03/11/2022 por Sergio León

Édgar Ávila Echazú: Se fue “un hombre insustituible”

Por Norman Chinchilla

“La historia de Édgar Ávila Echazu comienza con su papá: Federico Ávila que ha sido un hombre de Estado, ha sido embajador nuestro, agregado cultural”, dice el escritor Gonzalo Lema al comenzar a hablar de su desaparecido amigo.

Al recordarlo, Lema cuenta de él facetas conocidas por un círculo de privilegiados que frecuentaron regularmente al artista y político tarijeño.

“Su padre era un hombre muy culto y educó a su hijo haciéndole conocer libros, llevándolo a galerías de arte, escuchando muy buena música: Édgar era un eximio oyente de música.

Eso recuerdo porque escuché las charlas que tenían con Alberto Villalpando (compositor boliviano), charlas de eruditos.

Édgar Ávila me es muy próximo desde hace 30 años, cuando él ya radicaba aquí en Cochabamba, y yo me convertí en un habitué de su casa y de los encuentros que desde entonces celebrábamos allí escritores, poetas, pintores, músicos…

Nosotros desarrollamos una amistad muy próxima con Edgar, los que me conduce, por ejemplo, a dedicarle con todo cariño, hace dos años, mi último libro, la novela Hola, mi amor.

Édgar, además, fue el puente que nosotros, los de mi generación, debíamos transitar para conocer, por ejemplo, en literatura, a Jaime Sáenz, él fue un amigo íntimo de Jaime Sáenz, fueron amigos durante décadas, muy amigos, íntimos”,  refiere Lema.

Jaime Sáenz

“Yo lo conocí cuando estaba por publicar El escalpelo y lo acompañé a las últimas revisiones en la imprenta. Lo vi desde el 54, me lo presentó Oscar Pantoja, fue una amistad muy grande, muy llena de altibajos como debe ser toda amistad. Nos veíamos en las noches casi a diario, todos éramos amantes de la música. Además, introdujimos, porque no había entrado, el jazz, y nosotros oíamos mucho jazz, incluso comprábamos discos de jazz en las radios”, contaba Ávila Echazú en una entrevista publicada en 2001.

Político

“En la política, Édgar Ávila también jugó algunos roles importantes. Fue alcalde de Tarija, por ejemplo, entre otras cosas. Y nos permitió conocer más aspectos de la vida de Víctor Paz, a quien conoció. Era menor que Víctor Paz, pero lo conoció debido a su actividad política, debido también a que ambos eran tarijeños y, mucho, debido a que él era un hombre de la cultura, porque, claro Paz era un hombre que sabía distinguir a la gente de cultura y tratarla de modo especial”, continúa Lema.

Y luego, pues la generación de Antonio Terán Cabero era íntima de Édgar Ávila y así coincidíamos en su casa, gracias siempre a la amabilidad suya y de Ilsen (su hija). Ahí hemos tenido centenares de reuniones fundamentalmente de amistad.

Insustituible

Cuando hablamos de la muerte de Édgar Ávila estamos hablando propiamente de un vacío. Es un hombre al que Bolivia le supo otorgar, por suerte, el Premio Nacional de Cultura, en su tiempo. Un hombre insustituible.

Hace unos años, la Fundación Patiño dedicó una exposición de sus obras. Este talento suyo fue permanente reconocido por las galerías oficiales.

Pero, claro, conmigo nos aproximábamos mucho más por su labor en literatura: poesía, novelas, cuentos. Y también su labor en la historia, él ha escrito La  historias de Tarija, una obra con ambiciones exhaustivas, voluminosa, muy sesuda, como siguiendo la vena de su padre.

La Nao

Es insustituible. Desde todo punto de vista, porque además de esos sus grandes dones y talentos era, fundamentalmente, tan gran amigo, que era capaz de convocar a gente que de otra manera no se hubiera encontrado nunca. Y eso ha sido hasta hace unos pocos meses atrás. Gracias a él hemos sabido nosotros compartir, reitero, personas que de otra manera, pues no hubiéramos coincidido, no nos hubiéramos buscado para conversar.

Él era un extraordinario, extraordinario y muy particular amigo y por eso es que las reuniones en su casa se llenaban de gente y albergaban a personas de dos o tres generaciones. Eso ha sido muy común con él.

Por todos los oficios que ejercía, como pintor, como literato, historiador, como político, como erudito en música, en cine, era erudito en cine… Era un hombre vital. Entonces, esa casa en la que hasta hace unos meses él era la atracción mayor, el gran anfitrión, esa casa a la que se llegaba por diferentes caminos —unos con invitación directa y otros con invitación indirecta— se llamaba La Nao. Era la nave de la que él asumía las funciones de comandante, ahí comíamos, bebíamos y charlábamos muchísimo. Siempre había más de 20 personas. Había guitarra, en un lugar se cantaba. En otro, unos metros más allá: la gran charla, en la mesa redonda, en la que participábamos todos.

Eran hermosas jornadas que duraban hasta pasada la medianoche. Se encontraba gente muy inteligente. Es muy difícil imaginar que alguien pueda ser tan generoso, tan desprendido y capaz de convocar a gente tan diversa. Él era como un hilo conductor entre las generaciones diferentes y el heredero de una Bolivia que ya no hay, porque, pensemos que él creció en un ambiente de cultura y de trajín político, él va acompañar, muy atento, la Revolución del 52, en su conjunto, luego los golpes de Estado, las persecuciones políticas —estuvo preso en dictadura—. Después, él va a disfrutar el retorno de la democracia. Además, él trasciende a través de sus obras, tantos títulos.

Prosa preciosa

Y aquí hay que advertir algo. Ojalá, imagino que así va a ser, que las generaciones próximas lo lean, porque Édgar Ávila tiene una prosa de preciosa, es morosa, es exhaustiva, también es muy descriptiva. Es un escritor con una apuesta muy fuerte por la sobriedad, por eso es que sus trabajos son normalmente ambiciosos. Son trabajos gruesos porque en ellos no está pasando el tiempo, él está tratando más bien de aquietarlo, de atraparlo, en sus novelas y cuentos.

En la poesía tiene muchos giros lindos, porque era un hombre ocurrente y muy culto. Entonces su síntesis pueden ser siempre una suerte de rayos, que llegan y se van. Y, claro, debido a su característica multifacética, un renacentista”, concluye el escritor y amigo de Édgar Ávila Echazú.

92 PROLÍFICOS AÑOS

Humanista, escritor y pintor

Edgar Ávila Echazú nació en la ciudad de Tarija en 1930, fue poeta, novelista, pintor, ensayista, conferencista e historiador, miembro de la Academia Boliviana de la Lengua desde 1997.

Fue docente de la materia de Publicaciones e Investigación folklórica de la Universidad Juan Misael Saracho, director de la Escuela de Artes Plásticas de Tarija, alcalde del Municipio de Tarija en 1971, senador en 1979 y consejero cultural de la embajada boliviana en Madrid, entre otros.

En poesía, publicó Elegía (1979); y Elegía para Jaime Sáenz (1990). En novela: Belinos (1995), Cantar en las tinieblas (1996) y Ceniza del viento (2004). En cuento: El códice de Tunupa (1993), Una música nunca olvidada (1994) y Prohibido barrer los parques en otoño (1998). Y ensayos literarios, además de Literatura prehispánica y colonial en Bolivia (1974), Historia y antología de la literatura boliviana (1978) y Antología poética (1991).

Una de sus pasiones mayores fue investigar la historia tarijeña, donde completó una docena de estudios de alto impacto y solidez académica que finalmente se publicaron en el libro Historia de Tarija (1992).

Como pintor tuvo una prolífica obra abstracta y figurativa.

Fuente: Los Tiempos