Por Homero Carvalho Oliva
Cuando leí el título Los hacedores de ruinas que me envío Altaír Ankari, supe que tenía un muy buen libro entre las manos. Su autor eligió un hermoso, poético, así como sugerente título para su libro, el que en sí mismo es una historia, un tema, un poema y, por qué no, una premonición.
Me hizo recuerdo a un microcuento mío titulado ‘La creación’, en el que señalo que, en su bondad, el Creador todas las madrugadas vuelve a crear todo de nuevo hasta las ruinas, para hacernos creer que el mundo es antiguo.
Detrás del seudónimo Altaír Ankari nos observa David E. Trigo Rodríguez, arqueólogo boliviano, apasionado por las leyendas gráficas prehispánicas, la narrativa colonial y actual, por tanto, el libro despertó mi curiosidad y lo leí en menos de una hora, para luego releer algunos de los textos incluidos.
Los hacedores de ruinas, incluye en cuento propiamente dicho, ‘Las Ruinas’, once cuentos breves y/o microcuentos y un poema dedicado a Jaime Saenz, sí, al gran poeta y escritor paceño.
A propósito de los microcuentos recordé una conversación que sostuve con David donde, en uno de los mensajes escritos, afirmaba: “hace años leí en un libro de Nietzsche que se proponía escribir en una frase lo que a otros les tomaba escribir un libro. Años más tarde conocí la obra de Monterroso y me quedó claro que había grandes escritores que habían logrado tan ambicioso proyecto”, y así fue que Altaír comprendió que la literatura no es cuestión de extensión sino de intención y, sabemos, que de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno, por eso mismo este escritor trabaja sus narraciones hasta decantarlas, hasta que la intensidad sea el corazón de su escritura.
El cuento ‘Las ruinas’ por su estructura de múltiples lecturas, juegos inter e hipertextuales, también puede considerarse una novela corta; en esta narración es evidente el homenaje a Jorge Luis Borges y puedo afirmar que el discípulo sale del laberinto borgiano con mucha solvencia, porque conoce su oficio de narrador, conoce las palabras que necesita para evocar y convocar imágenes, hechos y sucesos.
Respecto a las microficciones Altaír/David conoce el oficio de decir mucho en pocas palabras, sabe que en su escritura no interesa tanto lo que se escribe como lo que no se escribe, importa mucho más lo que se deja de decir, lo que se sugiere, porque allí está el verdadero universo narrativo y este requisito está presente en cada uno de los micros de Los hacedores de ruinas.
De muestra un botón que, a su vez, puede develar el enigma de los hacedores, en el cuento ‘El mimo’ el autor nos advierte que si vivimos en una ficción de prisión es probable que la libertad también sea una ficción, entonces es probable que, por eso, vamos creando historias, para desnudar la mentira o creer en la ilusión de vivir. ¿No seremos una ruina inventada por nosotros mismos? ¿Quién sabe?
Fuente: editorial Nuevo Milenio