Por Jennifer Camacho
Aunque bastante prolífica y premiada, Giovana Rivero es casi una desconocida en nuestro país. En 2014, Caballo de Troya publicó su novela 98 segundos sin sombra, para nuestro pesar, ya agotada, y hasta 2020 no volvió a estar presente en nuestras librerías, con la edición de Para comerte mejor de Aristas Martínez. Tierra fresca de su tumba, que edita Candaya, es una muestra perfecta para iniciarse en el panorama actual de nuevas cuentistas latinoamericanas: su narrativa es fresca, engañosamente mundana, la realidad se trastoca y se vuelve espeluznante sin necesidad de recurrir a la imaginería típica de la literatura de terror.
El diablo se apodera de nuestras voluntades
«La mansedumbre» es el cuento que abre este compendio y que nos traslada a un escenario rural, una comunidad de menonitas de Manitoba, un ambiente opresivo y represor para una adolescente como Elsie Lowen, cuya violenta desgracia es achacada al diablo. Tras el suceso, los Lowen son desterrados de la comunidad, y enviados a Santa Cruz, una tierra lejana y extraña que deberán empezar a trabajar desde cero. El planteamiento de este relato me recuerda al drama experimentado por Nefer, la joven protagonista de Enero de Sara Gallardo, pues las dos se encuentran en el mismo punto de no retorno, aunque por distintos motivos. Sin embargo, el desenlace de este cuento es sorprendente, sobre todo teniendo en cuenta que los Lowen son pacifistas y extranjeros. Quizá el diablo se ha apoderado de las voluntades de todos los personajes, o puede que sea la Pachamama restableciendo el equilibrio natural de las cosas y bendiciendo a la familia de advenedizos.
De la misma forma, en «Pez, tortuga y buitre» los protagonistas parecen haber sido desprovistos de carácter y arrojo, sin duda, por encontrarse en una situación tan extrema. Esta segunda historia es el relato de un naufragio y de la muerte de un joven, un recuento que su madre exige, en todo detalle, al único superviviente de la catástrofe. Una atmósfera asfixiante, en plena mar y a la deriva; Amador, el marinero que cuenta la historia, parece ocultar un secreto sobre el fallecimiento de Elías, una incógnita que la madre está dispuesta a descubrir.
Bolivia es una enfermedad mental
Los migrantes que se llevan la tierra natal a cuestas son una constante en algunas de estas historias, especialmente patente en «Socorro» y «Piel de asno». En ambos cuentos, además, cobra mucha importancia la figura de la tía, enferma mental o alcohólica, que de alguna manera debe sustituir la figura materna, y que nos sumerge en la fantasía y lo imposible. En «Piel de asno», tía Anita se llevará a sus sobrinos a vivir cerca de una reserva de indios métis que iniciarán a los jóvenes en los misterios del mundo salvaje. Socorro es la tía que nadie cree, ni toma en cuenta, la mujer enferma e infantilizada. En este relato angustioso, Socorro, a quien se le inflan los pechos como si estuviera buscando a un lactante, es el receptáculo de las miserias y violencias de la familia, su memoria histórica.
La idea de que Bolivia es una enfermedad mental, que persigue y afecta a su progenie, aunque esté lejos de la tierra, que los condiciona y deforma, nos hace sentir extrañeza. Como si Bolivia fuera una ansiedad, no haberla experimentado es no poder comprenderla, observar desde fuera e intentar buscar la respuesta. Las historias de Giovanna Rivero nos dejan con la boca abierta porque nos somos capaces de pensar igual y adivinar el siguiente paso.
La señora Keiko
El cuento más lírico y tradicional quizá sea «Cuando llueve parece humano». En este texto se nos cuenta la historia de la señora Keiko y su familia, que tras la Segunda Guerra Mundial abandona Japón para buscarse la vida en Bolivia. Keiko se nos presenta como una figura delicada, que ha tenido una vida dura, pero ha salido adelante. Imparte talleres de origami en la cárcel, cuida de su jardín y aloja a una joven inquilina estudiante de literatura por muy pocos pesos. Incluso le prepara la comida. Cuando la anciana ya nos ha seducido y nos imaginamos tomando un té en su casa y ayudándola a plantar en el jardín, Rivero suelta la bomba. Un juego donde nada es lo que parece.
La señora Keiko tomó la víbora colorada y la asentó con delicadeza sobre la palma de su mano derecha. Paseó en silencio con la víbora por entre las demás alumnas como si exhibiera un trofeo. Era un trofeo. Era la victoria de la constancia, la concentración mental y el dominio manual sobre la mediocridad y la prisa de lo fugaz, de lo que moría antes de respirar.
El ciervo sin final
Y para finalizar este estupendo recopilatorio, «Hermano ciervo» se vive como una historia sin final, que nos deja en un suspenso. Cuando más absortos estamos, la autora nos abandona a nuestra imaginación. Es un pequeño shock. En este cuento un experimento científico es esencial para acabar una tesis, y el autor de la misma presta su cuerpo como cobaya humana. Este texto casi se acerca al bodyhorror, pero es más onírico, más sutil.
Los habrá que considerarán que estos cuentos no son terror propiamente, sino narraciones extrañas, diversas, quizá recurran por procedencia de la autora a categorizarlo como realismo mágico. Pero no es magia lo que desprenden las historias de Tierra fresca de su tumba, sino violencia, miedos, venganzas y castigos. Con Bolivia o las montañas canadienses de fondo, los personajes son los principales agentes, así como los muertos en sus tumbas olvidadas. Son unos cuentos magníficos y os animo a adentraros en ellos.
Fuente: www.libros-prohibidos.com/