Entrevista a Virginia Ayllón
Por Yuri Torrez
Su entrañable biblioteca quizás sea para Virginia Ayllón su mejor espacio no solo de su casa, sino del mundo. Desde muy pequeña su voracidad por la lectura la llevó a transitar por diferentes rutas intelectuales, académicas y literarias. Comenzó estudiando sociología, luego inspirada en el sueño borgiano de habitar en ese mundo de los libros, se desplazó a la carrera de bibliotecología para luego aterrizar en la crítica literaria. Este abanico de deslizamientos disciplinarios combina con su oficio de poeta, aunque marca una frontera entre su tarea académica y su perfil artístico.
Vicky, como le dicen la mayoría de sus amigos, es una militante permanente de la vida. En su juventud fue comunista, luego se convirtió en anarquista y se define como feminista. Se trata, pues de una intelectual comprometida con sus convicciones políticas. Una destacada correctora de textos que le permite adentrarse en los vericuetos de la redacción intelectual.
Le encanta la bohemia y la movida alternativa. Le gusta recorrer por los cementerios tal vez como una forma cognoscente para entender a la sociedad. Esta conversación estuvo matizada por su buen humor y quizás por este aditamento sus recuerdos fluían tejiendo memorias de su vida intelectual que merecen ser contadas.
¿Por qué se inclinó a estudiar ciencias sociales y literatura?
Debo decir que yo no soy académica estrictamente hablando, en el sentido que haya seguido una carrera con ese propósito. Me encontré en el camino con la academia y mi formación es, sobre todo, autodidacta. Estudié algunos años la carrera de Sociología, una vez que salí bachiller, todavía en los años setenta, cuando estudiar Sociología era hacer la ‘carrera revolucionaria’. Estamos hablando del periodo de la dictadura de Banzer. De hecho, estuve en la huelga de hambre para hacer caer a Banzer, la de las mujeres mineras, que después se masificó. Además, fui dirigente de esa carrera y allí la conocí a la Silvia Rivera, porque ella era la directora de la Carrera y yo dirigente del Centro de estudiantes.
Además, ese tiempo ingresé a la militancia izquierdista. Pero, a medida que avanzaba el tiempo me di cuenta que los trabajos profesionales de los sociólogos, eran dos: trabajaban en el Estado o en las Ong que se estaban formando en aquellos tiempos. Y, particularmente, ninguna de esas opciones me caía bien, aunque después trabajé en ambos, je, je. En ese tiempo yo era una joven que quería hacer algo que me tenga más cerca de los libros. No algo que me tenga en escritorio, y alguien me dijo: “la carrera de Literatura”, pero cuando veía lo que hacían los literatos, que era hacer crítica literaria, tampoco me gustó, aunque después, lo mismo, hice algo de crítica literaria. Entonces, decía algo más cercano, y, por eso dejé la carrera de Sociología e ingresé a la carrera de Bibliotecología con la idea de Borges, el bibliotecario. ¡Mira cómo era yo de soberbia!, pero creo que así escogemos las carreras cuando somos jóvenes, candorosamente, lo que está bien. La Bibliotecología es mi carrera universitaria en la que muy pronto percibí una tendencia terriblemente técnica; no tenía nada que ver con la imagen de bibliotecario que me acercó a esa carrera; es decir, poco o nada que ver con la lectura, con los lectores y más con el orden, con las cosas ordenadas y ahora con las carreteras de la información. Claro que me puse a interpelar esa visión desde una tendencia más humanista dentro del quehacer bibliotecario. Paralelamente, entré a la carrera de Literatura, la que no acabé. Todo lo demás es una formación autodidacta.
¿Por qué me acerqué a las Ciencias Sociales? Por razones personales. Por una parte, la militancia izquierdista, de la que salí más o menos diez años después, no satisfizo algunas preocupaciones, ni explicativas ni de vida que me preocupaban. Entonces, como siempre, acudí a los libros los que me entregaron mejores respuestas, al menos en la reflexión, especialmente sobre la sociedad, el Estado y el poder. Además, si bien dejé la militancia, nunca dejé la protesta, callejera también. A eso se sumó mi adscripción al feminismo que fue una adscripción de vida. ¿Por qué me adscribí al feminismo? Porque sufrí violencia doméstica y quería entender qué diablos era todo eso que me estaba pasando. Otra vez los libros fueron mi ayuda fundamental para comprender lo que ahora se conoce como el sistema patriarcal. El feminismo me dio, entonces, una explicación a lo que me estaba pasando, pero, además, sintetizó una visión de mundo que la tenía como intuición hasta entonces. Eso también me acercó a las Ciencias Sociales. Lo mismo en el caso de la, literatura. Que soy lectora lo sé, pero nunca me propuse ser crítica literaria. Pero cuando por estas confluencias en mi vida me veo leyendo a las escritoras bolivianas, muy pronto me pregunté por qué estaban afuera, por qué tan ninguneadas. La búsqueda de esa respuesta me ligó con el ejercicio crítico de la literatura, que, otra vez es autodidacta. Como ves, no fue un camino elegido, no un camino profesional, más bien cosas de la vida que me fueron acercando y así ha resultado.
¿Cómo la literatura contribuye a las ciencias sociales para la comprensión de la realidad social?
Estoy culminando un estudio de largo alcance sobre la literatura indígena; con esos conceptos frescos voy a contestar la pregunta. Por una parte, en la teoría sociológica del norte, la literatura fue teorizada y concebida como fuente de información., pero, a mi modo de ver, en Bolivia, la historia de la literatura como fuente de información ha seguido un camino complicado, para decir lo menos porque más o menos desde los años cincuenta el realismo empieza a dominar en la literatura latinoamericana, especialmente después de la Revolución Cubana. Esta tendencia se asienta en el país porque congracia con esas tendencias marxistas que predominaban en el pensamiento social boliviano en ese tiempo. Eso repercutió en la literatura porque desde el pensamiento político se ‘exigió’ a la literatura que dé cuenta de la realidad porque las Ciencias Sociales en nuestro país han tardado en su desarrollo Y, obviamente las respuestas se las encontraba en la literatura como, por ejemplo, en la novela La Chaskañawi.
Eso ha producido que, especialmente la narrativa, se convierta en un eje alrededor del realismo social y también del realismo socialista. Es decir, las grandes épicas mineras o campesinas proporcionaban lo que las Ciencias Sociales todavía no lo hacían. Esto fue terrible para la literatura, porque fue forzada a ser el testimonio de la realidad, de ahí que apareció la narrativa de la guerrilla, de la revolución, etc. Y, luego a eso se sumaron tendencias críticas provenientes de los Estudios Culturales o los estudios poscoloniales y similares. Esta confluencia, en algunos casos, se ha extremado tanto la relación entre literatura y Ciencias Sociales que ya no se hacía crítica literaria, sino crítica sociológica. Creo que, en ese sentido, puede hablarse de una especie de crisis de la crítica literaria que solo se remonta con el trabajo de críticos, como por ejemplo de Eduardo Mitre que hace una crítica al ras del texto, específicamente en la poesía. Estos debates llevan también a la discusión que impregnó a la sociología, a la historia y a la literatura, sobre la autonomía del texto donde ubico lo que Jorge Luis Borges decía: “el autor es muy poca cosa humana”, o también, las teorías de Michel Foucault sobre la muerte del autor, las de Roland Barthes y demás. En Bolivia todavía este debate permanece, pero tengo la impresión que el avance de la Sociología, la Antropología, y otras disciplinas de las Ciencias Sociales y las Humanidades ya permiten que la literatura pueda producir su propia teoría en Bolivia, como el caso del aporte de Blanca Wiethüchter al respecto. La literatura sigue siendo válida como fuente de información para diversas ciencias, pero creo que ya se ha desligado del peso específico de esta característica. Estas serían algunas reflexiones sobre esta conflictiva relación.
Me dijiste que eres feminista. ¿Cómo consideras el debate del feminismo en el contexto de las ciencias sociales bolivianas?
Si soy feminista. No debemos olvidar que después del feminismo de los años treinta, el del Ateneo feminista y otras organizaciones que lucharon por el derecho al voto y el acceso a la educación, el feminismo más contemporáneo surge en los años setenta con mujeres de la izquierda que advirtieron que el marxismo se olvidó de las mujeres y no respondía satisfactoriamente a la situación de la mujer, a pesar de los aportes de Friedrich Engels y otros. Por otra parte, los partidos políticos izquierdistas desarrollaron una actitud nefasta no solo con el tema de la mujer, sino también con el tema indígena. Dado que su sujeto histórico era el proletariado había que hacer primero esa revolución y luego todo se iba arreglar. Pero, cuando eso no se arreglaba en el socialismo real, como se llamaba entonces, esas mujeres salieron y organizaron las Ong de mujeres. Pero, en los años ochenta ya viene el neoliberalismo con el paquete del Consenso de Washington que incluía la llamada ‘incorporación del enfoque de género en las políticas públicas’. Era un paquete cerrado que abría espacios del Estado al tema de género.
Es allí donde yo comienzo a militar y estudiar el feminismo y me di cuenta de algo que hasta el día de hoy lo repito y es que, posiblemente por tener un paquete neoliberal cerrado, este feminismo nunca vio los aportes de la academia, por un lado, y, por otro lado, los de las mujeres artistas. Entonces, si bien podrían alabar a Adela Zamudio, nunca estudiaron sus propuestas como tampoco las incorporaron en sus agendas, y eso mismo sucedió con las académicas. No se incorporaron las tan importantes propuestas de las historiadoras, de las antropólogas o las sociólogas, como Silvia Rivera Cusicanqui, Alison Spending, Ximena Medinaceli, Denise Arnold, y tantas otras. Ellas explicaron muchas cosas que ese feminismo las ha dejado pasar, por lo que ese feminismo, cuya vigencia se mantiene, diría, es muy autosuficiente. Creo que otros feminismos y, especialmente, el de las mujeres más jóvenes están más abiertos, su demanda es más amplia, y, por lo tanto, puede incorporar estos aportes. Ojalá que estemos en un momento en que el feminismo empiece a dialogar con estos avances en las ciencias y las artes.
¿De poeta a cientista social cómo contribuye a tu oficio como intelectual?
Los vivo y percibo como dos espacios separados. Tengo la impresión que especialmente la crítica literaria, feminista, puede ser un puente entre estos dos ámbitos de mi quehacer porque leo mucho a las mujeres escritoras de casi de todo el mundo, pero el oficio de escritora literaria, tanto en la poesía como en la narrativa, los dejo algo separado, pretendo no inmiscuirlos, digamos. Y mantengo un poco encriptado el campo creativo como un espacio de libertad. El espacio creativo es maravilloso, pero totalmente diferente al de la crítica. Los separo yo misma, intencionalmente.
Del comunismo al anarquismo: ¿Cómo fue ese recorrido político?
Eso tiene que ver con dos cosas. Primero, empiezo a militar en el Partido Comunista de Bolivia (PCB) en el año 1978 y salgo el año 1985. Como jovencita, estaba maravillada de tener un espacio de rebeldía que se parecía mucho a los espacios que relataba Pablo Neruda en su poesía o la novela La Madre de Gorki; esas grandes y heroicas luchas para la libertad del pueblo. Posiblemente la viví también como aventura peligrosa que incluía la cárcel y solo después una se da cuenta de todo eso. La vivía así porque yo era militante de base y lo mismo era dirigente estudiantil de base; solo, al final, llegue a la Confederación Universitaria Boliviana de Estudiantes (CUB). Me acuerdo cuando subió la Unidad Democrática y Popular (UDP) y el PCB, donde yo militaba, era parte de esta alianza y recuerdo algo que veo también ahora, cómo los militantes empezaron a aparecer en los cargos públicos y yo decía: “No se vale, no hemos luchado para esto”. Fue una primera molestia junto con las cosas más terrenales que tenían que ver con los aspectos más éticos, las jerarquías y todas esas cosas al interior del partido.
Mi retirada evidentemente fue por razones ideológicas. Salimos con Alejandro Almaraz y otros, pero, también porque hacía cosas que no me permitían. Dos cosas que alguna vez las he contado: la primera (esta anécdota es muy linda), el PCB era muy dogmático, si bien no era el Partido Revolucionario Obrero (POR) de Guillermo Lora, pero en todos esos partidos el rock estaba veladamente prohibido porque era la música del imperio. Entonces, recuerdo que en las asambleas universitarias peleamos a raja tabla con los trotskistas, los socialistas, pero teníamos un grupo, una especie de cofradía de quiénes peleados en las asambleas, luego salíamos e íbamos a ciertos lugares para escuchar vinilos de la música de grupos de rock que eran anatemas en nuestros partidos. La otra cosa que hacía eran leer textos ‘prohibidos’. Nos adoctrinaban especialmente en lo que se denominaba la lucha teórica contra el revisionismo y una de esas corrientes era el anarquismo. Yo leía las versiones ‘oficiales’, como las de Marta Harnecker que era una versión muy simplificada de esos debates, mostrando a Mikhail Bakunin como el gran diablo aliado a la burguesía internacional. Luego empecé a leer algunos de los textos ‘indebidos’ y quedé maravillada. Por ejemplo, leí a Paul Lafargue y me fascinó su opúsculo El derecho a la pereza, ¡cómo los padres de la liberación van a poner en el centro al trabajo!, a la pereza en todo caso, ja, ja; por allí llegué a Bakunin y también a los pensadores del socialismo utópico. Posteriormente, en mi participación en los movimientos sociales, me molestaba el liderazgo, me molestaban las jerarquías y, finalmente me cuestioné sobre el Estado. Yo he trabajado como funcionaria pública tres veces. Han sido experiencias muy espantosillas, posiblemente no por el Estado, sino por cómo me sentía yo. Era una especie de cárcel. En esas tres oportunidades cumplí en muy bien mis funciones, pero no hallaba el momento de salir. Entonces, ese ha sido el camino y, luego me encontré con aspectos y personas más interesantes, como Silvia Rivera, referencia importante en mi camino libertario. Y, obviamente los poetas porque algunos poetas con quienes he confluido también tienen pensamiento libertario, lo mismo los jóvenes individuales o en colectivos con quienes me relacioné alrededor de la eclosión social de octubre del 2003; ellos me enseñaron mucho sobre el vivir libertario y asentaron en mi ese pensamiento. Más aún ahora que vivimos el famoso “proceso de cambio”, es mucho más fuerte mi ideario libertario.
¿Cómo evalúas históricamente al anarquismo boliviano?
Menos mal que ya tenemos cada vez más estudios sobre el anarquismo en Bolivia, porque después de la desaparición de las organizaciones anarquistas en los finales de los años treinta y cuarenta existió un vacío historiográfico. La historia oficial, obviamente, ha sacado la experiencia anarquista. No hay que olvidar que los estudios que comienzan a abrir el tema del anarquismo son fundamentalmente los que tienen que ver con la Federación Obrera Femenina (FOF), los de Elizabeth Peredo, Ineke Dibbits, Zulema Lehm y Silvia Rivera; estas dos últimas autoras de Los artesanos libertarios y la ética del trabajo (1988). Entonces, cada vez se ha hecho más desde la historia y ahora tenemos una mesa de estudios anarquistas en el Congreso de Estudios Bolivianos. Ya son posiblemente cuatro versiones en las que se están presentando las investigaciones sobre el anarquismo.
Hay investigaciones de lo que sucedió en los años cuarenta con el tema de la educación y la relación de la Federación Agraria Departamental (FDA) con comunidades indígenas, que crearon escuelas junto a los líderes indígenas. Y después hubo un silencio, especialmente desde que aparece la Central Obrera Boliviana (COB); ahí se acabó todo. Ese silencio y cómo nuevamente empezó a aparecer en los años sesenta y setenta parece estar relacionado con las bandas de punk que empiezan de a poco a articular a los libertarios hasta que, a finales del siglo XX ya podemos encontrar otros colectivos evidentemente anarquistas, sobre todo de jóvenes que empiezan a encontrarse con viejos anarquistas. Yo estuve en algún encuentro con los viejos anarquistas. Entonces, se está haciendo esa historiografía anarquista, y también es importante considerar las reflexiones de cómo pueden intersectar los principios comunales del anarquismo con los principios comunitarios indígenas que es algo que se está discutiendo mucho ahora porque tiene que ver con elementos que el anarquismo podría aportar como el valor de la individualidad, las relaciones no jerárquicas, etc.
En la actualidad, no hay que olvidar otros movimientos anarquistas como el de Mujeres Creando y también colectivos veganos, por la comida sana, por los derechos de los animales, muchas bandas musicales, y otros, suelen tener ideales libertarios.
Usted es una entusiasta en divulgar la obra del extinto poeta y escritor paceño Víctor Hugo Viscarra ¿Por qué?
Porqué él me salvó la vida, ja, ja; es cierto; no es ficción. Eso fue en el golpe de Estado del año 1980. Yo era dirigenta universitaria y un día llegué a mi casa cinco minutos después que la allanó la policía. No sabía a dónde ir, alguien me presentó al Víctor Hugo y él me ocultó en los recovecos de la calle Buenos Aires. Es una historia entrañable, tengo un agradecimiento profundo. Desde entonces cultivamos una amistad muy linda. Éramos muy compinches, tanto así que cuando ya era famoso (él quería ser famoso y lo fue, aunque la fama le cargaba) el Víctor Hugo me dijo: “Ya estoy cansado de los periodistas que me preguntan de mi vida privada, del alcoholismo y no sé qué. Yo quiero presentar este libro [hablaba de su Borracho estaba pero me acuerdo] con mis cuates, en mis barrios y quiero ir contigo”. Y nos fuimos al barrio de Chijini, fue una noche fue maravillosa. Y tuve la suerte de acompañarlo hasta sus últimos días en su cama del hospital. El Humbertito Quino siempre dice: “Yo quiero que cuando esté en mi cama de muerte venga la Vicki y me dé sopita como le daba al Víctor Hugo”. Una amistad muy hermosa y el Víctor Hugo era fascinante, aunque algo arrogante. Pero mi relación con su literatura es como con cualquier otra; en eso no me confundo. Creo que la literatura de Víctor Hugo Viscarra es un caso de una literatura muy valorada, precisamente desde las Ciencias Sociales, porque precisamente muestra los mundos marginales. También es muy valorada inclusive en las clases altas porque es una forma de conocer esos bares y esos antros a los que de otro modo no podrían acceder. Pero, eso no es necesariamente la califica como buena literatura. Como crítica literaria y estando él vivo le dije que tienes sus buenos cuentos, pero hay otros que no lo son, tal como sucede con muchos escritores
Entonces en ese caso no fue por amiga que promoví su literatura, sino simplemente porque era un escritor con una propuesta literaria. Algo que me contrariaba era que no lo consideraran escritor y a él mismo le molestaba que los periodistas no le preguntaran por su obra, sino por dónde y cómo había pasado la noche anterior. Le preguntaban cómo vivía, o sea, era un objeto antropológico. Por eso yo creía y aun creo que hacen antropofagia con él antes que acercarse a su obra. Tienen que verte como escritor, yo le decía, porque eso es lo que tú eres y lo que pueda hacer para eso, lo haré.
Usted es una destacada correctora de estilo que fallas o defectos en la escritura tiene el intelectual boliviano.
Estoy convencida que la buena escritura necesita, en primer lugar, un ejercicio de humildad, porque cuando se escribe con arrogancia, no se cree en la escritura, solo se pone el acento en ‘las ideas’… y se escribe un libro. Cuando se escribe con arrogancia, generalmente se escribe mal porque se elimina la noción de comunicación del texto; es un ejercicio egocéntrico, solipsista porque no tiene conciencia del lector. El buen escritor, académico o intelectual es el que piensa en los lectores. No es así para todas las escrituras; por ejemplo, en la literaria no es ‘obligatoria’ la conciencia del lector, pero la académica o intelectual no es solo un ejercicio de reflexión sino también de comunicación. Entonces, cuando eres arrogante te vale cómo estás escribiendo porque al final tienes una correctora de estilo, ja, ja, ja. Por eso creo que muchos de los escritores académicos e intelectuales consagrados pueden acusar los mismos problemas que tienen muchos de mis estudiantes de primer grado en la universidad. Podemos echar la culpa de esta situación al sistema educativo, al colonialismo o cualquier otra cosa, pero hay responsabilidades también y siempre que me encuentro con un texto académico mal escrito sospecho que ese autor o autora no tiene a la lectura entre sus prácticas porque si algo funciona para cualquier tipo de escritura es el dicho de que se escribe bien cuando se lee bien.
Se pueden encontrar desde los problemas básicos, como los tiempos verbales, la construcción del párrafo y es totalmente posible encontrares ante un texto de alguien con mucho renombre intelectual, que te lanza una página entera con un solo párrafo. Por favor, ¡qué mala onda con el lector, no se vale! Asimismo, el plagio sigue siendo un tema muy grave en la escritura de los intelectuales. Y es impresionante cómo las tecnologías del plagio se complejizan, es alucinante. Por ejemplo, a mi casi que me maravilla el famoso Error 404, con el que me he topado muchas veces en textos intelectuales. El error 404 consiste en que te inventas fuentes; es decir, creas un autor, un título y una editorial y lo citas. Esa citación es propia de la literatura y eso hacía Jorge Luis Borges, pero eso es literatura porque la literatura es mentira, pero eso no puedes aceptar en un texto científico. Entonces, yo creo que estas prácticas en los intelectuales están relacionadas con la arrogancia. No hay humildad, porque en nuestra sociedad el título de intelectual tiene mucho valor, otorga mucho capital cultural.
En tu condición de promotora cultural y anarquista has organizado una movida anarca y alternativa, de libros en lo que se vino a denominar “La contra feria del libro” ¿por qué?
Como ya mencioné la eclosión social del 2003 la viví en la ciudad de El Alto en relación con varios colectivos de jóvenes. Además, ese tiempo yo estaba muy metida en la bohemia literaria que ahora no hay o, por lo menos, yo no conozco, o me han sacado de la bohemia, ja, ja, espero que siga habiendo. Entre paréntesis, algún rato se verá qué ha sucedido con la bohemia en la pandemia; al menos será un momento de eliminación de la bohemia porque no puede haber bohemia por zoom. Pero, tal vez como el arte, la bohemia simplemente sucede. Bien, estaba entonces entre bohemia literaria y colectivos de jóvenes de la ciudad de El Alto. Ese tiempo se decía que en El Alto no se leía, pero yo vi otra cosa. Por ejemplo, vi cómo muchos changos llevaban en sus bolsillos la novela De cuando en cuando Saturnina (2004), de Alison Spedding, un scifi, anarco- feminista. Por eso yo creo que la novela de la Alison entró en la Biblioteca del Bicentenario por el empuje de sus lectores, porque hasta entonces no se había hecho crítica literaria a esa novela, más bien fue ninguneada. Vi leer a Jaime Saenz y conocí un grupo de jóvenes que se reunían para leer a Arturo Borda. Aparte conocí a jóvenes que escribían poesías en aimara o escriban haiku en El Alto. Para mí todo eso fue alucinante.
Todo eso pude comprobarlo junto a la escritora chilena de vanguardia, Diamela Eltit (Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria 2020 otorgado por la Universidad Nacional Autónoma de México y la Secretaría de Cultura) con quien fuimos a la Feria 16 de julio y vimos el gran comercio de CDs piratas que les permitió a los jóvenes un conocimiento extraordinario de la diversidad musical de su mundo y del mundo en general. Entonces, ellos podían tocar sikus en el día y en la noche ser metaleros, pero de pronto estaban maravillados con Bach y Beethoven o con músicas raras y, entonces, me di cuenta que allí había una movida cultural que ningún movimiento político había asimilado; menos mal decía yo. Pero también estaban los jóvenes que estaban haciendo software libre o libros cartoneros. Entonces, todo esto me permitió advertir que más allá de la cuestión política visible del levantamiento de octubre había un sustrato cultural contestatario, particularmente en los jóvenes, muy relacionado con el arte. Y muchos de ellos intencionados con las ideas libertarias, no todos, pero muchos de ellos sí. Mientras tanto, en la ciudad de La Paz había una movida con relación al punk muy importante. Y a mí me fascina el punk como el blues. Bueno, nos reunimos todos en época de la feria del libro y en alguna conversa se dijo: “No se vale, pues que hablen del acceso al libro y que te cobren 10 bolivianos al entrar a la Feria del Libro de La Paz y 90 bolivianos por libro”. Entonces, decidimos hacer la contra feria que se iba a llamar “Del libro su preste”. Estaban Víctor Hugo (Viscarra), Humberto Quino y otros escritores, colectivos de El Alto y La Paz, otros colectivos vinieron de Santa Cruz y de Oruro. Era una movida interesante y en la segunda versión ya vinieron, inclusive de la Argentina, de Chile, del Uruguay, etc.
¿De todas tus producciones bibliográfica con cuál te quedas y por qué?
Poniendo de lado mi obra de creación que incluye poemas, cuentos, crónica e incluso ensayo, como el que escribí sobre el pensamiento de Adela Zamudio; de la producción bibliográfica de análisis, muy posiblemente me quedaría con el prólogo que hice a la segunda edición de Pirotecnia de Hilda Mundy porque concentra esa búsqueda que estaba haciendo de escritoras bolivianas. Ese texto incluye algunos apuntes que luego marcaron mi recorrido intelectual en la crítica literaria como su escritura vanguardista, su relación escritural e ideológica con la obra de Arturo Borda, etc.
¿Qué significó para usted el trabajo conjunto que hizo con Luis H. Antezana, el Cachín, sobre Adela Zamudio e Hilda Mundy?
Lo del Cachín es una cosa aparte. La primera vez que vi a Cachín fue en una clase de Ensayo que dictaba Rubén Vargas en la Carrera de Literatura. Para entonces yo era una todavía joven, embarazada lo recuerdo, fascinada siempre con la lectura, pero mirando admirada a esos críticos literarios que lograban ‘sacarle el jugo’ a los libros, que sabían tanto y de tantos autores, entre quienes estaban el propio Rubén Vargas y, en la cima, el Cachín. ¡Mira lo que es la vida! Por razones más bien laborales, iniciamos con Cachín una amistad que no estaba cruzada por la literatura, ni por la crítica literaria porque a mí ¡no se me pasaba por la cabeza hablar de crítica literaria al Cachín! Nos hicimos amigos como cualquier persona en la calle que de pronto conversa con otra sobre la vida y ese tono se mantiene hasta hoy en una amistad de la que me siento privilegiada. Pero creo que Adela Zamudio nos unió mucho. No es fácil encontrar amigos del ámbito de la literatura que hayan leído y les guste la literatura de Zamudio. Por eso afirmo que los estudios de Leonardo García y Cachín son tan importantes en la nueva crítica a la obra de esta cochabambina. Por eso también son, evidentemente, mis maestros en el estudio de la obra de Zamudio. Una anécdota linda nos unió en ese camino. Resulta que él ya había trabajado muchos años en el CD interactivo sobre Zamudio y solo faltaba dinero para su publicación. Alguna vez Cachín me comentó que estaba esperando ese financiamiento que ya había entrado al POA del municipio de Cochabamba, pero tardaba mucho en salir. Y yo dentro de mi decía que no era ninguna garantía eso de que estuviera inscrito en el POA, lo que evidentemente fue así. Quien acabó financiando ese CD que salió con el nombre de La ausencia de Adela Zamudio (2012) fue la propietaria de una ferretería que entusiasmada por el proyecto no dudó en financiarlo. Se trata de Carmen Rosa Murillo del Castillo, ex alumna del liceo Adela Zamudio y extraordinaria lectora. Esos mecenas existen, el POA no existe, ja, ja
Me encanta contar esta anécdota porque así es mi vida, como cualquier otra, con anécdotas que me llevan de un lado a otro y yo he aprendido del budismo que hay que aceptar la vida como viene y no como debería venir. Por eso no me considero una intelectual, una académica en el sentido que habría seguido ese camino, que me haya formado o buscado becas, porque nunca hice eso, sino seguir estas cosas que trae la vida.
¿Qué frase poética te gustaría que tengas tu epitafio?
No creo en los epitafios, o más bien debería decir, no creo en mi epitafio. Pero me gusta ir a los cementerios, es de los lugares privilegiados en mi visita a las ciudades; llegar a una ciudad y buscar un cementerio. Me gusta estar en los cementerios, igual que en las iglesias. A pesar de que soy atea, siempre que puedo entro a una iglesia. Mis hijas recuerdan que de niñas las llevaba a los cementerios a pasear y también que hicimos alguna protesta en el cementerio de La Paz. Aquí en La Paz siempre que voy pongo flores a mis abuelitos, a Víctor Hugo Viscarra, a Jaime Saenz, a Óscar Alfaro, a los amantes suicidas, a Dayana, la transformista quien murió a manos de su novio. No creo en la adoración ni antes ni después de la muerte, pero creo en los muertos.