Lo urbano, intrínseco en nuestras letras (Fragmento)
Por: Erika Bruzonic
El crítico Carlos Castañón anota, que a partir de Los Deshabitados: “se abre un nuevo horizonte a la novela boliviana, la cual parecía estar estancada en la reiteración de temas folklóricos y terrígenas.” Hacia el presente, tenemos una literatura identificada plenamente con lo urbano, con imaginarios colectivos donde caben tanto la ciudad de La Paz como el Plan 3000 de Santa Cruz, y eso está bueno.
A partir de la década del 80, y con el surgimiento en Latinoamérica de diferentes movimientos literarios, incluyendo -por ejemplo- a un grupo “anti boom”, una nueva manera de hacer literatura surgió sin timidez. Es entonces cuando se adquirió la identidad urbana, bajo un condicionamiento evolutivo crítico. Los escritores comenzaron a utilizar diferentes urbes como telón de fondo de sus tramas y empezaron a mirar, hurgar y escribir sobre temas antes ignorados o dejados de lado. Y aquí quiero mencionar específicamente a Adolfo Cárdenas como el ejemplo quintaesencial de la literatura urbana contemporánea de occidente en Bolivia.
Lo urbano, visto así, no es una moda pasajera, sino un hecho irreversible, resultado de hondos cambios históricos, culturales y sociales que van confiriendo al narrador de lo urbano cada vez mayor presencia en todos los aspectos de la vida nacional. En este proceso, la literatura ha servido de punta de lanza.
Indudablemente lo urbano ya se ha transformado en parte intrínseca de nuestras letras y bastarían sólo algunos nombres para reconocerlo. Pero en el pasado la presencia de lo urbano ha sido más bien excepcional y se ha concentrado principalmente en el terreno de la narrativa, con el ejemplo más patente en Los deshabitados de Marcelo Quiroga Santa Cruz, todavía la más universal de las novelas bolivianas.
El auge de lo urbano en la narrativa y cuentística bolivianas no se debe únicamente a la calidad de las obras, sino también a un profundo cambio en la estimativa literaria y a la necesidad de iluminar aspectos antes postergados o marginados de la experiencia y del universo nacional.
Pero, la categoría “urbano” es también un signo cambiante y los narradores, a medida en que se enriquecen sus experiencias y se afianza su seguridad en la escritura, van abarcando otros predios: los vinculados a la vida pública, a la experiencia colectiva de nuestros países y del resto del mundo. Como feliz resultado, las fronteras entre lo “urbano mío” y “urbano de otros” se van desdibujando, esfumándose en la indefinición.
No se trata entonces de postular la existencia de una hipotética esencia de lo urbano, eterna e invariable, basada en condiciones psicológicas o lingüísticas, situada más allá de los contextos sociales, culturales e históricos que, a su vez, produce inevitablemente un tipo particular y único de escritura. Esto constituiría una posición, en el fondo, injusta y limitante que condicionaría nuestra lectura de los cuentos producidos por narradores de lo urbano únicamente a destacar aspectos “citadinos”. Sería otra forma, tal vez más sutil y aparentemente aceptable, de ubicar de nuevo la narrativa de lo urbano en el espacio de la marginalidad.
[Tomado de: http://www.laprensa.com.bo/fondonegro/09-09-07/09_09_07_edicion6.php]
09/13/2007 por Marcelo Paz Soldan