Por Daniel Gascón
Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) ha publicado novelas como Nefando y Mandíbula. En Las voladoras (Coedición de Páginas de Espuma y Editorial Nuevo Milenio para Bolivia) reúne unos cuentos perturbadores sobre violencia y amenazas, donde se combinan lo cotidiano y lo desconocido.
¿Cómo está construido el libro?
Me interesaba que las historias tuvieran una misma atmósfera y que esa misma atmósfera estuviera ligada con el tema del gótico andino. Quería que cada cuento representara un reto distinto, un abordaje distinto, incluso narradores distintos y que por lo tanto pudiera haber una variedad aunque hubiera una unidad. El reto inicial fue que hubiese unidad pero también diferencia y que esa diferencia nutriera la propia unidad.
Es un libro sobre la violencia. A menudo, de padres hacia hijas. A veces es homicida, a veces es incestuosa.
Uno de los temas que están en todo mi trabajo es la violencia intrafamiliar de distintos tipos. En el libro está el tema del incesto. Hay también muchas familias desestructuradas, que no corresponden a la imagen edulcorada de la familia. Además, me venía perfecto para un libro como este, porque uno de los rasgos del gótico andino es el terror al incesto. Se puede explicar de forma contextual, pero también a través de las mitologías andinas, con los monstruos que castigan el incesto. Contextualmente tendría que ver la proliferación de hijos bastardos en la colonia. Latinoamérica es un continente hipermestizo. La idea de que podías relacionarte con gente sin saber que era de tu familia en realidad está muy presente y pasa a los culebrones y todo.
¿Qué es el gótico andino?
Bueno, de hecho es algo que no está para nada estudiado, ni siquiera está asumido del todo. Lo escuché una vez a un académico en Ecuador que acuñó el término gótico andino, en un congreso literario, y luego un montón de gente empezó a hablar de eso, pero casi que en el habla cotidiana para aludir a cierto miedo ligado a un paisaje determinado. Y cuando me refiero a un paisaje determinado resulta evidente que estoy hablando del miedo y de volcanes y de páramos y de valles y de ciudades andinas, pero sobre todo estoy hablando de mitologías. Todo ese paisaje está, digamos, construido en torno a mitologías ancestrales indígenas, incaicas incluso, que perduran a día de hoy.
En el mundo andino convive lo ancestral con el presente y con el futuro. Es lo que quise que se experimentara a través de la escritura. Todos los góticos –el del Sur, el inglés– hablan de los mismos terrores humanos pero tienen las particularidades de las geografías. Quería investigar el miedo, y su relación con la geografía y la importancia simbólica y mitológica. Se dio esta versión mía, libérrima, de lo que es el gótico andino.
El libro va subiendo de altura físicamente. Hay un viaje hacia el páramo.
Esto es algo de lo que yo no me había dado cuenta y que me hizo ver Juan Casamayor, el editor de Páginas de Espuma, cuando le entregué ya el borrador final del libro. El orden es casi exactamente igual a como está ahora, salvo por un cambio que fue esencial: poner “Las voladoras” al principio. Fue un aporte genial de Juan. Me parece que era un cuento que ya te da un abrebocas de la atmósfera del libro.
Los cuentos del principio son más, digamos, telúricos, o más de la tierra, o más afianzados en los fluidos, en la sangre, en las muertes. Y luego unos personajes van ascendiendo efectivamente, sin por ello deslindarse de lo telúrico, porque eso es lo curioso de los Andes. La cordillera de los Andes es tierra que se eleva, es una tierra que se eleva a muchísimos metros de altura, como si tratara de tocar el cielo. Eso es lo que pasa con los personajes del libro luego. Son personajes que van ascendiendo, como esa tierra que trata de tocar el cielo y que siempre fracasa en ello, pero lo sigue intentando.
Tiene todo el sentido del mundo, porque es un cuento corto, pero es oral. El libro surge de la oralidad. Ese cuento es un relato en donde ya aparece una las historias orales más importantes del gótico andino, las voladoras, y va generando la atmósfera de todos los temas que van a aparecer en el libro, que es la atmósfera del misterio y del enigma que hay en torno a la violencia y al deseo.
Todo está allí condensado y es como una declaración de intenciones
Es un libro muy físico, con muchas cosas apegadas a la experiencia concreta. Pero, sin ser fantástico, sí que tiene siempre presencia sobrenatural todo el tiempo, de algo desconocido que asoma y que tiene que ver con estados interiores.
Quise trasladar una mirada que no es privativa solamente del mundo andino sino que aparece en muchas otras culturas, pero que quería tratar específicamente en relación al mundo andino: la relación mística con la materialidad. En todo lo material, incluso la tierra, hay un misticismo que hace que las cosas nunca puedan ser del todo transparentes. Las cosas no son transparentes, son profundas, son hondas, tienen sus abismos.
No sabía cómo capturar eso, me parecía muy difícil hasta que me di cuenta de que lo podía hacer a través del lenguaje. La escritura puede llegar a capturar ese espíritu enigmático, o sea, generar esa atmósfera de enigma. En un cuento como “Las voladoras”, por ejemplo, es la voz de ella y cómo cuenta las cosas lo que hace que todo sea más enigmático de lo que podría ser. Genera pozos de significado y de sentido. Allí ya se me resolvió el problema de cómo llevar este espíritu a las historias sin que la historia sonara muy banal. Vi que el misterio podía ir en la palabra y las historias podían ir por otro lado.
Hablas de la importancia de la oralidad y de esa inspiración en el gótico andino. ¿Has recogido historias, cosas que se cuentan o aparecen en la prensa, las has inventado?
Algunas son imaginadas, pero muchas de ellas son de verdad, de cosas que han sucedido en Ecuador. “Cabeza voladora” surgió por un feminicidio que ocurrió allí. A una chica le cortaron la cabeza y la lanzaron a un río. Estaba investigando sobre el gótico andino y me topé con esta noticia y a los días leí sobre las umas, unas criaturas capaces de despegar sus cabezas de sus cuerpos durante la noche y permitir que las cabezas volaran y fueran por ahí.
No podía dejar de pensar en esa mujer asesinada. De forma natural y tonta pensé: ojalá fuera cierto y esta mujer fuera una uma y no estuviera muerta. Algo que es muy pueril, pero luego pensé que todos solemos de repente pensar en ese tipo de cosas: ojalá Dios exista y salve a esta persona. Soy atea, pero sí me he visto en algunos momentos de desesperación pensando cosas de ese tipo. Te preguntas: ¿a quién le estoy hablando? ¿A qué vacío, a qué nada?
Ocurrió con muchos de los relatos. Había visto cosas de los horrores cotidianos, como los feminicidios o los abusos, los llevaba a esas historias que hablan de los miedos más cotidianos, más rutinarios.
Es un libro de familias, pero donde la familia es muchas veces un espacio de terror.
Sin quererlo creo que estoy haciendo un abordaje del horror familiar. No ha sido voluntario y no he dicho: voy a hablar aquí ad infinitum del horror familiar, y ojalá que no sea así. Pero llevo varios libros en donde ha salido de forma orgánica el tema de horror en la familia, el horror a través de la violencia, pero también del estudio de dónde viene la violencia en la familia, porque a veces viene paradójicamente del constructo que hemos elaborado y hemos dado en llamar amor.
Tiene que ver con ganas de someter al otro a tus deseos, algo superviolento y que da pie a muchas violencias relacionales entre las personas que supuestamente se quieren. Impacta encontrarnos la violencia en un extraño en una esquina, pero a mí lo que me sobrecoge es encontrar que en la mayoría de los casos de mi entorno las violencias más grandes se han recibido en entornos familiares. Esto es algo que ya los feminismos han estudiado muchísimo, cómo la mayoría de las mujeres violentadas son violentadas no por extraños, sino por gente de confianza. Pero es algo que a mí me alucina hasta el día de hoy. Es decir: en entornos de confianza donde supuestamente puedes ser vulnerable es donde el daño realmente se produce.
Es verdad que es más obvio con mujeres, pero también ocurre con los hombres. También los hombres son más vulnerables en los ambientes de familia, son los lugares de vulnerabilidad, de desnudez, etcétera, etcétera. Y es allí donde también ocurren los daños. Me ha atraído siempre por lo increíblemente contradictorio que me parece: ser dañado por la gente que más quieres.
Esa violencia tiene otro elemento llamativo: es algo reiterado, continuado. La relación permanece entre la víctima y el victimario pero también los testigos conviven, mirando o no mirando, como en el cuentos “Caninos”.
Eso también es algo que siempre me ha llamado la atención: el tema del papel de quien observa. Creemos que el observador es un ser pasivo cuando en realidad es sumamente activo. Esa crueldad que también viene de la indiferencia o de la absoluta indiferencia al dolor del otro es totalmente agencial. Hay un agente, no eres una persona pasiva. En “Sangre coagulada” a la niña le pasan muchísimas cosas. Vive en un ambiente muy turbio: a la madre como que un poco no le importa, la deja con la abuela, la abuela no se da cuenta de lo que le hace el tipo de allí. Todo el mundo pasa de todo. Es increíblemente cruel. Y luego también es algo que ocurre en “Caninos”: todos saben lo que ha pasado aquí, pero lo dejan debajo del tapete. Cuando publiqué Nefando varias personas que habían sufrido abusos de este tipo se pusieron en contacto conmigo. Decían que lo que más les había dolido de sus experiencias y que lo habían leído muy bien en Nefando, era el tema del silencio: cómo está absolutamente vedado el tema en familia. Personas a las que habían violado sus abuelos, sus abuelos que ya habían muerto. Querían hablar con la familia sobre lo que había pasado y alguna gente de la familia lo sabía y no les dejaban hablar. A las víctimas a veces hasta se les quita el poder de hacer discursos sobre lo que les ha ocurrido. Es un tipo de crueldad que está por doquier.
No es el tono principal del libro, porque habitualmente es duro, con elementos líricos, pero en “Caninos” hay algún momento de humor y luego hay bastante en el cuento “Soroche”, donde hay cuatro voces.
En “Soroche” hice una parodia de lo que serían las pijas en Ecuador. Yo vengo de una familia de clase media alta y las conozco, tengo incorporadas estas formas de hablar. Es un cuento que tiene vetas de humor, pero en torno al personaje de Ana, llega esta parte en la que ella se define a sí misma de una manera muy destructiva. El humor desaparece en ese momento y el relato adopta un tono muy cruel. Quería trabajar el tema de lo destructivas que pueden ser las palabras y pretendí llevarlo al extremo. No me limité a que Ana describiera muy brevemente el vídeo. Quise que lo describiera perfectamente y además de una manera tremenda. Como se describe es un suicidio, se está matando. También estaba ahí otro tema de las mujeres: cómo pueden ser extremadamente crueles las unas con las otras, por la educación patriarcal religiosa que han tenido. Los cuatro personajes son mujeres religiosas. Responden a un tipo de sociedad muy determinada, en donde la feminidad tiene que representar determinados valores y no otros. Me atreví a que hubiera humor precisamente por eso, pero luego creo que el humor se queda un poco aplacado también por el discurso de Ana.
Sí, porque digamos que el humor va un poco en la caricatura que haces de ellas. En la descripción que hace Ana impresiona el carácter autodestructivo.
A una amiga mía le di a leer el cuento antes y me dijo que mientras estaba leyendo la parte de Ana se había empezado a tocar los codos, porque hay una parte donde habla de sus codos. Me dijo: Tu cuento me ha recordado mucho a lo que las mujeres solemos hacer cuando nos miramos al espejo. Tiene que ver con todo este bombardeo de la percepción del cuerpo y luego tu cuerpo no vale nada. Eso es lo que le pasa a Ana. Es una mujer que ha tenido hijos, que además es madura. No es una mujer de veintipico de años, sino quizás cuarenta, cuarenta y pico. Pero en todo caso es el cuerpo ya de una mujer adulta, ya no sexualizada, que no responde a los cánones y que de repente se ve a sí misma de esa manera en un vídeo y decide que su cuerpo está instalado en ya no en la fealdad sino en el horror. Y tiene esta reflexión que me recuerda a momentos en los que he hablado con amigas con baja autoestima que decían: ¿quién me va a amar, quién va a amar esta fealdad? Está la cuestión de que a la larga todo tiene que ver con buscar amor. Y con la necesidad del amor, una necesidad desesperada, que ella llama la búsqueda de la belleza. Es un cuento que habla mucho de cosas que vivimos los cuerpos, en torno al tema de la belleza y la fealdad.
En ese cuento el maltrato, la violencia, se realiza a través de la tecnología, con un vídeo que circula por internet.
Las nuevas tecnologías nos han traído nuevas formas de violencia, ya lo había trabajado con Nefando. No es lo mismo el mundo con internet para los pederastas que el mundo sin internet. Cuando aparece internet cambia radicalmente el negocio de la pornografía infantil. Mi objetivo no era exotizar, sino llevar cosas que de verdad están pasando y que se combinan allí de una forma natural y orgánica. Como te decía el mundo ancestral convive con ciudades del futuro.
Lo mismo quería hablar sobre el páramo y sobre un chamán subiendo un volcán que quería hablar sobre mujeres subiendo de repente de una montaña y teniendo como problema la difusión de un vídeo sexual. En el mundo andino conviven estas cosas así, de esa manera.
A lo largo del libro llaman la atención las voces de los narradores, a menudo tienen un aire dramático.
Intenté que las voces cuando eran en primera persona tuvieran sus particularidades. Por ejemplo, la de “Sangre coagulada” es una voz que me costó bastante desarrollar porque quería que fuera de una menor de edad sumida en un mundo increíblemente hostil, bañada en sangre. Porque toda su vida está rodeada de sangre. Porque su abuela mata animales y sangre. Porque ella menstrua y sangre. Porque está rodeada de violencia y sangre.
Quería que esa voz fuera una voz que tratara de ser fuerte en medio de esa hostilidad, y la única manera de ser fuerte en las hostilidades es tratar de encontrar la belleza en el horror. La sangre para ella representa muchas cosas distintas –la menstruación, la violación, la violencia, la muerte de los animales–, pero para poder sobrevivir a esa cantidad de sangre tiene que ver la sangre de una manera distinta. No es capaz de verla como la vemos las personas que no vemos sangre casi nunca. Tiene que haber una manera distinta. Crear esa mentalidad hacia la sangre distinta fue todo un reto, pero también lo fue hacer que esa voz que parece enajenada y parece no comprender su realidad tuviera momentos de una inteligencia profunda. Es una niña a ratos parece enajenada porque lo es y porque tiene unas limitaciones determinadas, pero eso no significa que sea tonta. Tiene una capacidad de percepción a veces increíblemente grande, que convive con las veces en las que no percibe lo que le está pasando. Esa voz, con esos contrastes, era difícil de manejar.
Ya con la voz en tercera me relajo. En “Canino” era una tercera pero focalizada en un personaje protagónico. Refleja un poco la mente del personaje, es una tercera contaminada también por la primera persona. Sabiendo que lo que estoy haciendo es escritura, trataba de meter a la escritura un poco de oralidad, porque de allí viene el espíritu de lo que estoy haciendo del gótico andino.
¿Cambia mucho tu manera de trabajar cuando escribes relatos o novelas?
Significó para mí una diferencia en el momento del proceso. El proceso de escritura de una novela implica una dilatación en el tiempo de unos hilos conductores que tienes que mantener a través de la tensión. Eso no lo tienes que hacer con el libro de cuentos. No hay necesidad de extender ad infinitum la atención y te permite pasar, además de una cosa a otras, sin tener que seguir una misma historia y unos mismos personajes.
A la hora de enfrentar una escritura tampoco había tantas diferencias. No soy muy disciplinada. No suelo planificar mucho mis libros. Cuando me siento a escribir un libro, tengo una intuición de algo que quiero investigar. Normalmente es una emoción, pero en este caso, por ejemplo, era el concepto del gótico andino. Parto de allí un poco a jugar y a investigar y a ver qué posibilidades se me abren y lo voy armando sobre la marcha. En este libro pasó exactamente igual. Yo no tenía planeados los cuentos, ni siquiera cuántos cuentos iba a escribir, ni de qué iban a ir.
¿Es un libro escrito en España?
Sí, lo escribí en España. Empecé en diciembre de 2019, lo dejé y volví a retomarlo entre febrero y marzo: parte está escrito en el confinamiento. He descubierto lo importante que para mí es la geografía, en el sentido no descriptivo ni localista, ni mucho menos: me refiero a que para mí emocionalmente significan cosas esos paisajes, a nivel simbólico y de mi propia mitología personal. Pero he descubierto todo eso aquí en España. Me he tenido que ir un poco de mí, de mi lugar, porque allí lo tenía muy cerca, lo tenía muy naturalizado. He tenido que marcharme para extrañarlo y darme cuenta de lo que significa para mí.
Fuente: Letras Libres / La Ramona