04/17/2023 por Sergio León

¿Saenz vs. Viscarra? Cofradía nocturna

Por Marco Basualdo

Ambos escribieron desde la noche oscura e inagotable alcohol. Vivieron épocas distintas y sus narraciones expusieron la marginalidad paceña desde sus antros y derredores, una cruda realidad que cada uno trazó a un estilo y que seguramente obedeció a su extracción y sus maneras de ver la vida: Voyerismo y praxis en carne propia; una suerte de contención que nunca existió —no podría— más que en la mente de aquellos que aún evocan sus perturbadoras impresiones. Jaime y Víctor Hugo, cronistas del lumpen a la sombra.

Jaime Saenz (8 de octubre de 1921–16 de agosto de 1986) fue poeta, escritor, novelista, ensayista, dibujante, periodista y catedrático universitario. De cuna acomodada en una sociedad clasista y racista, vivió huyendo de aquellas ataduras para sumergirse en la ciudad marginal, retratando sus escondrijos y sus personajes extremos en casi toda su obra. Su libro de vida dice que, de excelente educación, sus privilegios le permitieron migrar a Alemania hacia 1938, donde se cultivó con la filosofía de Arthur Schopenhauer, Martin Heidegger y los escritos de William Blake y Franz Kafka, además de asimilar la música de Richard Wagner. Se trataba de un hombre muy ilustrado. En 1955 publicó El escalpelo y le siguieron obras como Muerte por el tacto (1957), Aniversario de una visión (1960) y Visitante profundo (1964), entre otras.

Víctor Hugo Viscarra (2 de enero de 1958 – 24 de mayo de 2006) fue un escritor y cuentista de baja calaña representante del denominado realismo sucio. Su infancia no fue una bendición, como él mismo se encargó de aclarar en sus entrevistas y sus obras, las mismas que reflejan su vida leal con la marginación, el alcohol, las drogas y el crimen, con el que empezó a lidiar desde adolescente. No tuvo privilegios, al contrario, vivió con el lumpen al que hizo reconocido gracias a sus crueles relatos. Tampoco se circunscribió en la literatura formal, lo cual le significó el rechazo de los círculos de intelectuales. Sus libros son Coba: lenguaje secreto del hampa boliviano (1981), Relatos de Víctor Hugo (1996), Alcoholatum y otros drinks – Crónicas para gatos y pelagatos (2001), Borracho estaba pero me acuerdo (2002), Avisos necrológicos (2005), Ch’aqui fulero – Los cuadernos perdidos de Víctor Hugo Viscarra (2007).

Pese a las similitudes en sus propósitos narrativos, al fotografiar mundos suburbanos, no son considerados de la misma rama retórica, tanto por sus fans como por los críticos y observadores literarios, a la suma de reivindicar una enorme distancia entre uno y otro, la cual equivale a un antagonismo que ellos nunca sintieron, pero que sin dudas habita entre las tertulias de sus apasionados. Alguna vez, el extinto poeta y periodista literario Rubén Vargas aseguró que no existe comparación entre ambos pues Viscarra, a diferencia de su admirado Saenz, no podía ser considerado un escritor, sino más bien un cronista de carácter antropológico al narrar principalmente sobre sus vivencias. En contraparte, la crítica de arte y gestora cultural Mabel Franco apuntó que, aunque peleado con la ficción literaria, el hecho de que haya escrito sobre una realidad vivida no le quita los dotes de narrador-escritor, con la virtud de haber llevado esas memorias a un texto impreso.

Alegatos

Sobre las distancias entre ambos hombres, el escritor cochabambino Claudio Ferrufino-Coqueugniot, radicado en Denver (EEUU), afirmó que “en muda oposición a los intelectuales que mitifican y, aparentemente, idolatran la vida de los miserables (en clara alusión a la búsqueda de Saenz), Viscarra relata su malaventura personal sin pelos sobre la lengua. (…) o de aquellos que mal la imitan para luego ir a esconderse detrás de la comodidad de sus casas. (…) No podrían los exégetas de Saenz hablar de la seductora vida de los mendigos ante un autor que desnuda su trágica vida con aguda memoria” (El Malpensante, septiembre 2003).

El barbado Saenz es internacionalmente reconocido; sus obras fueron traducidas a varios idiomas y es sin duda la inspiración neta para todos aquellos que aspiran a ser literatos en la Bolivia de mediados de siglo XX para adelante. Demás está decir que sus libros fueron objeto de estudio y análisis y su prosa encumbrada por iluminada. “Su reputación como poeta venía del brazo de su vida tumultuosa que escandalizaba tanto a la gente a su alrededor, incluyendo a su familia, como a la clase letrada paceña. En especial su alcoholismo, su manía por vivir de noche y deambular por los barrios populares y semi-marginales de la ciudad, lo convirtieron en personaje extravagante ante los ojos de los escritores e intelectuales más tradicionales de la época, así como de la gente que lo frecuentaba. Esto creó la fama de Saenz ‘marginal’ y rechazado por la sociedad”, escribió Leonardo García Pabón en su estudio Postcriptum: Apuntes sobre el universo literario de Jaime Saenz, una más entre otras tantas tesis sobre el enigmático escritor.

Saenz fue aquel que beatificó laderas como Llojeta, su santuario de inspiración. “Era docente universitario, coqueteó con el oficio del periodismo y estuvo vinculado a grupos sociales desfavorecidos. No escapaba a los flashes del estrellato, pero no vivía en una burbuja, él conocía a la ciudad que vivía lejos de esos privilegios. Así, una de las mejores fotografías de la popular ciudad de La Paz que tenemos, es su libro Imágenes paceñas. Ahí, desde el aparapita hasta el afilador de cuchillos están retratados… y ni qué decir de las casonas y recovecos de la ciudad. Y si hablamos de personajes, con Felipe Delgado los reconocemos a la perfección, los cuales van por los caminos entrecruzados de la vida y la muerte en Churubamba en los años ‘30”, dijo el escritor Erick Ortega, autor del libro Cuarto mandamiento (Editorial 3600, 2022).

Viscarra, por su parte, canonizó los basurales y la inmundicia. El también periodista Ortega, refiere que “hay que realmente escarbar para pillar una foto decente de él. Le gustaba estar al margen de los reflectores. Recuerdo que cierta noche debía asistir a la presentación de su libro en un salón elegante, pero él, a la misma hora, estaba bebiendo en uno de sus bares. Gracias a él reconocemos a la ciudad de La Paz que está escondida bajo la alfombra de la cotidianidad. Y ni qué hablar de la riqueza de su obra en varios sentidos; por ejemplo, su libro Coba: Lenguaje secreto del hampa boliviano nos ofrece la riqueza del lenguaje y sus variaciones desde una celda. Él sabía de lo que escribía, pues en sus libros y en la vida es un personaje más que pasa la noche a la intemperie en un mundo”.

El editor y escritor Willy Camacho, quien compiló toda la obra de Viscarra en el libro La del estribo en 2018, que también fue publicado por Editorial 3600, dijo que Saenz fue por sobre todo un poeta que se puso al servicio de la narrativa. “Se lo considera un explorador de los márgenes; él asumió la pose de escritor maldito en vida y tenía toda un aura al respecto, desde su estética hasta lo que escribía. Saenz es mucho más literario que Viscarra, pero también racista en sus descripciones sobre el aparapita, por ejemplo. Ahí hay ciertos rasgos de superioridad de clase”.

Viscarra no fue reconocido desde un inicio. Su libro sobre el argot delincuencial boliviano le brindó cierta correspondencia, tras haber colaborado con la institución policial a la que odiaba. Pero continuó con sus descripciones marginales que llamaron la atención de algunos editores como Manuel Vargas, de Correveidile, quien no solo lo alojaba en casa, sino también le entregaba las herramientas para poder inscribirlas en un papel, pues el redactor callejero carecía de aquellas bondades materiales. Hacia fines de milenio pasado, un periódico chileno descubrió la vida y obra de Víctor Hugo y lo rebautizó como el Bukowski boliviano o Viscarrowski. Así, su nombre empezó a trascender fronteras.

La Chupa

En Argentina, el poeta y escritor indígena David Chulque, uno de los primeros descubridores de Víctor Hugo en aquel país, explicó a principios de 2000 que “la escritura de Viscarra no posee las estéticas que exigen las academias, por el contrario, es directo, simple y visceral. Leerlo es como estar sentado con él, en una cantina, tomando una cerveza fresca mientras lo escuchás”.

En similar tonada, el escritor peruano Manuel Raya, admirador del fatídico alcohólico Charles Bukowski, explicó que en cuanto conoció la biografía del marginal paceño se interesó en su obra, la cual había llegado con algunos ejemplares hasta su tierra. “Su vida se parecía a la de Bukowski. Mejor dicho, el alcohol era el común denominador. La marginalidad en la que vivió Viscarra fue una constante lucha para él. Es casi inimaginable pensar que un vagabundo o un tipo que pernocta en las calles pueda escribir unas líneas tan bellas, tan tristes, profundas, llenas de mucha fuerza y fiereza a la vez. Víctor Hugo compartió un mensaje, el mensaje de su experiencia de vida. ‘No hagan lo mismo que hice yo’. Eso es lo que yo descifro como lector. Tal vez en eso se parece a Bukowski, ya que este tiene escrito en su lápida su mensaje: ‘dont’ try’ (No lo intentes)”.

Por otro lado, y en disonancia con la mirada que se tiene sobre ambos, la Premio Nacional de Crónica Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela 2019, la chuquisaqueña Soledad Domínguez, dijo que tanto Saenz como Viscarra “son escritores de La Paz y al resto del país no nos conmueven tanto porque son miradas paceñas y desde esa perspectiva, han logrado imponerlos en toda Bolivia. Yo creo que hay otros grandes escritores, quizá mejores que ambos, pero no reconocidos. Eso sí, lo que sí me parece muy interesante, es que Víctor Hugo se pasaba por las nalgas a las élites intelectuales, y el hecho de que haya creado una literatura que es muy propia”.

La noche

En el desaparecido Bocaisapo de La Paz, pub-bar-antro de los años 90, solían reunirse escritores, bohemios y periodistas de la época, en imparables sesiones de chismes y alcohol. Una de aquellas noches reunió al poeta Humberto Quino con otros, y en ese trance de ofuscación entre todos los asistentes, ingresó al recinto un hombre con pinta de proscrito y heridas en el rostro, que empezó a recitar unos poemas a cambio de monedas y tragos que le invitaban desde las mesas para que se callara. Alguien preguntó a Quino que quién era ese personaje. “Un borracho cargoso”, dijo el vate declarado seguidor de Saenz. Aquel desconocido había sido Víctor Hugo que, así como llegó, volvió sobre sus pasos a su encuentro con la noche.

En el ambiente letrado por otro lado, hay muchos que piensan que se ha sobredimensionado la figura de Víctor Hugo, que cualquier comparación con Jaime resultaría ridícula. “Pero no nos olvidemos que ambos son una construcción”, admite, crudo, el también escritor y gestor cultural Alexis Camacho. “Saenz estaba nomás ligado a círculos de poder y representaba a esa clase pudiente que estaba muy alejada de la realidad de un hombre de la periferia”. Según recuerda algunos comentarios en aquellas charlas bohemias, Saenz era un hombre que se sentía muy identificado con la ideología nazi, inclinación que habría asumido tras su estadía en Alemania, lo cual lo alejaba casi por lógica, de los entornos que él reivindicaba. Y lo mismo con Viscarra. ¿Es posible que un hombre acabado por el alcohol haya tenido la fuerza y lucides para concebir semejantes retratos, viviendo aún en la calle? En esos murmullos del Bocaisapo fue donde empezó a correr el mito de que existía la afanosa mano de un editor en los escritos de Víctor Hugo, que él se limitaba tan solo a contar sus historias. Una leyenda difícil de consumir y casi imposible de confirmar. “Lo cierto es que necesitábamos un escritor bohemio como Saenz y a uno que venga del lumpen”, explicó Alexis Camacho.

Para Ortega, en cambio, no es necesaria toda esta escaramuza sobre un supuesto antagonismo que jamás existió, por más que Viscarra se haya referido a Saenz como “un jailoncito que vivía en Sopocachi” (un potentado que vivía en un barrio de ricos, más o menos).  “No sé si necesariamente se puede entender los mundos de Víctor Hugo Viscarra y Jaime Saenz desde sus lectores. No considero que habría que enfrentarlos; al contrario, pienso que las coincidencias los unen. A riesgo de caer en la fosa común del periodismo, es como comparar a Messi y Ronaldo. A Saenz y Viscarra no hay que enfrentarlos, pero sí podemos apreciarlos desde sus libros”.

Salud por eso.

Fuente: La Razón