Por Jorge Saravia Chuquimia
“Siempre se nos presenta una vida como conjunto de aconteceres en el tiempo con necesaria vinculación a un ámbito geográfico específico”. En este caso, una vida (literaria) coexistida entre Bolivia y Argentina. Obra desatendida de un escritor parcialmente, pero, aunque demora un poco debe relacionarse indefectiblemente a la tradición de nuestra narrativa nacional por la característica prodigiosa que conserva. Me refiero a la vida de Marcial Tamayo (1921-1997), doctor en Filosofía y Letras, diplomático, traductor, ensayista, poeta y, principalmente, escritor boliviano de escasa admirable producción literaria.
En esta inmediatez, deseo trazar un esbozo crítico de la creación intelectual de Tamayo examinando un cuento extraordinario suyo, considerando el contexto y el texto. Me apremia la necesidad de comprender su calidad literaria, comentando desde el Sentido de la biografía (Tamayo y Ruiz-Díaz, 1955: 65). Y esto implica entender la cercanía literaria del escritor con otro(s) destino(s).
En breves anotaciones quizá convenga empezar indicando que “la forma de conocimiento a que la biografía aspira” (66), es desde el lado literario. En todo caso, presiento que el espíritu artístico le proviene del árbol genealógico familiar, pues el abuelo paterno es el escritor don Isaac Tamayo, el papá, exministro de gobierno de Bolivia, José Tamayo y el tío, el incomparable don Franz Tamayo. Según el libro Trayectoria de la diplomacia boliviana. Época de la renovación 1952-2004. 179 años de internacionalismo (2004), Tomo III, Marcial Tamayo Saenz realiza los estudios primarios y secundarios en Bolivia, Alemania y Argentina. Luego estudia Filosofía y Letras en la Universidad Mayor de San Andrés y en la Universidad Nacional de Buenos Aires, de Argentina.
Dicta clases como catedrático en Argentina en el Instituto Nacional de Antropología, de Buenos Aires y la Universidad Nacional de Cuyo, de Mendoza. Finalmente, entre 1954 y 1956 es docente de Literatura en la UMSA. Tamayo como escritor produce conjuntamente el escritor argentino Adolfo Ruiz-Díaz, el ensayo Borges, enigma y clave, en 1955, publicado por la editorial Nuestro Tiempo (Argentina). De regreso a Bolivia publica en Cordillera. Revista boliviana de Cultura, N° 1, de julio-agosto de 1956, el cuento Hallazgo de un tesoro. Ese mismo año es nombrado jurado calificador para el Concurso Municipal de Novela “Alonso de Mendoza”, en La Paz, resultando ganador la novela de Mario Guzmán Aspiazu, Hombres sin tierra. En Argentina, consuma el poemario Demasiada luz, con dibujos de Norah Borges (hermana de Jorge Luis Borges), el año 1990, por la editorial Proa. Deja inconcluso un libro sobre la vida de Isaac Tamayo.
En Argentina tiene estrecha relación de amistad con Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges. En ese sentido, estudiar la correspondencia intelectual con Borges supone aplicar la idea de Tamayo: “cada hombre traza su trayectoria en reciprocidad con otras vidas” (1955: 65). A partir de aquí me interesa delinear ese trayecto reciproco Borges-Tamayo en función a la construcción del relato, dentro y fuera del mismo. Rastros distintivos que considero importantes para comprender a cabalidad la lectura del cuento y configurar desde lo hiperbólico la obra del autor.
Antes de detenerme en la lectura del texto elegido conviene situarlo desde la periferia o, a partir del contexto. El punto de partida indica que Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares confeccionan varias compilaciones. Una de ellas es la famosa antología Cuentos breves y extraordinarios, publicada por primera vez por la editorial Raigal, de la colección Panorama, el año 1953. Sobre esta antología, en particular, habría que decir que el trabajo de recopilación de relatos no es una simple (s)elección, sino es una indiscutible labor creativa a partir de los textos de otros. De ahí que el cuento bien logrado de Marcial Tamayo, Hallazgo de un tesoro es escogido para la colección de cuentos breves, por los antologadores desde la primera edición.
Referirse a escritores de la talla de Edgar Alan Poe, Nathaniel Hawthorne, Bertrand Russell, Samuel Butler, O’Henry, Chesterton, Stevenson, Franz Kafka, Jean Cocteau, Paul Valéry, Alfonso Reyes, Henri Michaux, Silvina Ocampo, Virgilio Piñera y obviamente Bioy y Borges (partícipes de la antología) brinda una idea de la dimensión narrativa de los relatos escogidos. Marcial Tamayo es miembro del grupo selecto y el antecedente biográfico realza los atributos narrativos del autor. Estar entre todos ellos es punto de referencia esencial para introducirme a la historia del cuento.
El relato, narrado en primera persona tiene la extensión de dos páginas. En este espacio el narrador describe la historia de dos hermanos que hallan un tapado colonial. Descubren el cuadro de un obispo y el tesoro “componía de varios anillos episcopales, ocho admirables custodias enjoyadas, pesados copones, crucifijos, una petaca altoperuana (sic) con viejas monedas y grandes medallas de oro” (1953: 76). Explica que ambos hermanos toman rumbos diferentes. Uno de ellos logra hacerse rico, para luego quedar sin un centavo. En contraste, cuenta que el otro hermano viaja a Europa para aprender la técnica de pintura de un maestro: “Aprendí su técnica y su concepto de la realidad; vi los colores que él veía, mi mano se movió con su pulso”, –complementa–.
Revela que cuando el hermano pintor retorna a casa siente que no es un buen pintor. Al exponer las obras que pintó recibe crítica dura de la gente: “El resultado fue que alguno dijo que mi pintura era incomprensible; la mayoría la encontró trivial” (77). Desconsolado vuelve a ver el cuadro del obispo y nota que el rostro es del maestro europeo. El relato es sencillamente perfecto por la economía de lenguaje, las dos historias y en el final cerrado la segunda historia es fulminante.
“Una vida es, pues, el carácter descubierto en los testimonios que de un hombre ilustre quedan” (Tamayo y Ruiz-Díaz, 1955: 65). El testimonio de vida literaria que proporciona la obra de Marcial Tamayo surge de los apuntes biográficos. Estas notas me sirven para comprender la categoría textual del relato breve y porqué fue elegido por Borges y Bioy. Dije al principio que, para hablar de Tamayo, un posible camino es estudiarlo “narrando algo de la vida literaria”, puesto que esta dimensión textual brinda una imagen cabal que publicar mucho no es garantía de promover excelencia literaria. Lo evidente es que para hablar de Marcial Tamayo elegí “aquellos momentos en que mejor se manifiesta la vida” (1955: 69).
Fuente: Letra Siete