Varias pieles, varios ojos, un libro
Por: Gabriel Mamani Magne
El confort no es un lugar tan perjudicial como muchos dicen. En su hábitat natural, una persona puede caminar sin demasiado temor al infortunio, puede sacar el celular sin miedo a que alguien se lo robe, puede mirar al horizonte y sentir que, por más que camine mucho y sin dirección conocida, el regreso siempre será una opción.
Con la escritura pasa algo parecido: el lugar de confort te ayuda a encontrar fórmulas que a la larga te ayudarán a sentirte seguro, publicable, querido por un grupo de lectores. Las probetas llenas de palabras quedan guardadas en el armario del laboratorio literario y uno solo debe releer mentalmente las instrucciones, cual receta en el envase de una pasta, y teclear con la seguridad de que hay un horizonte seguro. Los fideos no se van a pegar.
Es ese el motivo por el que, tal vez, reinventarse o combinar diferentes fórmulas químico-literarias es un gran paso para una escritora. En el caso del libro del que hablamos hoy, esa reinvención está hecha a base de probetas de distintos colores, registros, palabras y emotividades. Magela Baudoin, al menos la que yo había conocido en La composición de la sal y El sonido de la H, escapa de ella misma, del lenguaje al que estaba acostumbrada, y se inserta en un recorrido que, si bien no se encuentra en las antípodas de sus anteriores obras, tuerce el destino y llega a un lugar en el que se conjugan todos los destinos posibles. (Chico Buarque ya lo dijo en una canción: “y todos los destinos se van a encontrar”).
Diez cuentos, diez registros. Si un libro de cuentos necesariamente debe tener un hilo que los una, el ligamento que une a los libros de Magela es la pluralidad. La diversidad en los lenguajes, en las geografías, en los narradores, en el estilo. Si en “Solo vuelo en tu caída” estamos en La Paz ante un hecho macabro, en “Ojos en las alas” nos encontramos en Tailandia. Si en “Mujer fumando en la playa” escuchamos tango en Argentina, en “Los chicos Manara” el sountrack está compuesto por gemidos sexuales y la risa de dos changos que acaban de descubrir el deseo.
En todo caso, más allá de los estilos, cada cuento se trata, a decir de uno de los narradores de Baudoin, “de la cicatriz de una lectura; de su tajo invisible y perfecto en la memoria de un martes, al inicio de la tarde, en la que se siente el azote del sol sin barreras a través de los ventanales”.
Me sorprende la versatilidad de los narradores, una cualidad cada vez más difícil de encontrar en la literatura contemporánea. Con la ola del yo acaparándolo todo (la economía, las relaciones sociales, etc.), encontrar cuentos cero por ciento ombliguistas y bien distanciados, de la figura pública del autor, es un resuello en mundo atiborrado de selfis y demás masturbaciones virtuales.
La velocidad es otro componente valioso de Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Acostumbrados a los bien logrados arrebatos poéticos de la autora, sus lectores nos habíamos habituado a un leguaje un poco más lento, bien respirado. En este libro, la autora parece haber acelerado las palabras, haber movido la palanca de la bicicleta escritural en la que todo autor avanza, y logra combinar velocidad con poesía, acción con reacción, tensión con adjetivos, todo a una velocidad que nos apabulla y nos hacer querer avanzar las páginas.
La constelación de emociones, pieles y ojos de este libro está unida por rutas raudas: si el libro fuera un cielo en la noche, nos encontraríamos con una constelación en forma de mariposa o taparaku. Cada estrella con diferente fulgor. Cada fulgor con una agonía distinta. Página con párrafos largos, cual rectángulos gigantescos en medio de un bosque. Hombres de rosa y lengua picante. Oraciones con errores ortográficos que en realidad no son errores. Y la muerte, esa palabra desgraciada y tan pronunciada en este último par de años, volando sobre el papel.
Magela se mete en los cuerpos de sus narradores, usa sus pieles, sus ojos, toma sus lenguas y forma una diáspora del horror y la ternura, de seres de palabras que habitan en un universo compuesto por geografías y miradas disímiles entre sí. Si habría que ponerle un nuevo título a este texto, sería el siguiente: Vendrá Magela y te abrirá los ojos.
Fuente: Ecdótica