Por Jorge Eduardo Arellano
(Texto leído el 21 de septiembre de 2022 en el Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica)
Tardía, pero auténtica y consistente, la vocación novelística del doctor en Economía Francisco J. Mayorga (León, Nicaragua, 1949) constituye uno de los ejemplos más notables de la creación literaria durante las dos primeras décadas del siglo XXI. Surgida en la prisión de Tipitapa, donde fue conducido por nuestra política artera, se ha concretado hasta hoy en cinco obras significativas, merecedoras de justas recepciones críticas.
No es fácil concebir y ejecutar la empresa de una novela histórica. No es para cualquiera realizar lo que implica una paciente tarea: el control y dominio de una prosa retóricamente adecuada y el manejo sostenido tanto de la ficción como de los hechos históricos. Y el doctor Mayorga lo ha conseguido en La puerta de los mares (Managua, LEA ediciones, 2002. 295 p.), El Hijo de la Estrella (Ibíd., 2004. 482 p.), El Filatelista (Managua, Ediciones Albertus, 2014. 409 p.), Cinco estrellas (Ibíd., 2016. 295 p.) y Memorias de Somoza / Una noche con la muerte (Cochabamba, Bolivia, Editorial Nuevo Milenio, 2020. 183 p.).
Relación ejemplar entre el Poeta, el Autócrata y el Canal
La puerta de los mares fue su tarjeta de crédito como novelista, la demostración de que no existe cárcel alguna capaz de someter el ánimo creador, de extinguir los vuelos de la imaginación. En esta extensa novela, legible por su amenidad cohesionadora, Mayorga centra su trama en ese residuo de la fantasía de nuestra nación incompleta que es el mito del Canal. Documentada suficientemente, el autor enlaza la paradigmática figura de Rubén Darío y la del autócrata militarista José Santos Zelaya con la del Canal. Catorce son sus capítulos, iniciado cada uno con la indicación de los años (de 1894 a 2016) para delimitar una secuencia cronológica que ubique al lector. Al mismo tiempo, cada capítulo va precedido unas veces de fragmentos poemáticos y otras de textos completos otras, cuyo autor es Darío; sin embargo, Mayorga ––familiarizado con todos ellos–– no lo estimó necesario consignar.
Técnicamente, La puerta de los mares asimila elementos de la Nueva Novela Histórica estudiada por el crítico estadounidense Seymour Menton en su clásico libro de 1993. Uno de ellos es la distorsión consciente de la historia mediante omisiones, exageraciones y anacronismos; otro: el recurso de la intertextualidad, de moda entre los teóricos y los propios novelistas desde hace varias décadas. Ambos articulan esta novela. Su título ¿no procede del lema “De dos mares aquí está la vasta puerta”, estampado en el Correo del Istmo, periódico de León editado en 1850. Espero que sí. Otro elemento que la define es el recurso del lenguaje cinematográfico. En realidad, su estructura original da la impresión de haber partido de un guion que el novelista desarrolló al máximo, aportando elementos autobiográficos como su experiencia parisina (como intelectual cosmopolita, el doctor Mayorga tiene su “París”) y profundo conocimiento de su León natal.
En este sentido, hereda la tradición civilista de los doctrinarios leoneses enfrentados a la personalidad autocrática del general Zelaya, de quien Mayorga traza la más contundente diatriba que ha recibido, en términos de ficción, este caudillo distorsionador de la herencia liberal de Máximo Jerez. Igualmente, critica a otras personalidades leonesas, concretamente políticas, que la misma historia ha terminado de poner en su lugar. Pero la morosa descripción de su microcosmos solariego se impone y alcanza niveles de trozos antológicos. Uno de los numerosos ejemplos es su lección de finanzas, impartida a través de “Mayorguita”, al gabinete del presidente provisional Francisco Baca hijo, emisor del único caso de moneda obdisional en Centroamérica con los billetes del ex Banco Agrícola Mercantil, fundado en León por Leonardo Lacayo en 1888.
Otro ejemplo memorable es el perfil del prócer Rigoberto Cabezas (1860-1896), a quien naturalmente encomia, retrata en su dignidad patriótica, relata su romántico noviazgo y describe su triste entierro. Pero Mayorga establece una novedad interesante: el autor intelectual de la hazaña nacionalista de Cabezas (la llamada Reincorporación de La Mosquitia) es el poeta inglés Oscar Wilde (1854-1900). También le sirve al autor de La puerta de los mares para proyectar su affair:
La murmuración [de la nobleza inglesa] es su deporte favorito. Por eso fue capaz de ordenar al juez que me condenara a la cárcel sin tener ninguna base legal para hacerlo. Sin embargo, esos dos años en la cárcel de Reading fueron muy aleccionadores para mí. Comprendí que había una mayor corrupción que la de los oficiales de aduanas en las colonias británicas. Su vocación no es la ley, mucho menos la justicia. Su principal preocupación son los valores de la Reina Victoria. Asegurar con sus sentencias que nada cambie, que todo permanezca como está ahora (p. 102).
Siguiendo a Menton, La puerta de los mares posee también otros ocho elementos más de la Nueva Novela Histórica latinoamericana: unidad orgánica, tema trascendente, argumento o fábula interesante, caracterizaciones acertadas de los personajes, constancia de estructuras y técnicas estilísticamente apropiadas, lenguaje creativo y originalidad. Por algo el crítico nicaragüense Ignacio Campos Ruiz, en su tesis doctoral Ficcionalización (auto)biográfica de Rubén Darío en la novela centroamericana: entre la construcción mítica y su deconstrucción (Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, 2011) le consagró un análisis prolijo. En La puerta de los mares ––concluye––, “Darío funge de modelo del intelectual ante los problemas de la nación y la necesidad de esta de articular lo identitario. En este caso, se trata de una versión del Darío remozado y disciplinado”.
De ahí que yo la prefiera mucho más que la esperpéntica Margarita está linda la mar (1998) de Sergio Ramírez ––máximo detractor de Rubén Darío y no solo en su oficio de novelar–– e incluso que la del escocés Jean Gibson, muy fiel a la autobiografía del bardo: Yo, Rubén Darío / Memorias póstumas de un rey de la poesía (2003). En suma, el mayor logro de La puerta de los mares es haber plasmado una relación ejemplar entre el Poeta, el Autócrata y el Canal.
Prospección recreativa en el mestizaje de la América ladina
En El Hijo de la Estrella, el doctor Francisco J. Mayorga acomete una segunda novela histórica. Vastísima, si bien altera fechas y hechos, no abusa de la consciente distorsión de la historia mediante exageraciones y anacronismos. Es decir, recurre equilibradamente a los elementos que definen, entre otros, la Nueva Novela Histórica de nuestra América. En su referido estudio sobre la materia Seymour Menton analizó 367 obras representativas de esta corriente, publicadas entre 1979 y 1992. A ellas, hay que sumar otra buena cantidad aparecidas después: las de, por lo menos, cuatro nicaragüenses: Sergio Ramírez, Ricardo Pasos, Julio Valle-Castillo y Jesús Miguel Blandón; pero El Hijo de la Estrella supera muchas precedentes por su concentración temática (la saga del mestizo Juan de Santiago Padilla y Tenamitl y su familia), temporal (circunscrita a la primera mitad del siglo XVI, tanto en España como en la provincia ultramarina de Nicaragua) y la trascendencia de su logro: la prospección recreativa en el mestizaje como factor constitutivo de la identidad nicaragüense.
Por eso ya señalé en la contratapa de ese novelón excepcional, que pudo y debió ser escrito por uno de los integrantes del movimiento granadino de vanguardia. En efecto, desde la perspectiva generacional, esta tarea le correspondió ejecutarla ––dado el contenido de la ideología mestizófila que desplegaban–– a José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra o Joaquín Pasos. De hecho, unas páginas del primero ––datadas de 1934 –– fueron una especie de esbozo y un logrado poema del segundo (perteneciente a La ronda del año, 1988), resultó una aproximación diacrónica no del mestizo, sino del “indiano”. De ahí que la originalidad de Mayorga, en su novela, resulta admirable en más de un sentido.
El Hijo de la Estrella se centra en su protagonista inventado, o sea, ficticio. Mas describe e interpreta muchos otros personajes que son históricos. Asimismo, Mayorga cumple con dos elementos de la Nueva Novela Histórica de nuestro idioma: la reescritura y el retrato sui generis de las personalidades destacadas: las de María Arias de la Peñalosa, fray Bartolomé de las Casas y Antonio de Valdivieso, los Contreras (el padre y los dos hijos: Hernando y Pedro, cuya imagen deambulante y fantasmagórica es trazada por el autor con maestría).
Otros dos rasgos de El Hijo de la Estrella ratifican su carácter de Nueva Novela Histórica: los recursos técnicos de la intertextualidad y la metaficción. Si la primera se constata en la utilización del diálogo, del cual se apropia, entre el cacique Nicaragua y el conquistador Gil González Dávila; la segunda lo expone en su “Presentación”. El novelista Francisco J. Mayorga simula haber localizado, en el Museo Naval de Madrid, una “correspondencia bien ordenada y lo que parecía ser el diario de un hombre, documento manuscrito que supuestamente actualiza en su ortografía, anota y completa, inscribiéndose en la tradición de las novelas más consagradas del mundo entero, como Don Quijote y Tristam Shandy del escritor irlandés del escritor irlandés Laurence Sterne (1713-1768).
En fin, El Hijo de la Estrella es una novela-planeta, no satélite y literariamente se remonta al inca Garcilaso de la Vega (Cuzco, Perú, 1540-Córdoba, España, 1616), primer escritor mestizo de la América ladina, ámbito identitario en el que se sustenta y ubica, cuyo pathos inspira al doctor Mayorga para continuar siendo un novelista diestro, moderno y de largo aliento.
Ficcionalización ucrónica del Gran Canal
Por su parte, El Filatelista consiste en una ficcionalización ucrónica del Gran Canal, temática entonces de actualidad, polémico y bastante debatido. Pero su autor ya no lo asedia con desmedida imaginación y trasfondo mítico, como lo había desplegado en La puerta de los mares, o sea, inventado las gestiones diplomáticas de Rubén Darío en París a finales del siglo XIX. Ahora lo aborda como especialista en la viabilidad técnica, económica y financiera del megaproyecto; ahora Mayorga apuesta en la posibilidad real de que su construcción finalmente ocurra.
Por eso considero El Filatelista, aunque no exclusivamente, una novela-ensayo, inscrita en la tradición de la narrativa centroamericana iniciada por el guatemalteco Máximo Soto Hall (1871-1943) con El problema (1898) y La sombra de la Casa Blanca (1927). Como en ambas obras pioneras, la del doctor Mayorga se caracteriza por su ucronía. Los hechos presentes y futuros que registra se manifiestan como una realidad alternativa. Y este es su mayor logro.
Además del conocimiento a fondo sobre el renovado proyecto del Gran Canal, gravita en esta novela el de la afición filatélica. Un experto estadounidense en dicha afición, Fred Justings, figura desde Mezquite en Nevada, como tutor de Carla Porter. Esta es una abogada corporativa de 32 años que labora en un bufete de Nueva York, contratada para asesorar a un inversionista en Hong Kong, Liu Yaoping, negociador con el Gobierno de Nicaragua de una concesión para construir nuestro utópico canal interoceánico.
Un sello postal conecta a estos dos personajes principales: Fred, quien había encontrado y perdido el amor de su vida durante su experiencia de joven solidario con la Revolución Sandinista; y Carla, egresada de Harvard, enfrentando su drama existencial de soltera. Se trata de la famosa estampilla del humeante volcán Momotombo (y del puerto lacustre y terminal ferrocarrilero llamado también Momotombo) que en 1902 el agente francés del Canal de Panamá, Phillipe Buneau-Barilla había distribuido a todos los 90 senadores del Congreso de los Estados Unidos para descartar la ruta canalera por Nicaragua. Como es sabido, tal estampilla influyó para que el Senado gringo votara el 19 de junio del año citado a favor de la construcción del Canal por Panamá, en vez de por Nicaragua, con solo 8 votos de diferencia.
Desde luego, ambos conocimientos ––el canalero y el filatélico–– articulan la traman novelística a través de un completo dominio de los diálogos casi permanentes. Otro recurso corresponde a la pericia descriptiva tanto de los personajes (estadounidenses en su mayoría, pero también chinos y nicas, destacándose entre los últimos el simpático abogado Erasmo Areas) como los escenarios: Nueva York, Washington, Boston, Las Vegas (la Dyneslandia de los adultos), Managua, el norte del país y, sobre todo, León y su catedral. No en vano para el ensayista estadounidense Alfred A. Knopff, el símbolo visible más característico de la América hispana es la catedral alrededor de la cual se agrupa el núcleo urbano; y el de la América sajona, por su lado, la autopista.
El predominio de las tecnologías del siglo XXI se expone en la tercera novela histórica del doctor Mayorga, cuya trama abarca un viaje a Nicaragua de Carla y sus colegas, acompañando a Liu Yaoping (léase Wang Ying) y su equipo. Al final, Carla descubre la clave de sus raíces al enterarse que su padre no es otro que su tutor filatélico. En otras palabras, El Filatelista abarca una historia de amor, privilegiado en cinco de los veinte capítulos. Una historia de amor que tiene de trasfondo el León natal del autor (en concreto las aguas de Poneloya y Las Peñitas), imponiéndose en él su profundidad académica sin prescindir de su ya experimentada imaginación novelesca.
Emergencia del poder de Anastasio Somoza García
En Cinco estrellas, cuarta novela del doctor Mayorga, este demuestra una vez más su pericia en el género. Desarrollada en la Managua de 1931, durante los primeros cuatro meses del terremoto de ese año, tiene de protagonista al entonces subsecretario de relaciones exteriores, Anastasio Somoza García, dispuesto y decidido a imponer su ambición política en medio de la catástrofe. Como era de esperarse, su autor resuelve el principal problema de todo novelista: el manejo del tiempo; concibe una eficaz estructura, incorpora necesarios personajes populares (el teniente Santillana, Eligio el carpintero, La Licha y La Matancera, por ejemplo) y conserva el ritmo narrativo desde el principio hasta el fin.
Además, disemina muestras de erotismo maestro, a saber (lo advierte Jorge J. Jenkins): escenas de amor de pueblo y de gobernantes; amor de boca y de lanza plena; amor de pensión y de comedor; amorío de urgencia en la playa; amor sosegado de alcoba; amor de cine al ritmo de El Águila y el Nopal (film mexicano de la época), pasión de galope en el despacho presidencial, etc. Pero el mismo Jenkins reconoce que Cinco estrellas no es una novela esencialmente erótica.
Es mucho más. En principio, una indagación sicosocial acerca de la emergente figura política de Somoza García en el contexto del catastrófico acontecimiento. El funcionario del gobierno de José María Moncada, quien no estaba en la capital el día del terremoto ––un Martes Santo a las diez de la mañana––, es presentado por el doctor Mayorga demostrando una notable capacidad organizadora y exhibiendo muchas de las características que lo llevarían a fundar el único régimen autocrático y dinástico del continente. Aparte del protagonista, experto en el uso concupiscente del espionaje sexual para su propio beneficio y en revelar su habilidad negociadora en una entrevista con el arzobispo José Antonio Lezcano y Ortega, aborda las personalidades de la época: al presidente Moncada y su adicción a la cususa; a Henry Lewis Stimson, poderoso secretario de Estado, artífice del Pacto del Espino Negro (Pisonia aculeata en latín) y fan de Somoza García; al diplomático Mathews Hanna y a su joven esposa la baronesa Gustava Van Der Tarn…
En resumen, Cinco estrellas estructura toda una trama alrededor de la hipótesis (cito de nuevo a Jenkins) “de que Tacho se aprovecha de la catástrofe para acercarse más a la fuerza interventora y obtener su espaldarazo para ser nombrado jefe-director de la Guardia Nacional”. Hecho ocurrido ––no se olvide esa fecha–– el 17 de noviembre de 1932. Veintidós suman sus capítulos y desde el primero se alude a un recurrente y misterioso zopilote ––especie de ángel exterminador–– que el doctor Mayorga tomó de la excelente crónica de William Krehm: “I am the Champ” / “Yo soy el campeón” (Times, Nueva York, 15 de noviembre de 1948), una de sus fuentes inspiradoras.
Tanta compenetración se advierte en el autor con la trama de su cuarta novela histórica que llegaría a confesar en el prólogo: “Al concluir, ya no pude distinguir entre lo real y lo ficticio, entre la historia y la fábula”. Finalmente, Jenkins señala la pertinencia del título Cinco estrellas, “pues nos recuerda los delirios de grandeza de Tacho Somoza, otro rasgo inherente de su personalidad. A guisa de comparación, diremos que en la historia de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, las más poderosas del planeta, solamente se han tenido cinco generales de cinco estrellas: George C. Marshall, Douglas McArthur, Dwight Eisenhower, Henry H. Arnold y Omar Bradey. Creo que a Somoza García le hubiera gustado ser el sexto”.
Excepcional entramado dialógico de una pareja gobernante
La obra que hoy nos convoca, Memorias de Somoza / Una noche con la muerte, es la quinta novela histórica del doctor Francisco J. Mayorga. Escrita hace casi diez años en Washington, su experiencia en la capital del imperio se manifiesta en ella con singulares precisiones, continuando la tarea que se ha impuesto de novelar la realidad histórica del somozato, cuya duración fue de 46 años. Por tanto, es la segunda vez que asedia dicha temática, la cual completará con una sexta novela para integrar una trilogía. De hecho, la primera de un novelista centroamericano.
Obviamente, consiste en una ficcionalización más de la personalidad y la actuación política del general y presidente Somoza García, protagonista al menos de dos obras precedentes: el testimonio novelado Cárcel criolla (1955) de Hernán Robleto y la novela-ensayo sobre la “democracia somociana” La Cobra (1958) de Agenor Argüello, aunque este omite el nombre del dictador. Tangencialmente, además, Somoza García figura en ¡A sangre y fuego! (1935), novela pionera sobre la gesta de Sandino del panameño Alfredo Cantón (1910-1967), egresado de maestro y bachiller del Instituto Pedagógico de Managua. Pero el doctor Mayorga ofrece en estas Memorias de Somoza todo un excepcional entramado dialógico: una larguísima e inaburrible conversación entre Anastasio Somoza García y su esposa Salvadora Debayle Sacasa, con oportunos llamados aclaratorios del narrador al lector y una muy explícita introducción de Ker, espíritu femenino y diosa de la muerte violenta.
Hija de la Noche que con sus hermanas se alimenta de la sangre de los que caen en el campo de batalla o de los que perecen en las mortandades de las epidemias (p. 20), Ker anticipa y resume el desarrollo argumental de la novela: En la conversación de esta noche entre Anastasio y Salvadora usted va a ver cómo se dedican a diseñar el futuro de toda una nación, y va a comprender cómo el camino al infierno realmente está empedrado de malas intenciones. En la intimidad de este diálogo usted va a descubrir sus apetitos y sus ambiciones más profundas, sus dudas y sus miedos más recónditos, y va a comprender cómo se teje la desgracia de un pueblo gracias a la exquisita labor de los demonios que me ayudan en la extenuante labor de promover las muertes dolorosas […] Son los demonios del poder (pp. 20-21).
Sin actitud deconstructiva o, mejor dicho, con irrefrenable voluntad de recrear e imaginar los elementos básicos del somocismo fundacional, el doctor Mayorga parte de la visita a Washington de la pareja, invitados a la Casa Blanca por Franklin Delano Roosevelt, a inicios de 1939, describiéndola con lujo de detalles. Igualmente se concentra en otro acontecimiento histórico: la coronación de su primogénita Lilian como Reina del Ejército el 17 de noviembre de 1941 en la catedral de Managua. Pero, realmente, tuvo lugar en el Palacio Nacional, donde monseñor Lezcano y Ortega le impuso una corona elaborada por el orfebre de Masaya Antonio Moritoy y no con la de la Virgen de Candelaria, como erróneamente se ha venido trasmitiendo y publicando.
La debida importancia otorga el doctor Mayorga a tres elementos básicos del somocismo fundacional: la entrega absoluta y sin condición alguna a Washington, la sustentación castrense y, sobre todo, su injerto en la rama del árbol genealógico de los Sacasa, lo que implicó la preponderancia del sacasismo oligárquico en el ejercicio del poder. Sin embargo, le faltó especificar el pactismo bipartidista, es decir, su alianza con los conservadores granadinos, a quienes Mayorga considera verdaderos adversarios de Somoza García. Pero los pactos de 1939, 1948 y 1950 refutan su imaginación novelesca, al igual que la existencia de numerosos tachurecos. Asimismo, no trata como merecía el control y legitimación de la Iglesia y la mediatización del movimiento obrero. Así, en las líneas finales del capítulo noveno, Tacho afirma: Yo voy a mantener siempre contentos a los curas, al ejército y a los sindicatos para apretarles los huevos a los tiburones del Gran Lago (p. 119).
El español coloquial de Nicaragua que el doctor Mayorga pone en boca de Tacho es uno de sus tantos aciertos. A Salvadora le expresa en el mismo sentido: Tenemos que poner plata en el bolsillo de los trabajadores y además comprar la libertad de los líderes sindicales. Vos sabés que a esos ya los tengo en la bolsa. Pero con el pago de vacaciones y de preaviso, los trabajadores van a cerrar filas para apoyarnos y los granadinos se van a cagar de miedo (p. 99).
Naturalmente, la Salvadora participa del mismo tono coloquial y Mayorga la reconoce como una eminencia en política. Ella y su marido ––advierte el autor–– despliegan una gran coordinación en todo lo que tiene que ver con el juego del poder y las fuentes del dinero (p. 104). Y Tacho felicita a su cónyuge: Yoya, ¡sos una maravilla! ¡Has encontrado la forma perfecta de alinear los intereses de nosotros y los del país! (p. 77).
Concluye: La Yoya y su poder se fijan en esta novela. Lo mismo ejecuté en El Bienamado de Washington (Managua, JEA-Editor, febrero, 2019. 331 p., il.): la mayor y mejor investigación histórica de un centroamericanos sobre Tacho Somoza. Dieciocho cajas de documentos del Archivo Nacional de Nicaragua, con centenares de cartas dirigidas a la Primera Dama pidiendo favores, confirman ese poder. La pareja gobernante, definitivamente, inspira la quinta novela histórica del doctor Mayorga que enseña mucho deleitando o, si se prefiere, deleita mucho enseñando.
Fuente: Editorial Nuevo Milenio