Por Ricardo Bajo
Habla poco pero cuando lo hace es siempre con humor ácido, parco a ratos. Julio Barriga lanza frases cortas y luego vuelve al silencio, de repente. Es un boxeador al estilo de Muhammad Alí: vuela como una mariposa, pica como una abeja. Su poesía es igual: flota serenamente urgente, ataca irreverentemente certera. Musical, coloquial, desencantada vuelve a los viejos temas: el amor, la muerte, el alcohol… y la soledad concurrida. Es la paradoja del poeta de la soledad: llegar a estar rodeado de innúmeros amigos entrañables.
Estar solo concede la medida / de la existencia ajena y de la propia (Julio Barriga, El fuego está cortado, 1992)
Julio atesora una extraña elegancia de dandi/bohemio con sombrero y mochila al hombro, viste camisas floreadas de colores chillones y ha abandonado su inseparable bicicleta y su cuartito de convento en el barrio de San Roque, Tarija, para vivir/gozar en los valles chapacos, ora en Santa Ana, ora en Coimata —famosa por sus cascadas a 14 kilómetros de la capital. El poeta no está escribiendo ahora, asegura/jura, pero advierte que no hay que fiarse: “todos decimos lo mismo”. De momento, “sobrevivo sobrebebiendo, ha habido algunos decamerones en esos valles cercanos”, dice.
La novedad es la anunciada antología a publicarse en México después del encuentro de Barriga con el exencargado de Negocios de la embajada mexicana en Bolivia, el también poeta y pintor Edmundo Font, flamante embajador ahora en Kuala Lumpur, Malasia. Cuando Font quiso averiguar más de los hombres y mujeres imprescindibles de nuestro país, se reunió con el artista Gastón Ugalde y el arquitecto Carlos Villagómez y entre todos trazaron una lista en medio de ricos caldos chapacos variedad Tannat. En esa lista estaba Matilde Casazola Mendoza, destino Sucre; estaba Julio Barriga Cabezas, destino Tarija.
Ni corto ni perezoso, el mexicano se lanzó y aterrizó, tomó vino y visitó El Picacho. Y charló con Julio de poeta a poeta. Font —“rara avis” de la diplomacia— ha escrito hace 15 días un artículo sobre ese viaje/descubrimiento. En la nota compara a Barriga y su ciudad Tarija, con Lezama Lima y La Habana; con Efraín Huerta y Ciudad de México.
Dice Font que no fue fácil encontrar una librería en Tarija con la obra de Barriga. Y eso que su editor también es otro chapaco “sui generis”, Fernando Barrientos, el pilar de El Cuervo, que publica libros a los que vale la pena atender. Cuenta Font que junto al poeta visitaron los viñedos de Kohlberg y, tras la charla suculenta, propuso un concurso de poesía dedicado al vino con el nombre de “Julio Barriga, poeta de la ciudad”. Cuenta Barriga: “por la graciosa intervención de Ugalde y Villagómez, me llegaron gratas satisfacciones a estas alturas del partido: la visita de Edmundo, el anuncio de publicación en México. Llegue o no a concretarse, el objetivo está cumplido”.
¿Pero qué hacen los poetas poniéndole al arte / un salvavidas de plomo al pescuezo / queriendo retocar todos los paisajes / con una sangre de su interior brotada / o con mierda embadurnada en un palito?(Julio Barriga, El fuego está cortado, 1992)
Julio Barriga nació el 17 de agosto de 1956 en la comunidad Yapusiri, cerca de San Lucas (Nor Cinti, departamento de Chuquisaca) donde estaban destinados sus padres, maestros rurales. De ahí viene quizás la “modesta vocación vagabunda” que ejerce. Ha estado preso tres meses, ha sido “hippie” prematuramente calvo, ha donado un riñón a su hermano y hasta ha trabajado como policía judicial. Ha viajado/jornaleado en la Argentina, donde un camión lo atropelló cuando iba en bicicleta. En el hospital y con el lema “escribir sana”, aprendió a escribir con la izquierda pues la mano derecha estaba destrozada.
No me vengan con verdad y vida / cuando la muerte es la única verdad. (Julio Barriga, El fuego está cortado, 1992)
El poeta —que escribe aún de puño y letra y luego transcribe en una vieja PC— es un convencido de que los poemas deben ser escritos con los actos de la existencia. Barriga se vacía en cada poema y cuando toca hablar del amor/desamor contragolpea con uno de sus aforismos: “El amor es una página de piel más allá del aire”.
El poeta se ha peleado con casi todos en Tarija por política pero asegura que “no vale ya la pena seguir batallando por esas cosas”. Hace dos semanas, el cineasta Gustavo Castellanos Echazú reclamaba en sus redes sociales que Barriga lo saluda “poco y rápido” por las calles tarijeñas para luego añadir con admiración. “Sin él, esta ciudad sería más pobre”.
Hoy, el cielo de Tarija es una lápida / de la que no quiero evadirme. (Julio Barriga, Versos perversos, 2004)
Sin el recuerdo de sus llegadas/adioses a La Paz, también seríamos más pobres por estos lares. Julio conoció Chuquiago Marka —ciudad madrastra— en 1969.
“Eran dos días de viaje desde Tarija, por aquel entonces se paraba en Potosí para dormir y luego seguir camino. Llegamos de noche y al ver la hoyada, pensé que el cielo se había caído en un pozo”. La Paz —donde vive su hija Alejandra y sus dos nietos Aria y Evan que son ahora su única manera de lidiar con la muerte— sigue sorprendiendo al poeta. Aquí conoció/bebió con Humberto Quino y Jorge Campero y otros creadores de la noche paceña.
Cuando Quino leyó el texto de presentación del segundo poemario de Barriga, Versos perversos (2004), dijo: “Poesía perdida y encontrada en el brasero del lenguaje, si pudiésemos conservar esta llama, la vigilia sería menos dolorosa. El lenguaje desencantado de Julio Barriga disuelve toda retórica al uso. Esta disgregación es al mismo tiempo una construcción, un ritual verbal que evade el lugar común de la poesía para llegar a eso que Octavio Paz llamaba el “monólogo plural” para cumplir la profecía de Lautreamont: la poesía será hecha por todos. En Barriga, la derrota del poeta es el triunfo del poema”.
—Julius, si tuviésemos que recordar alguna de tus borracheras prodigiosas, ¿de cuál te acordarías? Se desencadenó la madre de todas las borracheras / navegando en el mar de los sarcasmos.
—Haz la historia corta pero gruesa. “Precisamente de una que no puedo acordarme”.
Cuando el periodista intenta entender un poema cifrado, cuando intenta —y no lo logra— adentrarse en este personaje “impermeable a la locura”, el poeta gambetea otra vez: “Me gusta que me den la oportunidad de explicar mis versos pero nunca la aprovecho”.
Desde esta sobriedad me he propuesto llamarte / Eres como una música creciendo en el silencio / Eres un lugar secreto que muy pocos conocen / Tú habías nacido para robar las flores / de los jardines de la muerte. (Julio Barriga, Cuadernos de sombra, 2008)
A Barriga no le molesta el fracaso. Cree que la victoria es vulgar; y la derrota, única y engrandecedora. Pero que sus enemigos triunfen, “eso sí no lo puedo soportar”. De los tatuajes que aún no se hizo (en la tapa de El hombre que amaba a Amy Winehouse sale con uno del retrato de la cantante) recalca los indelebles tatuajes del alma.
De sus libros, no lleva la cuenta pero el que más lo enorgullece es aquel que no ha escrito. De su “editor/propietario”, el “Fer”, dice que le debe todo: “incluso estoy esperando ese feliz momento en el que él comience a escribir mis propios libros”. Y remata con una cita de su Cervantes querido: “publicar libros es como inflar perros”.
De sus amores, prefiere los no reales. “Amy Winehouse me atravesó como una lanza, su sinceridad suicida, su intensidad profunda me tocaron. Es necesario amar ausencias para que exista el amor, nunca fue necesario que la amada sea real, como bien dijo Macedonio Fernández”. De los consejos, prefiere aquellos que no ha sido capaz de cumplir/seguir. De la fama, prefiere esa que te permite caminar sin ser conocido.
Amy canta tosiendo / Amy canta chupando / Amy canta llorando / Y mientras canta encanta / Se cae se levanta / Ves llorar los ojos más hermosos del mundo / Y los míos se extravían en la quieta llanura / Donde ella es la lluvia / la exhalación perfecta / Buscando nueva vida tan cerca de la muerte / Donde ninguna devoción podrá exasperarla / Es dulce naufragar en este mar. (Julio Barriga, Luciérnaga sangrante, 2013)
— ¿Y el alcohol, Barriga? “Es un medio peligrosísimo de inspiración, no sirve casi nunca para escribir. Cuando lo hago, me da vergüenza ajena, creo que solo le funcionó a Bukowski y Viscarra”. De sus lecturas, se acuerda de Baudelaire, Pessoa, Kavafis, Apollinaire. Y de los nuestros, Quino y Juan Cristóbal Mac Lean: “Me gustan las prosas poéticas del Quichi”.
Barriga es un convencido de que en la poesía existe “una constante cercanía con la muerte que nos suscita instantes vitales”. “Pienso que aquel que es dueño de su vida es aquel que la arriesga. ¿Hay que saber morirse a tiempo?, pregunto al suicida incompleto/interruptus. Y Julio vuela y pica con alto humor: “desperdiciada la ocasión de dejar un cadáver bonito, prefiero que las cosas sigan como están”.
De la muerte a los epitafios, hay un pequeño trecho. A mí me gusta uno que he leído en la poesía reunida de Julio Barriga Cosechar tempestades (El Cuervo, 2016): “Beber y ver las nubes. Eso es todo”. El poeta que un día pidió ser enterrado con una placa olvidatoria en la tumba del Civil Desconocido ahora dispara este otro auto-epitafio, al más puro estilo de Groucho Marx: “Preferiría estar en cualquier otra parte”. Calla otra vez y añade pícaro: “no sé de dónde lo robé”.
Fuente: Escape