, brindar calidad y disfrute visual a la gente que quieres llegar, algo que no se ve en el trabajo de Rafaela”).
Lo cierto es que son los únicos que se jactan de poder vivir de la creación y publicación de cómics, y se podría decir que Axcido es otra corriente del movimiento historietil, pues han copado ciertos segmentos de mercado. Pero Rafaela no está de acuerdo con la segunda premisa: “Ellos (Viñetas) no son competencia en producción. Tienen más contactos, mucho más dinero, podrían publicar más que nosotros, pero no lo hacen”.
No da importancia a los comentarios negativos, dice que también podría destrozar con críticas el trabajo de cualquier dibujante nacional, “porque ya tengo la suficiente experiencia de más de 46 publicaciones”. Yerko tiene otra mirada: “El crítico es un autor frustrado… aquí no necesitamos un crítico, sino un editor de manga”.
Los secretos del editor
“La labor de un editor de cómics consiste en tratar de sacarle todo el provecho al trabajo del guionista y del dibujante, que pueden tener una buena idea, pero no saben cómo llevarla a buen puerto”, explica Marcelo Fabián. Eso sí, no comparte las cinco nociones de su oficio, que aprendió en un taller dictado por Ariel Olivetti en el primer Viñetas: “No se las cuento a nadie, porque ese es mi secreto profesional”.
Para ganar dinero con las historietas (vivir de esto), Marcelo cree que los autores tienen que trabajar “de ocho a ocho, producir tres páginas terminadas cada día, pasarlas al editor para que las apruebe y seguir con las siguientes tres”. Tal como están las cosas, considera que, en un 95% de los casos, la historieta “da para que vayas un rato al cine, pero no puede considerarse como un sustento fijo; por eso, mucha gente que se promociona como historietista, en realidad se gana la vida haciendo ilustración”.
De qué vive un historietista
Álvaro Ruilova es el único boliviano cuyo trabajo ha sido publicado en Europa (España). “Lo malo es que ocurrió en el peor momento de la crisis económica”, lamenta en broma. Duda que alguien (en Bolivia) pueda vivir exclusivamente de la historieta; pero tras meditar unos segundos, dice que quizá Rafaela Rada sí ha conseguido que su producción sea rentable, y pese a ser muy crítico con el trabajo de su colega, reconoce que “es astuta, tiene una visión comercial que los demás adolecemos, y los frutos se están viendo: tiene una legión tremenda de lectores”.
Junto a Álvaro, Susana Villegas ocupa un lugar de preferencia en el “olimpo” de los historietistas bolivianos, y tiene una opinión más optimista: “Yo he combinado mi trabajo en el cómic con la ilustración, pero creo que si me dedicara exclusivamente a la historieta, tal vez podría lograr vivir de eso”.
En efecto, su trabajo como ilustradora es reconocido y cotizado, al igual que el de Álvaro y el de Marco Tóxico; quizá por eso, el tiempo no les alcanza para crear tantas historietas como quisieran. Y sobre esto hay que mencionar algo importante: los tres tienen formación académica en arte. Conocer y dominar distintas técnicas les permite ser versátiles y explorar, con éxito, diversos campos.
(Rafaela Rada y Yerko Flores me habían de confirmar luego que ellos pueden vivir, y bien, de la historieta. Pero quizá exageraron un poco, dado que él trabaja en la librería Yachaywasi, y ella –que también tiene formación académica– hace ilustraciones por encargo desde el sitio web deviantART, como complemento a su trabajo en Axcido).
Guionista casi a la fuerza
Haciendo crítica de historietas en su blog, Jorge Siles provocó la molestia de muchos autores; cuestionaban sus opiniones debido a que él no era historietista. “Era inmaduro en esa época, caí en la trampa. Pensé que tenían razón, que para hablar yo tenía que hacer, y por eso empecé con los guiones”, recuerda.
Ya siendo parte del “gremio”, se unió a Viñetas con Altura. Como todos los de este grupo, primero fue voluntario, pero tan solo un año después fue nombrado presidente. “Cuando no era parte de la organización, también tenía la idea de que Viñetas era una rosca, y criticaba muchas cosas en mi blog; pero luego pensé que en vez de ser un enemigo de la organización, como muchos que hablan desde afuera y no aportan nada, tenía que presentar propuestas para mejorar el festival”, cuenta Jorge.
Una rosca abierta
Jorge ha mencionado que “también” pensaba que Viñetas era una rosca; es decir, era una opinión compartida por otros. De hecho, varias personas lo siguen creyendo, aunque no lo dicen abiertamente, y quizá esta falta de discusión, de crítica, incide de manera negativa en el festival, la cara visible y visibilizadora del movimiento historietil.
Ruilova es de los pocos que no calla: “Hay tremendas fallas (en Viñetas) y eso es porque no hay renovación, siempre es la misma gente; no hay crítica, nunca se han reunido a decirse sus verdades, cosa que sería saludable”. Susana Villegas, más diplomática, cree “que es necesaria una renovación… se habla de una rosca, pero es inevitable siendo tan poquitos”.
Cuando Marina Corro-Barrientos (francesa de padre boliviano) organizó el primer Viñetas, varios jóvenes la apoyaron como voluntarios, entre ellos Alexandra Ramírez y Joaquín Cuevas. Con el tiempo, este grupo conformó una especie de colectivo que, luego del retorno de Marina y su pareja a Francia, se encargó de la organización, y el encuentro pasó a llamarse Festival Viñetas con Altura. Por consenso, Joaquín asumió la dirección, o mejor dicho, la presidencia, ya que el colectivo cobró la figura de asociación.
Alexandra Ramírez, actual presidenta, asegura que no se trata de una rosca, sino de un grupo abierto, y que quien tenga ganas de participar, puede hacerlo. Como prueba de ello, menciona el ejemplo de Jorge Siles, quien confirma esa opinión: “Yo soy la prueba viviente de que no es una rosca, porque yo era una persona resistida en el movimiento, y aun así me eligieron presidente, y nadie opuso resistencia, pues fue algo democrático”.
Pero sospecho que algo de verdad hay en los rumores cuando Jorge declara: “Muchos dicen que esto es una rosca, quizá sea una rosca positiva, y yo creo que tenemos que defendernos de lo que hablan desde afuera, a capa y espada, incluso sabiendo que quizá tengan razón”.
Tal vez tenga motivos válidos para asumir esta postura; después de todo, este reducido grupo, rosca o no, es el que ha llevado adelante once festivales, con errores y aciertos, pero que sin duda han servido para promover el cómic nacional. Incluso Álvaro Ruilova aprecia sus “virtudes” y reconoce que “de alguna manera, gracias a Viñetas mi trabajo llegó hasta Perú, y a su vez hasta España”.
Tampoco se puede negar que el trabajo del grupo ha sido desinteresado, pues, como Paqui Leñero cuenta, “desde su inicio, la gente que ha trabajado para realizar todas las ediciones de este festival lo ha hecho ad honorem, sin recibir un peso, y muchas veces ha puesto de su propio dinero para que funcione”.
Buenas intenciones sobran, pero, al parecer, falta capacidad de gestión, al menos eso piensa Susana. Alex opina algo similar, sin embargo –aunque suene paradójico–, desea prorrogar un año su mandato, pues cree que en un tercer periodo recién se puede ver los frutos del trabajo, ya que los dos primeros servirían como un periodo de aprendizaje del aparato administrativo.
Los designios del azar
Cuando Jorge Luis Borges fue nombrado director de la Biblioteca de Buenos Aires, por ironía del destino o el humor macabro de los gobernantes, prácticamente ya había perdido la vista. Salvando las distancias, el azar ha sido más benévolo con Paqui Leñero, quien ni siquiera usa lentes y ha leído el 80% de los casi 4.000 títulos que hay en C+C, la única biblioteca de cómics de Sudamérica, cuya dirección le fue encomendada hace cinco años.
De trato amable y charla amena, Paqui siempre saca tiempo a sus labores administrativas para hablar sobre el “noveno arte”. Eso coadyuvó al éxito del Cómic Shop, negocio que abrió en 2002, tras abandonar sus estudios de biología en Chile. “Sé mucho de cómics, por eso, la gente iba no solo a comprar, sino a hablar, a enterarse más sobre el tema”, recuerda.
Quiso el azar que ese mismo año llegaran a Bolivia los franceses Marina Corro-Barrientos y Raphael Barbán; quiso también que fueran fanáticos del cómic. No tuvo que intervenir más, el resto fue cuestión de tiempo: solo había una tienda de cómics en La Paz, iban a encontrarla tarde o temprano, iban a conocer a su dueño, y este iba a hablarles en su idioma, y así, los tres iban a pasar varias tardes charlando del arte que les apasionaba, e iba surgir, en alguna de esas charlas, la idea de organizar un festival de historietas.
Paqui cree que los “astros se alinearon” para juntar en un mismo tiempo y espacio la serie de casualidades que dieron vida al proyecto del festival, y por ende, al movimiento historietil paceño. Puede ser… como también, que el azar ya no esté tan dadivoso: aún quedan revistas del container de material que Paqui trajo de Chile en 2002, y Cómic Shop (con otros dueños) sigue siendo la única tienda especializada de la ciudad. El festival concebido en ese pequeño espacio ha perdido bríos, y el movimiento historietil, si bien ha crecido, no se ha desarrollado.
Tinta en las venas
Marco Tóxico sabe muy bien lo dañino que es el miedo, y opina que, en general, los bolivianos “nos asustamos muy fácil ante una señal de crisis o bajón”. Él cree que, en el caso de Viñetas, “hay gente que pie
nsa que está muriendo el festival, pero no hay que tener miedo, hay que buscar la forma de acomodarse a la coyuntura, y analizar lo hecho a lo largo de estos años”.
Alexandra comparte esa mirada, y eso la motiva a seguir en la presidencia de Viñetas, pues quiere lograr un estatus legal-institucional para la asociación, lo cual permitiría que el festival sea sustentable, que las actividades de la organización generen ingresos, con los que se podría impulsar de manera más efectiva el movimiento. Eso ya es un paso hacia el desarrollo.
Hay muchas iniciativas particulares, como la adaptación al cómic de Periférica Blvd., novela de Adolfo Cárdenas, realizada por Ruilova y Villegas, o la bienal “Salvaje”, convocada por Marco Tóxico y Daniela Rico, que busca, entre otras cosas, crear tapas alternativas para las novelas bolivianas. Hay conocimientos específicos, como el quehacer editorial de Marcelo Fabián o las estrategias comerciales de Axcido. Hay, sobre todo, mucho talento.
Queda el desafío de reunir a todos los actores en torno a un mismo objetivo, de superar desencuentros y compartir saberes. Y quizá Viñetas sea la organización natural para asumir el reto, abriéndose a la crítica y participación activa de más gente. Al final de cuentas, los vincula la misma pasión. La misma tinta corre por sus venas.
Fuente: 88grados.com/