Por Martin Zelaya
En el primer párrafo de Huaco retrato (Dum Dum, 2022), Gabriela Wiener da las claves del libro:
Lo más extraño de estar sola aquí, en París, en la sala de un museo etnográfico, casi debajo de la Torre Eiffel, es pensar que todas esas figurillas que se parecen a mí fueron arrancadas del patrimonio cultural de mi país por un hombre del que llevo el apellido. (11)
Identidad y arraigo. Y desarraigo. Y extravío. Y atavismo. Y tradición. Y ruptura… en fin, todas categorías y niveles de una crisis existencial muy particular: lejos de hundirse en el sinsentido de la vida y renegar de su condición de ser y estar, más bien la autora peruana canaliza la crisis identitaria en un cuestionamiento histórico, cultural anticolonialista.
¿Por qué asumir otras culpas?, “… me siento rodeada de agujeros hechos por mí misma que no sé cómo llenar” (32). “Soy consciente de que intento construir algo con fragmentos robados de una historia incompleta” (39). Todo se va develando poco a poco en el transcurrir de las páginas de esta crónica, exitosísima en España y muchos países de América Latina y que encuentra en Bolivia la primera edición alternativa (¡punto alto para Dum Dum!) al margen de la totalizadora Penguin Random House.
Por un lado, está la historia de su tatarabuelo, el famoso “arqueólogo” Charles Wiener –que en realidad era, ante todo, un saqueador de tesoros precoloniales– y la trascendencia de esta pesada herencia. Y por otro, la deriva personal de Gabriela Wiener –narrada sin tapujos ni matices–, a partir de la muerte de su padre, el escritor Raúl Wiener.
A fines del siglo XIX, Charles Wiener, desarraigado profesor austriaco que añoraba obtener la nacionalidad francesa y el reconocimiento de la élite parisina, consigue patrocinio para explorar el exótico Perú (y de paso también llega a Bolivia) de donde recolecta toneladas de piezas precoloniales, generalmente tomadas directamente de sitios sagrados (huacos), que hasta ahora adornan los grandes museos europeos.
La reflexión sobre su tatarabuelo resurge en pleno duelo: ¿qué mejor detonante que el dolor para escudriñar los intersticios internos vedados a propósito a sabiendas de que ahí hay más dolor? Surgen, decíamos, durante el regreso momentáneo (retorno, otro leitmotiv de introspección) a su Lima natal a la que Gabriela llega tarde, cuando su padre ya había fallecido.
Raúl Wiener, reconocido intelectual de consecuente militancia en la ideología de la igualdad, vivió una doble vida: la oficial con su mujer y sus dos hijas (Gabriela, una de ellas) y la secreta: en otra casa de otro barrio, con su otra mujer y su otra hija. Durante décadas se turna y zafa hasta lograr la aceptación y resignación de ambas.
Me pruebo las gafas sucias de papá y por primera vez en mi vida, y aún más fuerte desde que me bajé demasiado tarde de ese avión, siento que a lo mejor tengo que empezar a pensar seriamente en que algo de ese ser fraudulento me pertenece. Y ya no sé si me refiero a mi padre o a Charles. (19-20)
Este es el escenario en el que navega la cronista. Trata de entender cómo su padre izquierdista vivió a la sombra de su “pecado” patriarcal y colonialista. Trata de entender cómo pese a que va en total contra ruta con su estilo de vida, ella no solo lo bancó tácitamente, sino que no dejó brindarle un trato casi reverencial. Trata de no ceder a la tentación de dejar atrás su vida en Europa (ahora vamos a ello) para quedarse en su país con el pretexto de un nuevo amante y, de pronto, volver a la quietud e inercia de su familia y entorno social tradicionalistas de los que tanto le costó desprenderse.
Gabriela Wiener es bisexual y poliamorosa. Vive en Madrid con su marido –“un cholo peruano”, dice ella que se considera india– y con su mujer, una española de clase alta y familia franquista. Vive además con su hija adolescente y el bebé que tuvieron sus dos marides. Exhibicionista innata, Wiener no desperdicia pretextos para contar explícitamente sus devaneos sexuales con hombres y mujeres, sus remordimientos por traicionar a sus marides, su aceptación de que esos remordimientos no son del todo sinceros e incluso las dudas de autoaceptación que a veces le vienen a la mente, como cuando admite que a veces le gustaría ser blanca y delgada como su esposa.
¿Cuánto de autoficción tiene Huaco retrato? Hoy está muy mal vista la llamada “literatura del yo”, sobre todo en círculos narrativos de las llamadas nuevas generaciones, pero este libro y otros parecidos, calan y muy bien entre ellos. ¿Cuál es el límite entre crónica literaria y ficción? ¿Hasta dónde es aceptable la primera persona? ¿Cuánto de crónica, en el sentido tradicional del término hay en Huaco retrato?
El libro se disfruta de cabo a rabo, pero no hay manera de dejar de plantearse la duda razonable de que para que todo quede tan redondo hay mucho de imaginación. Y ojo, con el perdón de los puristas, esto me parece legítimo y válido… tan legítimo y válido como que, más allá de las odiosas y predominantes odas al ego, hay también “literatura del yo” de alto nivel.
Empieza Gabriela hablando sobre Charles y luego se siente identificada:
Su autorretrato vital, el del narcisista obsesionado con el éxito, es tan impúdico que no necesita estar desnudo. Cuántas veces me han preguntado sobre el desnudamiento en mis libros, por qué solo escribo sobre mí, para terminar en mis respuestas siendo aún más inaguantable. Conozco bien la sufrida artesanía del yo, lo delatador de mi materia prima, del material en bruto en una historia sin ficción aparente y los peligros de la construcción de un personaje que eres tú, cuando aún no se domina del todo el arte de limpiar las basuritas de contarse a uno mismo (…) La primera persona puede llevarte a ser injusto y creer que tienes la última palabra, y ni la mala conciencia te salva. (94)
Fuente: La Trini Revista Cultural