Por Magdalena Gonzáles Almada
Reconocer un lugar en el mundo, increpar y romper la lengua que se habla, interpelar el saber dominante, ajustar y rescatar las voces interiores más profundas que ocupan y fracturan al sujeto abigarrado, son algunas de las preocupaciones que se perciben en una lectura de Cuando Sara Chura despierte (editorial El Cuervo, 2023).
La novela presenta un centro que ancla o acentúa el sentido de la lectura, pues la estructura narrativa “quebrada” que el autor propone en su texto realza ciertos aspectos, palabras, frases. Así́, en el capítulo central (o, justamente, taypi) de Cuando Sara Chura despierte, titulado “El bolero triunfal de Sara”, la repetición de la frase “cuando Sara Chura despierte” al inicio del párrafo y “el día en que Sara Chura despierte”, al final del mismo, tejen una lectura acompasada en un ritmo envolvente y adormecedor, de gran potencia poética.
Se teje la lectura, pero en la estructura interna de la novela se tejen también los personajes, reunidos en una estructura de aguayo donde cada uno de ellos es un “nudo”, una presencia en una amplia generalidad.
En esta obra, la estructura narrativa lineal convive con la estructura narrativa circular. La primera se presenta en cada uno de los capítulos, mientras que la segunda atañe a toda la novela, que puede ser leída de atrás para adelante, o viceversa. Asimismo, el juego con la estructura simula un tejido, arte de profunda raigambre andina.
En ese aguayo textual, en el que conviven los contrastes de colores y los contrastes en el grosor de las líneas que lo componen, que pueden ir adelgazándose hacia los bordes de la tela partiendo de un centro más ancho, el texto de Piñeiro reúne en un capítulo central a todos los personajes, en el que se encuentran ambos extremos de la novela: el extremo izquierdo (ch’iqa) y el extremo derecho (kupi). Tanto ch’iqa como kupi presentan a los personajes, al mismo tiempo que desarrollan partes fundamentales de la trama narrativa.
En el ya mencionado capítulo central de la novela, que funciona como taypi, aparecen todos los personajes, incluso aquellos que no habían sido presentados aún en los capítulos del ch’iqa, anticipando el kupi. Finalmente, en el último capítulo vuelven a reunirse todos los personajes y la narración se cierra.
Esta estructura, es decir el juego narrativo propuesto por Piñeiro, es lo que habilita una lectura de la novela como una crítica a la colonialidad que se materializa en el uso de la lengua con fines estéticos, ciertamente en clave literaria, pero también con fines políticos.
En consecuencia, Sara Chura plantea una resistencia al encorsetamiento de la lengua colonial española. Se trata de un estallido, un desborde de la lengua que se materializa en el texto. El abigarramiento lingüístico da lugar a la potencia del encuentro de las lenguas; es el espacio del taypi, donde las articulaciones pueden no ser necesarias, donde conviven las contradicciones que no clausuran, sino que vuelven productivos los fenómenos lingüísticos: se transforman en prácticas de resistencia.
En la novela se observa este abigarramiento lingüístico y es necesario leerlo como una práctica política de resistencia. O mejor, como una poética de la resistencia.
Asimismo, la tensión que se plantea en torno a las lenguas está́ íntimamente relacionada con la cuestión del territorio.
Si el acto de territorializar es, como indica Félix Guattari, “la forma en la que los seres existentes se organizan según territorios que los delimitan y los articulan a los otros existentes y a los flujos cósmicos” (2013: 465), el territorio dialoga con la lengua. Territorializar la lengua es entonces apropiársela, sentirse “en casa” con ella.
Por ende, el territorio configurado en la novela de Piñeiro es La Paz profunda que se presenta como un espacio en el que se manifiestan las lenguas, los colores y los sabores; con los cholos farsantes, los trabajadores, los simuladores, con las cholas enjoyadas, ataviadas con polleras que despiertan sensaciones variadas: el respeto, la sexualidad dormida, la conciencia de clase.
De hecho, en Cuando Sara Chura despierte, la chola estimula fuertes emociones; es la mujer que enamora y que permanece, quien inaugura el escándalo, la pasión y la muerte. Es quien puede sostener a la novela −en el plano discursivo− y a la ciudad −en el plano de lo territorial−. En este aspecto, entonces, es evidente que se la elige como el centro del mundo social representado en la narración.
Con certeza, el escritor persigue algo, busca apropiárselo, hacerlo suyo. Puede ser la palabra o la escritura misma. En este sentido, Jacques Rancière afirma que “para que la literatura sea, hay que darle su propia tierra” (2009: 163, énfasis propio), es decir, posibilitarle “una realidad adecuada a su lenguaje” (ibid). Es el lenguaje, la materialidad que da vida a la literatura, un “murmullo gigantesco sobre el cual, abriéndose, (…) se hace imagen, se hace imaginario” (Blanchot, 2002: 23).
En la escritura, y en lo que entiendo que es la territorialización de la escritura, se revela un actuar del escritor, un hacer, que se ancla en un territorio delimitado por un imaginario. En ese territorio, el escritor reclamará́ para sí́ algo que perseguirá y que guiará, aun sin saberlo, su propia escritura
Cuando Sara Chura despierte es una novela en la que convergen no sólo lo que atañe a las problemáticas que se relacionan con el uso de las lenguas, sino que dialoga con el entrecruzamiento cultural y altera la estructura narrativa lineal. La propuesta narrativa de la novela de Juan Pablo Piñeiro, entonces, renueva el género en Bolivia, tomando de la tradición literaria lo que le permite dialogar con el pasado en su proyección hacia el presente y el futuro de la literatura boliviana contemporánea.
Fuente: Letra Siete