Por Christian Jiménez K.
Iván Gutiérrez construye en su última novela un artefacto de diálogo cultural reconstruyendo entramados de una historia posible y compartida entre Japón y Ciudad Satélite y El Alto. Identifica la violencia desde su génesis y establece con ella un discurso que va más allá del simple acto de narrar. En ese sentido, su novela El último ninja es una muestra de una escritura contenida y resguardada bajo el híbrido de que también puede ser leído como si fuese un libro de historia o el informe de un acontecimiento.
Ciertamente es un salto en la narrativa de este autor que venía trabajando el espacio privado y público de la juventud que se enfrenta a los excesos. Pero también que se interrogaba sobre las marcas que deja el tiempo sobre la piel y el modo en que los amigos se unen y separan a través de los desencuentros propios de cada identidad. En cambio, en esta novela parece perfilarse un nuevo programa narrativo. Un modo de organizar los materiales narrativos que hará que el lector sostenga la lectura en principio porque el secreto que guarda la novela se va revelando poco a poco, pero también porque los personajes se perfilan desde una visión externa que logra radiografiarlos desde todos sus matices y contradicciones. Aquí se ve cómo se gesta un personaje y en ese sentido, también puede servir como un libro en el cual se encuentren cómodos los futuros nuevos escritores.
El ritmo de la prosa de Gutiérrez logra ir de la anécdota a la sustancia misma del personaje haciendo que la referencia pase a un segundo plano y lo que importe sea la acción. No se dice, entonces, sino que el escritor logra que los personajes “hagan”, en ese sentido, algo que también involucra a esta novela en relación a lo que se está haciendo en Bolivia en el presente está fundado en el juego con la historia y su linealidad.
Aquí parece ser Bolivia, pero al mismo tiempo no lo es, es El Alto y no lo es; parece ser Ciudad Satélite, pero tampoco lo es del todo. O lo son, pero de una forma mucho más hiperbólica e hiperrealista. Es como llevar hasta sus últimas consecuencias aquello que se perfila en el horizonte del subsuelo político y dentro de las organizaciones clandestinas de entretenimiento y defensa que se esgrimen desde hace ya algunos años en el país.
Si el lector busca un final en esta novela, ciertamente no lo encontrará porque su final no es rotundo ni abierto, es algo mucho peor: una meditación sobre el tiempo, la memoria, la violencia y el silencio y eso puede resultar cargoso para aquellos que están acostumbrados a un cierre con redoble de tambores. Aquí no ocurre eso. Pasa que flota dentro del espíritu de la novela una reflexión que casi linda con el ensayo y la investigación antropológica sobre la memoria y sus usos y por lo tanto el modo en que se comunica con el olvido. Así resuena entre sus páginas ciertas ideas del Paul Ricoeur de Memoria historia y olvido. Y en ese sentido no deja de ser un juego que ronda entre Borges y Cervantes o al menos eso se intuye cuando la novela adquiere también el ritmo del ensayo y la revisión histórica de libros y autores referenciados que luego tienen una vida real bastante ambigua y luego, cuando el narrador también se compromete con el acto de pensar y pensarse a mismo a través del perfil que esgrime de aquellos que nos presenta como los principales protagonistas de este juego histórico de espejos en los que el silencio, sirve ya no como un modo de la meditación, sino más bien, como una suerte de antesala de viaje en el tiempo y así, la novela adquiere otro de sus significantes más importantes. Es también una novela que ronda (o coquetea) con la fantasía y la ciencia ficción.
Los ninjas deben prepararse mental y físicamente para afrontar el viaje en el tiempo, no para resolver entuertos. Más bien, para lograr adquirir mayor control y estabilidad sobre su sentido del honor, la destreza para matar y la templanza necesaria para hacerlo. Pero lo hacen en un “no lugar” que es una dimensión a la que se accede por medio de la introspección más profunda. Del silencio prolongado que es como una frecuencia que permite que parte de tu cuerpo se desprenda y juegue en otras coordenadas dentro de un entrenamiento que lo hará poseedor de un conocimiento de técnicas de violencia y de técnicas de conocimiento sobre sí mismo que se desconocen en otros grupos que tienen como principal horizonte la aniquilación de un enemigo.
A estas alturas es bueno decir que la novela versa también sobre el ninja como figura de la contemplación. Una contemplación que forma el carácter y que hace que ellos sean los especialistas para el combate secreto y silencioso desde las sombras. Los ninjas como el ejemplo de la maquina perfecta de matar y los ninjas como aquellos cuerpos que son domesticados en viejas artes dentro de un hermetismo propio de las sociedades secretas que perduras sin ser vistas ni reconocidas a lo largo de los siglos.
En tanto novela es una ficción, pero en tanto libro que podría ser leído como etnografía, es la radiografía más completa y cabal de lo que significa ser un ninja en este momento particular de la historia y lo que significa encontrarse con él dentro de la rueda del destino.
Quizá con esta novela Iván Gutiérrez se confirma como una de los escritores más creativos e innovadores dentro del panorama dado que también este libro en estricto sentido tiene dos autores. Gutiérrez que hizo la parte escrita y Sarahí Torrez Sevilla que realizó las ilustraciones (collage digital) que acompañan la narración y que funcionan dentro del libro como referencias tangibles para decir que aquello que se cuenta es real. Las ilustraciones son una forma de testimonio y un modo de hacer tangible aquello que sucede en la imaginación y es gracias a ello que Torrez merece un lugar importante dentro de este libro y merece también el reconocimiento por entender lo que las palabras dicen y traducirlas a una serie de imágenes concretas que, a su vez, hacen que el lector pueda tener otro viaje con la imaginación para formar una nueva historia dentro de sus sentidos.
Finalmente, este nuevo libro queda publicado este año por Editorial Electrodependiente y es necesario pensar la labor editorial cuando parece que mucha de la ficción se hace en plataformas o se comercializa por medio de libros electrónicos. La apuesta editorial en físico y con el riesgo que implica pensarlo como objeto que contenga en su interior gráficos y textos es pensar el libro un poco más allá de sus posibilidades y es entender el sentido y significado que para el autor tiene lo que se presenta al lector. Es una editorial que funciona como un medio entre el lector y el escritor. En este caso entre la ilustradora, el escritor y el lector.
La presencia de las editoriales independientes nutre y construye un nuevo planteamiento sobre el mercado del libro y su circulación y al mismo tiempo posibilita como instancia de visibilidad, la emergencia de escritores que están construyendo un cuerpo narrativo sólido y que es tiempo de que sea pensado con un aparato crítico específico también.
Fuente: Letra Siete