Un libro nada fulero
Por:Jaime Nisttahuz
Una defensa cerrada y argumentada del libro póstumo de Víctor Hugo Viscarra, pero además una crítica a ciertos sectores de la intelectualidad
He visto con desagrado que algunos casi escritores quieren descalificar a Víctor Hugo Viscarra como escritor. ¿Envidia por la gran demanda de sus libros, y que engorda sobre todo los bolsillos de quienes los piratean?
No entiendo cómo algo tan estúpido cabe en quienes se supone trabajan con la sesera. El pobre Víctor Hugo no tenía dónde caer muerto. Vivió como un perro callejero. Debería darles vergüenza sentir una envidia tan mezquina.
¿Son plenamente escritores los que se dedican a escribir nada más que sus cuentitos o poemitas? ¿Aquellos incapaces de hilvanar un ensayo, una crítica literaria o un simple artículo sobre la situación social? Si no es así, no sé con qué capacidad pueden menospreciar el trabajo de Viscarra.
En su libro póstumo, Ch’aqui fulero, nuevamente encontramos su sensibilidad para vivir, observar, escuchar, reflexionar, sobre ese submundo de alcohólicos, drogadictos y todos los dejados de la mano de Dios y hasta del diablo.
Lo primero que nos atrae de estos cuentos supuestamente perdidos es la destreza del narrador. No podemos leerlos impunemente y hasta con salteo como la mayoría de los libros. Aunque los temas son sórdidos, su escritura los hace simpáticos.
Han sido escritos con gusto, se leen igualmente con gusto, así sus personajes sean perdedores. ¿No somos en el fondo todos perdedores? ¿No estamos hechos todos para la muerte? Ese sofisma de ganadores y perdedores está bien para mercaderes y politiqueros, no para personas que buscan ser antes que tener.
Su lenguaje no es prestado como el que utilizan algunos “jailoncitos” en sus escritos, es el mismo que hablaba Víctor Hugo cotidianamente. No suena falso. Él era auténtico. In vino veritas. Poseía un mundo propio. No estaba a la caza de temas para poder escribir. Actualmente la escritura de muchos jóvenes, particularmente de los formados o deformados en reductos universitarios, es libresca. Sus libros no huelen a vida, huelen a otros libros, son simples variaciones. Decía Kafka: “De la vida se pueden sacar, con relativa facilidad, muchos libros; pero de los libros, poca, muy poca vida”.
Viscarra era paceñísimo como él solo. Borracho con gracia, no borracho desgraciado, como varios que conozco y de cuyos nombres prefiero no acordarme. Coincido con Lagrava en que el alcohol vuelve a los tristes alegres y a los malévolos imbéciles. ¿Alguno de sus trabajos hubiera ganado algún premio? Lo dudo, como cantan los Panchos. Menos con jurados preconcebidos, vitalicios, como los que veo. A uno de los cuales escuché decir descaradamente: “Deberíamos formar un sindicato”.
Si un cuento no lo podemos leer sin salteo por tedioso, es un pésimo cuento. Resulta aberrante para un género que debe ser como un disparo o un flechazo. Es que así como se nace poeta, creo que se nace cuentista y narrador.
En este Ch’aqui fulero hay cuentos que parecen poemas, como Una tristeza perdida en el silencio. Y muchos de ellos son de antología. Prevalecen en este libro el desparpajo y el desenfado. Un humor vital y necesario para sobrellevar ese vivir al día que tuvo Víctor Hugo Viscarra.
[Tomado de http://www.laprensa.com.bo/fondonegro/]
09/21/2007 por Marcelo Paz Soldan