09/13/2007 por Marcelo Paz Soldan

La infinita ciudad que nos habita

La infinita ciudad que nos habita (Fragmento)
Por: Gaby Vallejo Canedo

La ciudad nos toma desde que nacemos, nos provoca, nos incita, crece con nosotros, nos da el amor y la muerte. No sólo somos habitantes de una ciudad, sino que estamos infinitamente habitados por ella. No acabamos de conocerla nunca. Tal vez no conoceremos nunca sus oscuros y misteriosos antros de la noche, los pasillos de los hospitales donde se cruza la muerte con los niños que llegan, los barrios donde se gestan las revoluciones y el amor clandestino.
Porque sentí infinita y abierta mi ciudad escribí prólogos a catálogos y libros sobre Cochabamba, varias notas como columnista de prensa, situé mis novelas en esta ciudad, escribí un libro de viajes donde la recupero tantas veces y la llevé a pasear en mis libros por otras ciudades del mundo. Siempre me sentí habitada por mi ciudad, por Cochabamba.
Las ciudades como espacios literarios, ya me había convocado desde sus calles, justamente por el detenimiento que hacían en ellas los novelistas bolivianos. Así, publiqué en 1989, en Presencia Literaria, una aproximación bajo el título “Las calles en la narrativa boliviana”, que muy bien podría titularse hoy “Las ciudades en la narrativa boliviana”.
Cito la introducción de aquel trabajo por su actualidad: “Las calles, estructuras urbanísticas de las ciudades por donde circulan los hombres con su carga de sueños y fracasos, espacios donde transcurre el tiempo encarnado en los hombres, aceras, esquinas, puertas que con frecuencia permanecen más que sus efímeros habitantes. Lugares en que se fraguan las revoluciones, las convocatorias populares, las barricadas por donde pasan los tanques, los motorizados de las represiones, los hombres que matan. En fin, las calles, son ciegas presencias que albergan todas las miserias y felicidades humanas, soportan a un niño escuálido que se arrastra detrás de una monada tintineante o recibe inalterable un desafiante beso de amor, una serenata que puebla el silencio de una ventana, un encuentro. La calle ha sido siempre un lugar de encuentro.
Las ciudades nos hablan, nos poseen cuando con nuestros pies las transitamos. Y las transitamos cargados de informaciones anteriores que vienen de lecturas, de diálogos de imágenes fotográficas, de la memoria de los abuelos, de las leyendas urbanas. Entonces se produce un coloquio interior entre toda esa carga y la que llega por los ojos, por los oídos, por los olores, por las palabras, por las personas que se nos atraviesan en el presente.
[Tomado de: http://www.laprensa.com.bo/fondonegro/09-09-07/09_09_07_edicion6.php]