Diez recetas infalibles para escribir malos cuentos
Por: Bartolomé Leal, desde Santiago
Proponer una “antiestética” del cuento constituye un desafío extravagante, aunque más bien una tentación perversa para quien lleva harto tiempo escribiendo para La Ramona sobre lo mejor en materia de cuentos. En esta columna hemos presentado a decenas de autores que han predicado con su arte; y que han contribuido a menudo con propuestas teóricas acerca de cómo se definen los buenos cuentos y han producido recomendaciones para escribirlos.
Trataré de hacerlo al revés: un planteamiento de cómo lograr escribir un mal cuento y tener éxito en el intento. Un planteamiento asaz subjetivo, por supuesto. Concebido para quienes deseen escribir cuentos; aunque también para los lectores, que a veces ansían saber cómo distinguir los malos cuentos de los buenos. Aquí va, pues, mi antiestética del mal cuento, en la forma de un decálogo eventualmente traicionero, hago notar.
1. Elegir un tema necio. ¿Quién define lo necio, me pueden preguntar? Uno mismo puede hacerlo, observándose a sí mismo, seleccionando lo más cretino, boludo, huevón, pelotudo, baboso, gilipollas, etc. que esconde cada cual. Eso lo sabemos, juguemos limpio; a menos que acreditemos patente de necios integrales. Entre los temas necios se hallan (al menos para mi gusto), los sufrimientos cotidianos, la rutina familiar, los fastidios del trabajo; y también las miserias corporales: la gordura (o flacura), la impotencia, los resfríos, las hemorroides, los calambres… En suma, todo aquello que nos da tanta pero tanta lata, que sería imposible hacer arte de aquéllo. A eso me refiero. Salvo que le metamos algo de ironía, de ajenidad; aunque nada le puede dar altura o nobleza a un tema donde impera la necedad.
2. Escribir como si uno nunca hubiera salido de la casa (el departamento, la cabaña o la pensión); qué digo, de la pieza. Prodigarse, en consecuencia, en la contemplación de la miserias y grandezas propias, en pijama y pantuflas si aquéllo resulta posible. Apestando, además. Esto garantiza una distancia con el mundo circundante que impide que el cuento agarre la menor brisa de universalidad, para servir de reflejo al pobre yo que arrastramos por esta vida. Las desavenencias conyugales, la fijación materna (o paterna), el alcoholismo y el tabaquismo, en sus versiones modestas, pueden elevarse a la categoría de tópicos de expresión. Ahora, si el cuento provoca polémicas en los blogs, y medio mundo se pone elocuente sobre él (sin el menor asomo de preocupación por la literatura), se puede decir que uno ha logrado imponer su mal cuento.
3. Escribir siguiendo la moda. Tanto las modas globales como las nacionales y locales (e incluso barriales). En estos tiempos, lo que gira en torno a la televisión, la farándula y sus figuras en las pasarelas, los nuevos semidioses de la política, las marcas de prestigio que visten y calzan los líderes, los celulares, los ipod, los MP3 y MP4, los flickr y el resto. El escritor puede citar desde Britney Spears a Leonardo di Caprio, pasando por Madonna y Carla Bruni. Todo lo exterior, lo epidérmico, lo mediático, lo banal, lo masivo, llega para secuestrar lo que el escribiente tuviese de creativo, dando lugar al imperio del lugar común y lo convencional; y a veces en tradición vernácula, para peor. ¿De moda el thriller tipo Scorsese? Entonces, a escribir sobre serial killers, pandillas mafiosas, rubias preciosas drogadictas, putas negras peligrosas, etc.
4. Aprovechar la oportunidad de que se escribe un cuento, para ponerse edificante, positivo, políticamente correcto. Hoy en día luce bienvisto declararse conservador, lucir una alianza de oro en el dedo del corazón de la mano izquierda y beber Coca Cola Light. Pues póngale de eso también. El narrador de un mal cuento comme il faut, se siente obligado a trasuntar normalidad. Esta línea de acción parece ideal para los creyentes en religiones, que pueden aprovechar la oportunidad para echarle su prédica al lector en favor del dios de su preferencia. Concede espacio, además, para citar o glosar los llamados libros sagrados. En el tema político, siempre ayuda declararse antidictadura y prodemocracia, aunque no se practique demasiado. La introducción de moralejas contribuye a empeorar aún más el resultado, por cierto.
5. Repetirse, redundar, abundar sobre lo ya dicho, insistir, son maneras de echar a perder cualquier intento de hacer buena narrativa. También repetir las palabras hasta que pierdan totalmente su significación y fuerza. Adjetivar sin control. Asimismo, para escribir feo se pueden utilizar en exceso los verbos ser, estar, haber y tener, denotando mínimo dominio del idioma. Meter la conjunción “pero” hasta que se diluya en puro sonido. Evitar el uso de sinónimos, que ayudan a hacer menos monótonos los textos. No obstante, buscar siempre una gramática correcta, ya que se trata de escribir malos cuentos, no de escribir mal. Ojo: la sintaxis significa otra cosa. Este arte de la forma de combinar las palabras, aunque se vean gramaticalmente correctas, se yergue en madre de todas las batallas en literatura, la buena y la mala.
6. Empezar el cuento de cualquier manera y terminarlo sin cierre, con cantidad de detalles que quedan sin explicar para siempre y de personajes que de repente aparecieron y no se sabe de su destino. El lector se preguntará adónde apuntaba la narración y adónde se refleja lo que el escritor quería decir. Hasta que algún lector vivaz descubre que el objetivo era cero y que el escritor no almacenaba nada para decir; y por lo tanto, eso se explicita en el texto. Un mal cuento comienza y acaba mal. Un mal cuento debe dejar la sensación de que para qué vine a leer tamaña tontería; aunque suena atractivo dejar la duda si acaso se trataba de pura ineptitud literaria o de un afán de profundidad, de misterio, de arcano. Un cuento que suscita discusiones extra literarias esconde una alta probabilidad de pertenecer a la categoría de mal cuento.
7. Una manera de asegurarse de escribir un mal cuento se asienta en escribir uno cuyo tema central sea escribir un cuento. Las indecibles angustias éticas y estéticas (cuando no ontológicas o metafísicas) que el escritor mediocre sobrelleva para escribir un cuento, y eventualmente mandarlo a un concurso con la esperanza, qué digo, con la seguridad de ganar, se erige en una demostración tan flagrante de falta de imaginación, que conforma una garantía de nulidad absoluta. La preferencia por la primera persona surge como esencial en esta onda de contar. Leí alguna vez por ahí un cuento que trata de un jurado de cuentos, variante como para llorar de aburrimiento. Por cierto, suelen llevar un crimen o al menos las ganas de cometerlo: los autores alguna vez defraudados en concursos formamos legión, vaya.
8. Plagiar los estilos cuando no los argumentos de algún cuento de un gran escritor (o de varios, buscando la imposible perfección) puede dar origen a un engendro digno de un espejo deformante, cuando no a un híbrido monstruoso. Para hacerlo peor, se pueden plagiar traducciones (creyendo que se plagia autores) o plagiar a plagiadores; para lo cual lo mejor consiste en leer autores nacionales, sobre todo si ellos siguen las modas internacionales, despreciando a los colegas locales por anticuados o campesinos. Lo esencial, en todo caso, radica en plagiar, no en emular ni imitar ni buscar inspiración en los grandes. El mal cuentista consciente de sus carencias se comporta como un delincuente literario y le roba a un autor lo más que puede, sobre todo tratándose de uno que le agrada. Un mal cuentista puede esconder un buen lector, creo justo reconocerlo.
9. Privilegiar temas de impacto seguro, entre ellos los problemas de pareja, los curas pedófilos, las servicias de la dictadura, la caída del mundo comunista, los derechos de las minorías sexuales, las injusticias de la naturaleza o la historia, los conflictos entre fe y razón, y una larga lista. Transformar en cuento una tragedia común y corriente, una anécdota periodística, un chiste conocido, una noticia, un chisme de dominio público o una paradoja social, constituye una forma eficaz de lograr un mal cuento. Tales temas llevan en sí el germen de la obviedad, mortífera enemiga del arte. Se trata de abusar de los lugares comunes del inconsciente colectivo, de arañar los intersticios dolorosos que hacen la infelicidad de los compatriotas; que por lo general se manifiesta en clave económica. La “crisis” aflora como manantial inagotable de mala literatura.
10. No olvidar que existen lectores (y lectoras) a quienes gustan los cuentos malos. Sin dispensar a los jurados de concursos de cuentos, a veces brillantes para premiar a lo peor de lo peor. Para satisfacer a ellos y ellas se pueden emplear algunos de los trucos arriba mencionados (permitido todo el abuso que se desee). O quizás, mejor, no enredarse con tales trucos sino abocarse disciplinadamente a la tarea de escribir un mal cuento: un relato breve con muchos personajes, que se alargue, con “principio medio y fin” lo más desequilibrados posible, que conlleve algún grado de sorpresa adivinable; y que, ante todo, resulte peleado con la sintaxis, suene tonto y fome, resulte convencional, ridículo, pretencioso y, sobre todo, prescindible. Se habrá logrado entonces la síntesis perfecta, el cuento malo por excelencia. ¡Y tal vez gane más de un concurso!
Fuente: La Ramona