Por Anneliese Siles
En 1942 la editorial Juventud de la ciudad de La Paz se encarga de publicar Novelas Cortas, de Adela Zamudio (Cochabamba 11 de octubre, 1854 – 2 de junio, 1928). Libro póstumo compuesto por 10 cuentos y dentro del cual encontramos a “Noche de Fiesta”, el octavo cuento.
“Noche de fiesta” narra la trágica historia de Taruca, una niña de 12 a 13 años, perteneciente a una comunidad valluna detrás de la Recoleta, y quien un domingo 3 de mayo, durante la “fiesta de la Cruz” muere a manos de su padre. Taruca vestía de fiesta, como describe la narración; cara lavada, camisa limpia y pollera nueva. Es el amanecer y ya se escucha la música de una banda que suena a lo lejos, es hora del misachicu de su abuelita-madrina. Zamudio comienza así su cuento, describiendo el paisaje valluno cochabambino, el cielo con su pálido celeste, dando paso a los primeros rayos del sol hacia las cumbres del Tunari. Hoy es un día de fiesta, la procesión va pasando por el puente, regresando de la Recoleta, acompañados por la música y los petardos. Taruca se reencuentra entre la multitud con su madre, quien le entrega un pañuelo de algodón color rojo y azul y la alegra con una torta y un quesillo, Taruca inocentemente retorna con sus vacas y borricos hacia el prado, donde los había dejado. Zamudio describe la alegría infantil de Taruca en los detalles, en la intimidad secreta de guardar su golosina, entusiasmada por comérsela bajo el molle, envolverse el pañuelo en su cuello, y la promesa de un plato de merienda para su madre; “¿qué más felicidad?”. Taruca era hija única, hace 4 años que había perdido a sus 3 hermanos a causa de la viruela, la cual se había llevado a “miles de cuerpecitos consumidos por el martirio”, y a quienes sus madres se habían rehusado a hacerlos vacunar, por el rumor de que “la vacuna era la causa de la epidemia”. El contexto de la fiesta, como toda fiesta valluna, como el carnaval y el derroche, es no menos importante. El pueblo se encontraba dividido por la presión de las fechas de elecciones entre los partidos políticos conservadores y liberales, y la fiesta enardecida por la actitud de los sufragistas de ambos partidos. Por un lado los conservadores frenéticos organizaban su comitiva divulgando por las calles su triunfo, y los otros, junto con los estudiantes liberales, sumidos en coraje iban a su encuentro. Mientras unos gritaban “abajo los compradores de conciencias” los otros gritaban “viva la religión, viva el derecho”. Así se vivía y se vive aún la fiesta y el carnaval, como dirá Zamudio más adelante “la orgia en todas partes fue la misma: desenfrenada, cínica, brutal”. Y Taruca, símbolo de la infancia que observa siempre en silencio aquello por lo que los adultos parecen estar sedientos a menudo, ya sea el poder, la guerra o la fiesta, no comprende lo que son las elecciones pero sabe que su padre “vencedor o vencido, llegaría a su casa borracho y malhumorado”. Se hace de noche y la intuición de Adela Zamudio parece guiar la narración. Taruca y su amigo Hilacatu se ven envueltos en medio de un revuelo de los animales, el novillo de Hilacatu suponía un peligro frente a la “tropa” de Taruca, quienes con un mugido provocaron que ese momento de la historia acabe con la perdida de uno de los borricos de la niña en cuanto los animales huyeron, y ella no pudo más que amarrar a los que habían sido apaciguados. Tras una larga búsqueda Taruca no pudo encontrarlo, entre llantos y desesperación, amanecía con las campanadas de la primera misa.
A Adela Zamudio su empatía la hizo escritora, es lo que leí por los rincones del internet hace tiempo, y estoy de acuerdo, pues sus relatos no nos ofrecen una “escapatoria” o el disfraz de la verdad ante su similitud con la realidad, más bien nos obligan elegantemente a ser testigos de los hechos. Lo que seguiría a continuación es el terror de un burro escapando de la revuelta y el frenesí de los animales, de su propio grupo, mientras la pastora lo buscaba, también ansiosa. Y la historia de un padre furioso y embriagado que llega enterado de la situación en su hogar, contento ahora porque ha hallado el motivo para desahogarse de derrotas pasadas, es una historia que vemos ocurrir muy a menudo, y el final, lamentablemente, también.
Zamudio dedica las dos últimas páginas del cuento a la realidad de los hechos, titulando el acápite como “Abusos criminales”, el titular del periódico de la mañana siguiente, leído por un joven a su patrón, anunciando los sucesos de la noche anterior, por lo cual el patrón piensa “La chicha de ayer sigue haciendo su efecto (…)”.
Zamudio, como se escribe en el ensayo “Adela Zamudio: La gesta por la sororidad” de A. Laguna Tapia, intuye en su contexto y diagnostica póstumamente que “hay algo de falso en los valores y en los principios de la sociedad fraternal, en especial, en la interacción entre lo masculino y lo femenino”. Esto se evidencia en Noche de fiesta cuando al enterarse la abuela de Taruca que Don Pedro, su hijo, estaba matando a alguien, la señora pensaba continuar sus actividades asumiendo que se trataba de su nuera, pero al oír “A Taruca”, ella corre arrebatada a su tardío socorro. Don Pedro Zurita huye, perdido en las huertas como el borrico, y no se vuelve a saber más de él. La autora finaliza el cuento como bien sabe que finalizarán todas las historias parte de nuestra realidad; bebiendo para olvidar, “la suegra hizo traer chicha y mando cocinar allí mismo. Zurita no volvió.” Taruca yace en el ataúd bendecido por el cura quien luego, es cuestionado por un joven patrón quien le pregunta si es cierto que Zurita mató a palos a su hija, y exclama el cura que aquello es falso, “la chica ha muerto de congestión. Me consta.” Finalmente, la niña es enterrada, se sirven los cantarillos de chicha vaso tras vaso y se clava una cruz de palo con un cartón donde dice “Teresa Zurita”. El cuento es una trágica historia, pero no sin antes rendir homenaje a las dos caras del carnaval o de la fiesta y costumbres parte de la cultura boliviana. La primera cara es la que todos vivimos o presenciamos, la que hace más bulla, con petardos, banda, alcohol, es la misma que a menudo conduce a la otra cara hacia el trágico final. “La otra cara” es la cara inocente, a la que el amanecer espera, la que se arrebata por los excesos, la que contempla a la primera cara debajo del molle comiendo sus golosinas, amarrando su pañuelo al cuello, con la promesa de una merienda o puchero para su mamá, ¿qué más felicidad?
Fuente: La Ramona