Clausewitz ha muerto
Por: Erick Fajardo Pozo
En un arranque de cinismo intelectual, similar al que en 2006 le impelió a confesarse “el último de los jacobinos”, hace poco García Linera hizo público que obsequió a Evo Morales la obra del filósofo chino Sun Tzu El arte de la guerra, incidiendo en dos de sus principios: 1. El arte de la guerra es el arte del engaño y 2. El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar.
Así entiende el poder el régimen Morales: como la inversión de premisas del aforismo de Clausewitz, ése que definía la política como “la continuación de la guerra por otros medios”, paradigma de una modernidad frustrada que buscó sustituir la brutalidad de la guerra por las sutilezas de una política “civilizada”, entendida como lucha por el poder racionalizada y normada.
La adscripción de García Linera a la doctrina bélica de Sun Tzu, sumada a su reconocida afiliación a Robespierre, reafirma su actuar en conciencia del carácter extremo de sus métodos y confirma los peores temores sobre el régimen que vendrá tras la inminente aprobación de su Constitución.
Pero el destino no sólo es trágico, sino también irónico. A nuestra poco instruida y pragmática partidocracia congresal, intentar descifrar los acertijos conceptuales del vicepresidente le habrá resultado tan tedioso como estéril y habrá renunciado al esfuerzo ignorando que en él se juega su destino; que García Linera ha elegido mofarse de esa dirigencia residual marcando distancia intelectual con acertijos que, aunque encriptados, revelan sus planes.
Son esas “élites” (denominadas así ya por mero rigor etimológico) quienes más debieran interesarse en interpretar los mensajes del jacobino. Esas élites, que entienden la política como transacción y no terminan de asimilar la cuestión del poder en términos de lucha sin cuartel por la hegemonía.
Porque tras la referencia a Sun Tzu hay más que ego intelectual; están inscritas las reglas de juego a que habrán de atenerse quienes ayudaron a Evo Morales a destruir la alternativa de Estado emergente de la descentralización. Quienes ingenuamente creyeron que al truncar la descentralización democrática del poder despejaban el escenario político para un idilio bipartidista con el MAS, ignoran que se acabó el tiempo de los girondinos; que la quimera evolucionista de “hacer la política en lugar de la guerra”, ha fenecido.
De haberse tomado el trabajo de leer entre líneas a García Linera, quizá quienes patrocinaron la “concertación”-capitulación, entenderían que cuando Sun Tzu decía “el secreto de la guerra es el engaño; el arte de someter sin luchar”, se refería a que siempre es posible y deseable ganar sin pelear; envilecer o sobornar al enemigo antes de enfrentarlo. Que esa concepción de la política como “juego de poder” donde vale especular y blefear, herir sin matar, ha sido cancelada; que la disputa por el poder enmarcada en la racionalidad transaccional del liberalismo, no va más.
La política, según otro jacobino tardío de apellido Foucault, es en última instancia el prolegómeno de la vuelta a la guerra y es la guerra el escenario de resolución final de la lucha por el poder, “…una prueba de fuerza en la que, por fin, las armas serán los jueces. La última batalla sería el fin de la política, sólo la última batalla suspendería, pues, indefinidamente el ejercicio del poder como guerra continua”.
Ni tregua ni cuartel, ni perdón ni olvido. Por muy funcional que sea, para la doctrina jacobina no existe oposición, sólo enemigos de la revolución. No existe la necesidad de alternabilidad democrática y por tanto no se justifica la existencia de “otros” partidos.
Dura manera de notificar a una oposición moralmente devaluada de que conspiró contra sí misma; que si Böhrt y Vásquez Villamor aún no se ha enterado, los colaboracionistas, aquellos que Sun Tzu llamaría “agentes internos”, jamás son aliados permanentes del orden emergente; que Karl Von Clausewitz ha muerto y la complicidad de ambos fue decisiva para reinaugurar la era de Sun Tzu y Robespierre.
Fuente: Los Tiempos