Por Iván Gutiérrez M.
El año pasado, la editorial chilena Aparte publica para los lectores de su país la colección de cuentos La edad de siempre, escritos por Patricia Requiz Castro, escritora boliviana que con el cuento “Miércoles de cancha” ganó el premio nacional Franz Tamayo del año 2019. Este cuento es parte de la selección de esta opción de literatura boliviana que se presentó en Chile.
Requiz es de esas narradoras en las que, al leer su escritura, la presencia de la dedicación por hilvanar las palabras en la formulación de cada oración se destaca y nos hace saber que cada marca en el texto ha sido pensada muchas veces. Dejando en el lector, la evidencia de un trabajo de orfebrería que traza líneas no solo acertadas, sino que también en una textura cuidadosamente rítmica, que compone una sensación que va más allá de la apreciación de la trama y el relato, sino que invade al lector con una detonación de sensaciones narrativas, compuestas en una especie de sistema privado que obligan a no dejar de leer.
El ritmo en la narrativa si bien siempre está presente, son pocos autores que evidencian tanta dedicación en la composición de esa dimensión. No es solo adquirir figuras poéticas, es establecer un patrón casi mántrico que hace de la lectura más que un ejercicio de la vista, lo deriva a un ejercicio de respiración. La edad de siempre es una muestra de la excelencia de ese proceso. Las palabras juntándose entre ellas, construyen más que una imagen a observar y a dar sentido, componen un rugido. Transportando al lector a una jungla de fieras salvajes a las que se las puede mirar, pero que ponen en desequilibrio, toda la presencialidad con la que las enfrentamos.
Requiz, en sus cuentos, demuestra que ha criado esos animales feroces y que les ha dedicado el tiempo para su crecimiento, hasta que están en el punto de mantenerse solos y estables, autosuficientes para tener presencia en una salvaje jungla. Mirarlas no deja de desprender fascinación por su belleza, pero también invasión por su letal furia y en esa sensación doble de contemplar en el estremecimiento, es cuando, el proyecto de escritura de la autora se hace enorme.
El arranque del libro es de mucha potencia, exige al lector largo aliento para contenerse en el vacío de la velocidad de los sucesos. El primer cuento es “Sofía”, al internarnos en el desarrollo inaugural de la colección, pareciera que nos sujetamos a uno de esos carritos listos para andar por los rieles de las estructuras metálicas de una montaña rusa, las caídas son violentas, como también los cambios de ritmo. “Sofía no lleva puesta su ropa interior. Siente una brisa subir por sus piernas. Sopla un aire frío en sus delicados labios. Sofía recorre el patio de su casa dando pequeños brincos de un lado a otro, evitando tocar las líneas. Sofía se equivoca y frunce el ceño. Sofía está enojada con ella y con el mundo”. Toda esa construcción sensitiva, visual y de patrones de composición, es apoyada en la imposición de un enigma a resolverse o a impulsar conexiones dentro del proyecto. Haciendo del libro no solo una colección, sino un espacio orgánico de convivencias entre las diferentes ficciones que vamos conociendo a través de la lectura. El inicio del libro se implica al cuento final del libro. Creando una cosmovisión de ficciones, que dejan esa expectativa de espera, por encontrarlas en posibles nuevos proyectos de Requiz.
El cuento “Edén# 1631” es una narrativa que nos lleva de a poco a las periferias de esos retratos de familia. Arrancamos en la foto de postal de la esperanzadora llagada a un nuevo hogar, para ir caminando a la quiebra total del concepto de familia. Parece que como lectores nos situamos en el surgimiento de algo al inicio del relato. Pero, a la vez, esta novedad, termina siendo el escenario que pudre las cosas, que pudre al padre, personaje que se vuelve en el esquema del sueño, del delirio, de lo mágico.
Mientras iba leyendo, recordé que alguien afirmó que toda buena historia conduce al menos a dos textos paralelos. Uno el que se va desarrollando en la superficie de la narración. Y, otro oculto; en el que se van urdiendo otras cosas. En la medida en la que la voz narradora nos está hilando en el relato progresivo de la desintegración familiar. A la vez nos va planteando un segundo conflicto, latente, el de nuestra tradición frente a lo que queremos cambiar, re-hacer.
“Miércoles de cancha” es un cuento impactante, que goza de la misma virtud explosiva que la de los otros cuentos de la colección. Lo que hace que sea entendible el resultado del premio que se hizo merecedor. Entre todo lo que se puede resaltar de la narrativa. No es aventurado decir que tiene uno de los inicios de cuento más fulminante de las opciones de este género que hemos leído últimamente: “Cuando salí a la brillantez de la luz desde la oscuridad del cine tenía solo dos cosas en la cabeza: Johnny Deep y matar a mi abuela.”
Si para matar a la presa es importante la contundencia del primer tiro. La inauguración de ese cuento, apunta directo a descalabrar cualquier resistencia y comprometerte a la tensión del relato. Si bien el termómetro del libro es cuando llega al punto más alto, el cierre de la colección, el cuento que la bautiza, reduce la intensidad; pero para hacer de la experiencia de la lectura un viaje más amable, en la paradójica observación de las complicaciones de una personaje que tiene que lidiar con el proceso de crecer y convivir en un horizonte axiológico amarrado al fanatismo cristiano y las actividades sociales en torno a esos valores.
La edad de siempre es una colección de cuentos en los que la velocidad y la sensación de vacío es una constante. En los que el uso del testimonio pasa de ser una opción confesional parsimoniosa, a convertirse en una vorágine de exposición de la subjetividad mal formada de personajes que tienen una vida interior más desecha que lo que en realidad tienen en la vida que les ha tocado vivir. Los abismos mayores no son en la sobrevivencia contra los peligros ajenos, sino el mayor reto está en sobrevivir a ese mar de confesiones abismales que significa crecer; porque la edad de siempre, es aquel territorio al que siempre queremos recordar, porque caer una y otra vez, es la mayor pasión de sobrevivir.
Fuente: La Ramona