Por Eduardo Scott-Moreno
(Texto leído en la presentación de “Memorias de Somoza. Una noche con la muerte” de Francisco J Mayorga, evento realizado en el Centro Simón I. Patiño de Cochabamba, julio 2022)
La obra se inaugura con una interpretación de la Teogonía de Hesíodo (versos 116 al 210) que hace una enumeración del origen de los dioses y de los diversos roles que éstos desempeñarán en el Cosmos y en la vida del ser humano con ese poderoso sentimiento griego de hacer a los dioses a semejanza del hombre, habitados por las mismas pasiones; las mismas virtudes; los mismos crímenes y las mismas virtudes, pero desmesuradamente en eso que se llamó el hybris. Inmediatamente, la Introducción hace unas palabras que pronuncia la Muerte y vendrá a marcar de manera importante el resto del libro: “¡Qué talentoso ha resultado este Anastasio Somoza!
¡Véalo usted esta noche, es un invitado especial del presidente de Estados Unidos! ¡Hospedado con su esposa Salvadora nada más y nada menos que en la Casa Blanca!”
La introducción y las palabras de la Muerte nos proporcionan y articulan una pista de la intención del autor, que es la de hacernos ver y comprender ese tiempo que la pareja Somoza estuvo en calidad de huéspedes en Washington, en la Casa Blanca, de Franklin Delano Roosevelt y de su esposa Eleonora. Es necesario precisar que esta fue la única vez que un presidente latinoamericano fue invitado a la Casa Blanca como huésped de un presidente de los Estados Unidos; y esto es significante porque es un indicio de la importancia que tenía Somoza para los intereses comerciales de los Estados Unidos.
Apenas proferida la última frase, la Muerte, continúa hablando: Lo hace sobre Nicaragua, narra la sangrienta historia de ese país, particularmente el papel que desempeñaron aquellos personajes que alcanzaron a ocupar la presidencia y, desde ahí, promovieron su enriquecimiento particular; arrasaron con las riquezas del país… y asesinaron a todo aquel en quien vieron un enemigo, un opositor o un contrincante. Lo impresionante del relato es la crueldad y la indiferencia por la vida que todos estos personajes tienen. Todos ellos olvidados del amor a la patria o, por lo menos, de intentar trabajar para hacer una sociedad mejor y más equitativa en ese sufrido país. La Muerte continúa meditando hasta que la historia alcanza a la familia de Somoza: Cuenta sobre sus abuelos y sus padres; sobre la inanidad del padre de “Tachito” y la voluntariosa, activa, ambiciosa e inescrupulosa madre. Sigue el relato: los estudios y la formación militar de Anastasio en Estados Unidos, la admiración que siente la Muerte por él, pues no tiene problemas para hacer matar a la gente sin miramientos, a mansalva y con alevosía. Como “cuando ordenó que asesinaran a traición al líder guerrillero Augusto César Sandino, y a punto seguido envió al grueso de la recién fundada Guardia Nacional a arrasar sus campamentos y dar muerte a todos sus seguidores, incluyendo ancianos, mujeres y niños. Y esa es precisamente una de las cualidades que yo siempre ando buscando…”, para concluir con una profecía de carácter apocalíptico: “Me regocija pensar que cuando sus hijos concluyan su sangrienta tarea familiar como gobernantes de Nicaragua, habrán dejado en ese país decenas de miles de muertos por hambre, guerra y pestilencia”. Profecía cumplida durante los 43 años que la familia Somoza gobernó Nicaragua tan inescrupulosa como cruentamente.
Luego, la pareja Anastasio y su esposa, Salvadora conversan sobre el presente y el futuro; sobre las implicaciones políticas del fastuoso recibimiento que les hace el Presidente de los Estados Unidos. Los diálogos son incisivos, llenos de los sentimientos de astucia, codicia y deseo de permanencia en el poder, siempre presentes en el regodeo que hacen ambos; en su sentimiento de superioridad absoluta sobre el resto de su pueblo, y de su total amoralidad sobre los asuntos humanos más dignos de respeto. Los cónyuges Somoza son distintos caracteres psicológicos, casi antípodas, pero comparten, sin que les importe nada, ese amor por el poder y por el ejercicio del despotismo y de la tiranía, que supuestamente hizo decir a Roosevelt de Somoza: “Sí, Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, aunque otros dicen que se refería a Trujillo, el dictador de República Dominicana y que Johnson repitió con Marcos, el dictador de Filipinas; y que, seguramente, muchos otros funcionarios repitieron luego respecto de otros dictadores latinoamericanos y africanos.
La historia continúa, los diálogos, a veces mayéuticos, sobre política y también sobre intimidades entre los cónyuges. Los recuerdos y esperanzas que comparten; las ambiciones; el viaje en tren; la estadía en la Casa Blanca; la visita al zoológico. Hay un momento que describe el beso de Tacho a la bandera de los Estados Unidos. Todo ello es explicado, recordado y explicado bajo una prosa siempre clara y objetiva; potente y dilucidadora en la descripción mediante la cual se comprende la visión de la pareja sobre toda esa cantidad de cosas y de acontecimientos sociales y políticos. Al fin se incluye la respuesta a un periodista que preguntó a Somoza cuántas fincas poseía en Nicaragua, a lo que el dictador contestó que solo tenía una: “Nicaragua”, muestra del cinismo del dictador que, aquí, en Latinoamérica, vemos repetido tanto, quizá porque no hemos podido seguir el consejo de Simón Bolívar: “hagamos gobiernos sustentados en leyes, no en hombres”.
Trabajos como este son valiosos, porque ayudan en la comprensión de la realidad de nuestras sociedades, que parecen destinadas al tribalismo y a la violencia; a la repetición reiterada del subdesarrollo político e institucional que prevalece en Latinoamérica.
Fuente: Ecdótica