La sombra del cóndor
Por: Rodrigo Urquiola Flores
Las voladoras, una buena colección de cuentos, es el primer libro de Mónica Ojeda que leo, aunque no haya sido el primero que llegó a mis manos ya que está, en lista de espera, entre los libros que me miran impacientes desde las estanterías próximas a mi escritorio aguardando a ser leídos, Nefando, una novela, a la que, tras la grata experiencia de esta lectura, acudiré pronto.
Algo que tienen en común este par de libros es que después de haber sido publicados en un par de prestigiosas editoriales españolas –Páginas de Espuma y Candaya– han podido cruzar el océano y llegar a estas tierras sin acceso al mar de la mano de las editoriales bolivianas Nuevo Milenio y Dum Dum, así que tenemos la fortuna de tener ambos textos, bastante recomendados por la crítica internacional, a disposición en nuestras librerías en ediciones muy bien cuidadas.
Después de terminar de leer un libro, me gusta dejarlo reposando en los recuerdos que me han dejado las imágenes que me ha dibujado o en la memoria de las sensaciones que me ha provocado las historias que me ha contado. Si el libro me ha gustado, luego de un par de semanas vuelvo a buscarlo para ojearlo, para detenerme azarosamente en algún párrafo o simplemente para recordar algún momento que siempre aguarda ahí para ser revivido, escondido entre las páginas.
La más fuerte impresión que me han dejado los cuentos de Ojeda ha sido una similar a la que me queda cuando leo poesía. Se nota que detrás de cada texto suyo hay un cuidadoso trabajo de construcción narrativa que, sin embargo, no se queda en la mera acción, sino, busca envolverse en un manto de ese misterio poético que uno agradece cuando lee un poema que, a su vez, navega y conduce al lector hacia una revelación.
El cuento que más me ha gustado –que es lo mismo que decir: el que mejor se ha conservado en mi memoria– ha sido Soroche. Es una historia cruel que habla sobre la amistad entre mujeres y lo falsa que puede resultar muchas veces. Ana, la protagonista del cuento, es una mujer gorda, fea, que ha caído en una trampa: un hombre la ha filmado mientras tenían sexo solo para subir el video a la red como una broma, una apuesta quizás. La narración transcurre en las voces de Ana, Viviana, Karina y Nicole, todas ellas amigas desde colegio que le hablan a alguien que tal vez está entrevistándolas. Le proponen a la víctima un viaje, escalar las montañas de alguna ciudad alta, para olvidarse de la mala experiencia. Pero ninguna puede olvidar la horrorosa intimidad que han visto en el video. El viaje no es un consuelo, parece más un castigo, pero quizás se haya convertido, al final, cuando un cóndor, o un indígena, o un espíritu se abalanza al vacío, en liberación.
El vuelo de un cóndor –o su sombra, o las tierras que habita este mítico carroñero– surca también la mayoría de los relatos de este libro. El mundo andino ecuatoriano que uno encuentra en Las voladoras no es tan ajeno al que conocemos en Bolivia. Está compuesto por magia, por leyendas que invaden la intimidad del hogar, por un mundo de arriba y uno de abajo. Un libro bastante recomendable.
Fuente: Editorial Nuevo Milenio