Sucede que me canso de ser columnista
Por: VeDOBLE
A veces se me ocurre leer poesía, quizá por desintoxicarme de las noticias y recobrar la fe en el género humano. Pero anoche, releyendo a Neruda, tropecé con un célebre verso suyo: “sucede que me canso de ser hombre” . Pues bien, después de pasar buena parte de mi vida ladrándole a la luna y batiendo tambores de arena, sucede que me canso de ser columnista.
No es la primera vez que me asalta este sentimiento de frustración, esta angustia existencial que me lleva a cuestionar la utilidad de mi oficio: pero hoy estoy más desengañado porque el mundo está cada vez peor y creo que jamás va a cambiar, ni lo merece. A esta altura de mi vida, cuando ya no hay remedio, me pregunto: ¿por qué diablos se me ocurrió convertirme en columnista? ¿Valió la pena tirar a la basura mi título de abogado, para esgrimir la pluma? Digo pluma, no computadora, porque suena más romántico.
Pude haberme dedicado a patrocinar divorcios, a vender pichicata o a la política profesional, cosas muy rentables y “respetables”; pero, por un elemental sentido ético y estético, preferí ganarme la vida escribiendo tonterías. O quizá, buscando mi lugarcito en este mundo, creí que podía cambiarlo y arremetí contra todas las formas de estupidez y de corrupción que afean la vida: líderes políticos, autoridades, funcionarios, diputados…
Pude también haber satisfecho mi prurito de escritor desviando mi compulsión hacia la publicidad o las relaciones públicas, y escribir columnas insípidas, incoloras, inodoras, sin pensar ni cuestionar, sin meterme en honduras y bien pagado. Pero no calculé ganancias ni medí riesgos y me hice más bien odiar por políticos indecentes, por criticones presuntuosos, por fetichistas de la gramática y por intelectuales de medio pelo ignorantes de los mecanismos de la lengua. Ni para qué hablar de energúmenos y sicarios que pueden molerme el alma a palos en cualquier momento.
Habría valido la pena el sacrificio si, después de tanto gritar, el mundo hubiera cambiado un poquito; pero empeora cada día: más violencia, más corrupción, más demagogia, más salvadores de la patria y más hambre. Pero yo creía que un buen periodista tiene algo de filósofo: busca también la verdad, sin utilitarismo, aunque su búsqueda sea peligrosa. Esa es la diferencia: los filósofos actúan en el mundo abstracto e impersonal de las ideas puras, donde el error se arregla pensando; y los periodistas están inmersos en una sucia realidad donde se combate la verdad a palos. Escribir una columna de opinión exige analizar, interpretar, enjuiciar y orientar, lo cual significa descubrir imposturas, herir vanidades y afectar intereses. Un columnista está desprotegido porque habla siempre en su nombre, sin comprometer la línea del periódico, y escribe sin formalismos, condimentando sus escritos para hacerlos dulces, picantes, agrios o venenosos; pero, si bien recibe halagos cuando opina igual que el lector, es tildado de idiota si piensa distinto o si llama a las cosas por su nombre.
Escribir bien o hacerlo mal es algo subjetivo y difícil de determinar. Lo importante es escribir con honestidad, sabiendo que sólo se gana antipatías o se cosecha bombas por decir cosas o por cómo se las dice. Personalmente, eso no me preocupa, pues he descubierto que gano muchos enemigos y pocos amigos, lo cual purifica mi entorno social y ecológico. Pero a veces me siento como aquel poeta que quería escribir versos y le salía espuma: quiero escribir una columna aceptable; pero me sale bilis.
Por eso me canso de ser columnista. Pero hay tipos que no se cansan de ser diputados.
Fuente: Los Tiempos