Por Juan P. Vargas
En los últimos días hemos asistido a los escándalos suscitados por la publicación de Los hijos de Goni, de Quya Reyna (por mano de la editorial alteña Sobras Selectas). Veamos algunos de los comentarios de Facebook a la entrevista que le hizo Erick Ortega: “otra líder alteña que asco dan estas publicaciones”, “ok, pero no me hagan guirra cewel cuando vaya al aeropuerto”. Estas afirmaciones se acrecentaron en la presentación en Santa Cruz, cuando Quya afirmó que “la Santa Cruz colla, india y morena va a desplazar a la élite cruceña”. Más allá de la validez sociopolítica de esta afirmación, quiero aventurarme a pensar por qué el libro de la Quya molesta a la literatura boliviana y, por lo mismo, es una publicación importante.
El teórico uruguayo Ángel Rama llama transculturación narrativa a un proceso de la literatura latinoamericana donde los autores redescubrieron elementos de su entorno (culturas y lenguas nativas, silenciadas por la conquista) y los incorporaron con elementos de la cultura invasora (la lengua española y la cultura occidental). Como parte de esto, surgió la literatura indigenista que venía acompañada de glosarios: si en la novela se usaba la palabra wawa, había un glosario para explicar su significado. Esto marcó una lejanía entre el autor y el universo lingüístico indio, pero además construyó una definición de lector: un noindio perteneciente a una élite letrada que requiere de glosarios para comprender ciertas palabras. Si bien estos vocabularios desaparecieron (reintegrando, tal vez, la lengua india al lenguaje propio), nos fue heredada la concepción del lector y el intelectual como alguien ajeno al universo indio.
Los hijos de Goni, en cambio, puede incluir palabras aymaras en el castellano con total naturalidad porque no las ve como algo extraño; no necesita transculturar el aymara en el español, porque la cosmovisión de la lengua es su forma de entender el mundo. En ese sentido, términos como k’ispiña le son naturales, mientras que palabras como bullying necesitan ser transculturadas. Incluso, vemos un grado de conciencia de este proceso: “Desde mi abuela, hasta la más wawa en la familia, ya tenías que saber las estrategias para khamanear, palabra en aymarañol que significa ‘hacer una buena venta’ o ‘ganar bien’, según mi papá”. Si bien se imita el modo de los glosarios de antaño, se hace para explicar un término en aymarañol, dándole nombre a esa lengua que leemos en el texto. Esta lengua no se está inventando, se está heredando como fruto de un proceso histórico.
El libro de la Quya ha molestado porque cambia concienzudamente su concepto de lector: el aymara citadino que ve su aymarañol hecho literatura. Cuando Quya se presentó en Santa Cruz y realizó su tan polémica afirmación, el político Luis Eduardo Siles publicó en Twitter: “No deja de ser significativo q mientras una ‘escritora’ alteña va a SCZ para exhibir su retorica llena de odio e inmotivada provocación, la brillante cruceña Liliana Colanzi gane uno de los premios mas importantes de la literatura hispana en el genero del relato corto”. He mantenido a propósito los errores ortográficos y gramaticales del tuit con una intención: no sé si los aymaras desplacen económicamente a la élite cruceña, pero a nivel cultural debo recalcar que mientras una india publica un libro entero de crónicas maravillosas, un hombre blanco cruceño escribe en una red social gratuita con errores ortográficos.
Siles tuitea desde la noción de lector no-indio, desde la molestia por sentirse desplazado a nivel cultural y constatar que el aymara hoy escribe, piensa y publica. El libro de la Quya parte de la conciencia de que el indio siempre fue el otro para el mundo, pero hoy puede ser el centro de la literatura: “La Adela estaba más preocupada por los extraños, como siempre, porque mi mamá siempre fue una de ellos”. En este imaginario, los extraños no son solo aquellos a quienes no conoces, son aquellos a quienes la cultura predominante no quiere conocer, aquellos que están en la periferia: los indios. Con esa conciencia histórica, Quya escribe desde una centralidad india en la ciudad y construye letras, signos, espacios. Los hijos de Goni tiene haters porque es una interpelación necesaria y directa a la cultura letrada del país, Quya Reyna tiene haters porque es la punta de lanza de un proceso que ha venido creciendo (con Gabriel Mamani y Carlos Macusaya, entre otros) y que ocupa hoy un lugar central en la literatura boliviana.
Fuente: La Razón