Por Tatiana Vargas Condori
Durante mucho tiempo se ha discutido si la literatura podría considerarse una forma de recorrer una ciudad. Parte de los grupos antagónicos señalan que el carácter ficcional de un texto aleja al lector de una verdadera aproximación al espacio descrito. Sin embargo, la otra parte; aquella que me atrae más, es que los escritores, desde su subjetividad, tienen el poder de cartografiar la urbe a través de letras. Esto último sucede gracias a la topofília, fenómeno trabajado por el geógrafo Yi Fu Tuan: la relación afectiva entre la persona y el lugar que habita.
Es por esto que, lo primero que sentí al terminar Ciudad Apacheta fue que el autor había logrado, tal vez sin darse cuenta, mapear la ciudad de El Alto con cada una de sus crónicas. Confirmaba esta sensación cada vez que identificaba palabras como paisaje, espacio físico, lugar, entre otros. Esto hace que el texto adquiera una importancia mayor a la de solo entretener al lector, ya que le otorga una herramienta para comprender la transformación multitemporal de la ciudad, así como descubrir hasta diferencias topográficas en relación con La Paz, u otras zonas del Altiplano. Quispe Flores no solamente escribe, sino que también observa, como aquella vez que descubrió la Apacheta, mira desde arriba, porque esa es una forma particular que tenemos los alteños de ver las cosas, desde los cerros y las montañas.
Por otro lado, la edad del escritor le permite presentarnos los cambios generacionales de la urbe con facilidad. Los 38 años de El Alto son rápidamente descritos en los párrafos que describen a un niño asustado por invadir una zona que no es la suya, al adolescente que sufre en el servicio militar por su procedencia y al adulto que muestra los logros obtenidos gracias a su propio trabajo. Ahora bien, algo que sí le critico a Quispe Flores es el retroceso con el cual describe a la ciudad en ciertos acápites, ya que siento que la retrata de una forma bastante masculinizada. Aquella que va en busca de «orgullo», «respeto» y que, a su vez, debe hacerse notar gracias a su acumulación de capital económico. ¿No es acaso como retratar la vida de un joven que logra superar sus inseguridades demostrando valores establecidos como «lo que debe ser un hombre en la sociedad»? Menciono retroceso, pues La Equis, primer libro del autor, rompe esta concepción clásica de ciudad-hombre al introducir a su madre como ejemplo del comportamiento de este territorio. Por eso, puedo afirmar que, a diferencia de este libro, en el anterior no existe tanta idealización.
Para finalizar, me quedo con la sensación de haber recorrido gran parte de mi ciudad. Algo así como cuando sales de casa y en dos horas de trayecto al centro de La Paz vas pensado en el lugar que habitas. Es verdad que a diferencia de quienes viven a metros de distancia del kilómetro cero, nosotros tenemos bastante tiempo para pensar y ser críticos. Asimismo, la distancia hace que en cada trayecto seamos conscientes de la transformación no solo física, sino también social de nuestra ciudad. Tal vez por esta razón existe tanto por escribir sobre El Alto. Como señala el autor: «no es el fin del camino», todavía queda mucho por narrar.
Ciudad de México, marzo de 2023
Fuente: Ecdótica