Por Paura Rodríguez Leytón
Cerro, palabra que en su morfología es breve, en su sonido cae seca y contundente; en su cotidianidad no es novedosa y más bien suena tosca y usada; demasiado familiar y sencilla. Vulnerable a pasar por el ojo simplón de una mirada reduccionista. Sin embargo; en el caso de cerro como sustantivo que da nombre al poemario de Juan Cristóbal Mac Lean, se ha activado el toque esencial de la poesía, el de dar un nuevo brillo a una palabra. Ha ocurrido que el lenguaje ha recuperado un pequeño puñado de sílabas como si se tratara de unas semillas listas para brotar y brillar.
Cerro, es la inmersión a los más antiguo, a la geografía misma de la tierra, a las líneas de la geología y a sus lenguajes terrosos, pétreos, acuosos, vegetales y animales que nos hablan desde y del origen mismo, de ese que solo se puede intuir, pues al final nada se sabe. También es una excursión por la memoria personal.
La mirada asombrada de la poesía puede permitirnos atisbar una respuesta a esta pregunta que inicia el libro con un epígrafe de John Ruskin: “¿Estamos entonces en una primera tierra cuando nacemos o ella es, con toda su belleza, sólo la ruina o el naufragio del Paraíso? Además de ser la clave para emprender la lectura de Cerro, este probablemente sea el cuestionamiento permanente en la labor creadora de Mac Lean.
Cerro concentra las grandes preocupaciones del poeta, y condensa su escritura de manera armónica con sus trazos plásticos y visuales, sus reflexiones filosóficas; además de su oficio de traducción. Si pensamos gráficamente y tratamos de entender la escritura de Mac Lean como una pequeña maquinaria, podríamos decir que Cerro se ubica como el engranaje central en su creación poética. Sin ser reiterativo, sigue la línea iniciada por los anteriores poemarios y al mismo tiempo dialoga con sus ensayos y sus crónicas.
Este diálogo (en el que habla el pintor y el poeta) se encuentra plasmado, por ejemplo, en los poemas de Cerro dedicados a recordar las aquellas montañas que formaron parte de la obra de grandes artistas como Paul Cézanne y el chino Shitao. Para ambos, las montañas eran una presencia fundamental para su creación, un espacio de aprendizaje, de observación, un lugar de descubrimiento de las luces y las sombras y por tanto de los colores y su sinfín de tonalidades a lo largo del día y de la vida.
El único trazo del pincel/ establece/ los principios internos de la colina y el abismo/ y cómo en la montaña se encuentran hasta el infinito/
Nos remite Mac Lean a las reflexiones de Shitao (1600-1700) que, junto a otros poetas y artistas de su tiempo, transcurrían su vida en un permanente viaje por las montañas.
Lejos en tiempo y geografía, en la Francia del siglo XIX, estaba Cézanne a quien le habitaba el mismo deslumbramiento por las montañas; no en vano, cada mañana cargado de su caballete y su mochila de pinturas, emprendía camino hacia la montaña de Saint Victoire.
El solitario y genial Cézanne: aquel “artesano del ser”, tiene como uno de los capítulos fundamentales de su historia, sus largas y reveladoras caminatas por aquel cerro.
Mira la montaña cuando/ grandes nubes pasan la sombra tiembla/ en las rocas quemada absorbida/ por una boca de fuego/ sombra cóncava sombra convexa/ el dibujo del mundo se hunde/ se derrumba como una catástrofe/ y la montaña de Saint-Victoire flota…
En otro libro de Mac Lean, Cuadernos, en el ensayo Pensamiento, pintura y génesis del sentido, los poemas de Cerro vuelven a su cauce, pues al parecer, es la misma fuerza de pensamiento la que los impulsa a existir.
En este texto, Mac Lean reflexiona sobre el arte, sobre su verdadero sentido y sobre su situación actual. Son evidentes su admiración y su nostalgia por el tiempo de las magníficas montañas de Shitao y el silencio que daba paso a la reflexión; ahí surge la angustia pues parecen haber desaparecido.
Aunque el texto se refiere concretamente a la pintura, sabemos que la mirada de Mac Lean, va más allá, de una toma microscópica, pasa a una telescópica y así, al buscar luz sobre el arte y su destino, está preguntando sobre el propio destino del ser humano.
“…Los fuegos de hoy en día ya no parecen ser fuegos –y eso si los hubiera. Bajo el neón global de un mundo sobre-iluminado, ¿tendrá esta nueva luz humana eléctrica, algo que hablar con aquellos fuegos? (O yendo más allá y al margen: habiendo conquistado el fuego, ¿lo habríamos echado afuera o lo perdimos ya? ¿Qué querría decir eso en el alma?”.
Fuente: Letra Siete