Por Mabel Franco Ortega
Cuando habla, parece que las ideas circulando por su cabeza se hicieran visibles, tocables. Como si el mecanismo de la producción de conceptos estuviese al alcance de quien la mira y la escucha. Las palabras que usa, cómo las enlaza y enfatiza así lo hacen sentir. Sabe mucho, mucho, como resulta evidente, pero la serenidad con que exterioriza eso que sabe la mantiene como una interlocutora generosa. Puede ser que tú sólo atines a decir “Ah”, “¿En serio?”, “¡Qué interesante!”, pero esta Vicky te escucha y tú te convences de que estuviste a su nivel en la charla.
Reilona, diríamos los paceños. Risueña, diría el diccionario. Su lindo rostro moreno conquistó cierta vez al camarógrafo de un canal que, en una mesa de varios que hablaban sobre el Movimiento para seguir soñando, para seguir sembrando –del que ella fue parte vital-, se detuvo en la Vicky; se congeló en los primeros planos de ella sin importar que fuese otro el orador de turno. Su sonriente rostro de mujer gordita, como a ella le gusta ser, no la delgada a la que la obligó cierto periodo de enfermedad. Eso es amarse por encima de las presiones de la moda.
Estudiosa de la literatura, lectora, escritora, la Vicky fue dirigente universitaria de izquierda. Antes de sus 20 años estuvo presa durante la dictadura de Banzer y se escapó por un pelo llamado Víctor Hugo Viscarra de ser la víctima de García Meza. Por eso su amistad inquebrantable con el escritor de la calle, por eso su lealtad para no llenarlo de loas, sino para impulsarlo a que ese su don para traducir en letras sus vivencias adquiriese un nivel literario. Eso es ser amiga.
Alguna vez, en plena crisis de dinero, se animó a contrabandear relojes, contó como anécdota tragicómica. Pasó tremendo miedo ante los agentes de aduana mientras que a las otras personas en similar trance no se les movía ni un pelo; por suerte, la mercadería pasó y pudo venderla. La cena con la que festejó el logro, junto a su familia, se comió las ganancias y el capital. No cualquiera puede ser comerciante, decía valorando a las que saben serlo. Eso es reconocer los propios límites.
Madre de dos hijas, la Vicky confesó hace poco tiempo lo que demasiadas mamás tratan de esconder, sobre todo para ellas mismas: que están listas para volver a vivir solas, que ya han cuidado, que quieren dormir sin preocuparse por si esas hijas volvieron de la fiesta, por si limpiaron lo que derramaron. “Si no se van ellas, me voy a ir yo”, sentenció muy seria. Eso es escucharse.
Así es Virginia Ayllón Soria. De su feminismo, de su anarquismo, de su producción intelectual, que hablen los otros, las otras. La Vicky es fascinante también en la charla cotidiana. Se me ocurre que así han debido serlo aquellas bolivianas que sus investigaciones han ido devolviéndonos: Adela Zamudio, Hilda Mundy, María Virginia Estenssoro… Pero, un ratito, qué son pues estos trozos de cotidianidad que salen aquí casi como infidencias si no el reflejo de su capacidad de producir, de su anarquismo, de su feminismo. Es que la Vicky es nomás la coherencia andante.
Fotografía: Claudia Daza
Fuente: www.revistarascacielos.com/