Por Liliana Carrillo
Atrapar con redes para mariposas el lenguaje “chojcho” que vive y colea en las periferias paceñas: ese fue su secreto. Construir con esa oralidad cuentos emblemáticos que desafiaron a la “alta literatura” y desubicaron a la academia: ese fue su trofeo.
Adolfo Cárdenas Franco (1950-2023) era, ante todo, escritor. También fue dibujante enamorado del cómic, revolucionario comprometido, administrador de empresas sin vocación, entusiasta hacedor de revistas, querido profesor universitario, bohemio explorador de la noche e inventor del “Renecito”, que aún hoy congrega a sus cófrades en el único preste literario mundial. Fue también un hombre afable e irreverente con ganas de reír y de enseñar.
Bastaría el cuento Chojcho con audio de rock pesado (1992) para que Cárdenas tuviera un sitio de honor en el podio de la literatura boliviana (el Chojcho y esa joyita titulada Con pocisión: El feriado de Todosantos, en la que aparece Virginia Parihuancollo, alumna de 4to. Azul); pero aún iba a llegar Periférica Blvd. Entre Saenz y Viscarra como inventores literarios de La Paz está Cárdenas, periférico, y en el perfecto centro.
Su primer libro Alaxpacha (1983, premio Atlántida) se publicó en Argentina y siguieron: Fastos marginales (1989), El octavo sello (1997), Doce monedas para el barquero (2007), Tres biografías para el olvido (2008), El caso del Pérez de Holguín (2011), Vidas y marginarias (2017), Ópera Rock-ocó (2019) hasta El Chaco y después, el compendio de cuentos de la guerra que presentó el año pasado.
Y a mitad del camino, resplandeciente, su única novela: Periférica Blvd, (2004), un relato policial (urbano, paródico, marginal) que se convirtió en un clásico contemporáneo y llegó al comic y al teatro.
La crítica destaca “el barroquismo” en la obra de Adolfo Cárdenas; el proceso que ha convertido el habla popular paceña en literatura sin hacer concesiones ni cometer traiciones; el lenguaje que, sabido es, crea mundos con voz propia. Y tiene razón.
“Mis pretensiones de habla cotidiana son muy alambicadas como contrapropuesta a lo que escribo que es un lenguaje horroroso” –me advirtió en una entrevista de las varias que mantuvimos y que nos servían de pretexto para reír–. “Hay que entender que toda ciudad es un crisol lingüístico, y La Paz es el ejemplo. Conectarse con los diferentes lenguajes de la ciudad implica reconocer su mestizaje lingüístico y si tu objetivo es imponerte un círculo de lectores más amplio, debes intentar hablar la jerga que ellos conocen. Pero no es imitación del plano oral; es trabajo en el plano textual. Es un objetivo estético más que antropológico”.
Ahora que Alf se ha ido, tan repentinamente hace una semana ya, desordeno fragmentos de esas charlas para que –ojalá– nos ayuden a menguar el amartelo.
Chojchos y periféricos
Con 20 años, Adolfo había decidido “como un caballero templario”, asumir la pobreza en términos de un juramento: “todo por la estética”. Así lo contó en una entrevista para la revista Alejandría: “En los 70 estaba, yo creo, el fenómeno político de por medio: había la ilusión de un Estado ideal donde obviamente quien más se comprometía era la juventud. Cuando tienes veintitantos años no estás pensando en tu estabilidad económica ni mucho menos, tienes el resto de la vida para ello; por eso si te dicen: ‘haremos guerrilla’, dices: ‘meta’”.
En esos años, Alf estudiaba Administración de Empresas; eventualmente –durante los períodos de cierre de la Universidad por una seguidilla de golpes y contragolpes– traía mercadería de Argentina y, con especial dedicación, exploraba los márgenes de la ciudad en la que había nacido dos años antes de la Revolución del 52. Su padre era un conocido movimientista –Adolfo Cárdenas Dick a quien todos llamaban Dick Cárdenas– y su madre, Raquel Franco, una “empedernida lectora”.
“El corto verano udepista ha servido para que todos los grupos culturales que han vivido ese momento descubran la realidad boliviana en su cotidiano, ya no dentro de la fenomenología sociológica o política. Entonces ha sido todo un grupo –René Bascopé, Humberto Quino, Jaime Nisthauz, alguno más– que hemos empezado a buscar otras estéticas en las periferias cercanas. No es extraordinario. Jaime Saenz ya había dado alguna pauta a partir de su novela (Felipe Delgado, 1979). Seguíamos ese gesto de tratar de reconocer la ciudad desde otra óptica, otra perspectiva y la fórmula era reconocer ese margen. Entonces, sí, se descubren esas chinganas, esos aguantaderos, esos lugares que sirven de material para una literatura”, sostuvo entonces.
Los de su generación se reconocen: juntos exploraron y reinventaron una ciudad. En otra entrevista, ésta a cuatro manos con el poeta Humberto Quino, realizada en el Cementerio General una tarde de 2006, Adolfo dejó clara una premisa: “El gran deber de la amistad de un escritor con otro escritor es leerse”.
Narrador y poeta contaron entonces cómo en 1984 un grupo de jóvenes escritores –además de ellos, Julio Barriga, Jorge Campero, Germán Montaño, Reinaldo García– irrumpieron en un solemne homenaje a monseñor Quiroz, histórico director de Presencia literaria. La protesta terminó con la comparecencia de los rebeldes ante un juez en las celdas de la Policía, Una reprimenda fue el castigo a lo que el magistrado consideró “sólo un asunto cultural”.
Recordaron también las revistas, casi artesanales, que hacían sin plata pero con ganas de contagiar literatura: Vidrio molido (1983), Yungas (1985), La Taba (1990) … Eran otros tiempos.
Joyce con rock pesado
Otra cita periodística me llevó a visitar a Cárdenas en 2013, en vísperas del homenaje que el escritor iba a recibir en la Feria del Libro. Había conocido su casa muchos años antes, cuando los alumnos del Taller de Cuento de la carrera de Literatura invadíamos su biblioteca para pasar clases. En el estante había ejemplares nuevos, pero no opacaban a aquellos antiguos que ojeé alguna vez y que, irremediablemente, me remitían a Alf: una edición empastada de Ulises de Joyce; la colección completa de las Aventuras de Sherlock Holmes de Conan Doyle.
Así fue esa charla:
Algunos críticos han sugerido que eres el “Joyce boliviano”, ¿qué te parece?
A los bolivianos siempre nos gusta buscar referentes extranjeros; tenemos hasta nuestro Bukowski, pero creo que hay en ello un gesto no necesariamente veraz si no de humor e ironía.
Otros han dicho que con Chojcho y Periférica Blvd., obras en las que dos agentes policiales venidos a menos intentan resolver un crimen de pandillas, has inventado “el policial a la paceña”.
Lo que yo quisiera que se entienda es que lo que hago son parodias de la literatura policial, a partir de un entendimiento de que la literatura policial no es posible hoy porque implica posiciones antagónicas, del bien contra el mal. En nuestro medio establecer esas valoraciones no funciona porque no sabemos en qué momento estamos haciendo bien o mal, a veces hacemos mal por hacer bien. Hay una serie de parámetros que hacen que lo policial no sea posible en este mundo caótico y corrompido; eso no quiere decir que no se lo pueda hacer aunque los mundos policiales de algunos jóvenes escritores no son muy verosímiles, no obedecen a una realidad real.
Esa parodia, en todo caso, ha sido un best seller nacional y figura en estudios académicos como ejemplo de ruptura en la tradición literaria boliviana.
A ver… En un tratado de estética. Georg Lukács decía que un reflejo, así le llama él, que podría acercarse a la obra de arte tendría que mantener el equilibrio entre lo que se entiende comúnmente y lo que entenderían las clases ilustradas. Si se logra ese equilibrio probablemente lo que se ha hecho podría estar cerca de lo que se considera arte, ¿no es cierto? Me parece haber aplicado por lo menos inconscientemente esa regulación en el Chojcho y Periférica. Por otro lado, también soy un admirador profundo del realismo socialista, de toda la teorética que ha encarado la cultura como una propiedad de todos que debe llegar a todos.
Como escritor has influido en generaciones de narradores que retoman la oralidad marginal en su obra ¿qué opinas de ellos?
Si le preguntaran a Joyce qué opina de sus discípulos, seguramente el diría: me parecen una huevada. A mí también, sobre todo algunos chicos que consideran que escribir equivale a textualizar el habla, en ellos no creo que haya un trabajo real de lenguaje, simplemente le meten lo cotidiano. Pero algunos buenos hay.
Y después…
En julio pasado, Adolfo Cárdenas presentó con 3600 –la editorial que lo acogió las últimas décadas– El Chaco y después. Iba a ser su último libro.
El compendio reúne nueve cuentos, ambientados durante y después de la Guerra, en dos partes: Alajjpacha, Chacharcomani, Sepulturas, Operación Rosita y Felicitas, en la primera; El hombre que supo amar, Tío Humberto, La brigada fantasma y Victoria, en la segunda.
Era una deuda pendiente para el autor: “Este libro es un pálido homenaje a la memoria de esos dos grandes (Augusto Céspedes y Óscar Cerruto) y por detrás de ellos a todos lo que poetizaron esa guerra innoble: a Jesús Lara, Adolfo Costa Du Rels, Raúl Leytón, Raúl Otero Reiche”, escribió en la nota preliminar, antes de que las voces de soldados, de mujeres combatientes y de huérfanos guíen las historias.
En esa presentación en la Casa del Poeta, Adolfo comentó que trabajaba en otros relatos, uno de ellos la biografía novelada de un personaje que también habitó los márgenes paceños. “Hace diez años que la vengo anunciando. Siempre he creído en el escritor investigador y cada vez aparecen más datos y fiel a ese estilo que me han colgado, que es el barroco, debe ser mucho más consistente la cosa. Ojalá no sea una obra póstuma”.
Estos días, la prensa informa que el autor de Periférica Blvd. ha dejado varias obras inéditas. Una de ellas, la novela Apología de Sócrates sobre la llegada de rebeldes kataristas a los Yungas y también dos compendios de cuentos. Y, sí, serán obras póstumas.
Vuelvo a aquella entrevista de 2013, en su casa, en vísperas del homenaje que Cárdenas iba a recibir de la FIL. Se ha sumado a la charla su compañera de vida, Sonia Luz Amusquivar, y le recomienda: “No vas a agradecer muy cortito”. Con risa pícara, Alf sube el volumen del rock que suena de fondo y remata: “Sólo voy a decir Gracias totales, como el Cerati”.
Fuente: Letra Siete