Río Fugitivo
Por: Daniel Capo
Quizá debamos a Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967), y a su novela Río Fugitivo, el descubrimiento de una de las mejores bildungsroman que se han escrito en español en la última década. Ya saben, esos relatos de iniciación y de formación -de Anton Reiser a El Guardián en el centeno o esta joya del cine francés titulada Los juncos salvajes- que nos hablan de la crónica sentimental de una generación y, sobre todo, de los ritos de paso que proyectan al adolescente hacia la vida adulta. En ocasiones se ha dicho -lo hablaba la semana pasada con J.C. Llop- que el amor es la fuerza central que mueve una bildung. Tal vez sea así, aunque ni Llop ni yo estemos muy convencidos de ello. Quiero decir que no creo que el amor sea suficiente para explicar una vida, aunque sí le conceda su sentido más pleno. Pienso ahora en las cartas de Etti Hillesum, cuando, en un campo de exterminio nazi se encontró, al llegar la noche, con un cartujo de origen judío: “Dígame Padre -le preguntó-, ahora que ha salido de la celda de su convento y conoce el mundo, ¿qué opina de él?”. Uno piensa que probablemente esa pregunta, que confronta al monje con el misterio del mal absoluto, fuese el instante decisivo en la vida de aquel cartujo que acabaría poco después en un horno crematorio. La entrada en la vida adulta tiene que ver con el amor a la vez que con el mal; con una inocencia original que se desvanece al penetrar en la historia.
La bildung también nos habla de lo que ignoramos. En un fragmento de Río Fugitivo leemos: “La herencia es una lotería. A mí me tocaron los ojos de un abuelo que no conocí y la nariz de una bisabuela que murió antes de cumplir los veinte años: estoy armado de fragmentos al azar de gente que nació antes que yo”. Son los ecos que nos constituyen: los ecos de los muertos y de los vivos, los ecos de las lecturas, de los éxitos y de los fracasos, los ecos de la herencia y de la familia, de los susurros y de los quejidos, de algo que no debimos ver y que sin embargo vimos, de la ideología que contamina nuestra mirada y de la amistad o la enemistad. Al final, el azar nos reviste con el silencio de algunas preguntas y nos deja a merced de la imposibilidad de la palabra para verbalizar la incertidumbre. Se diría, entonces, que somos hijos de los demás, pero que es el silencio -ese misterio sin rostro- el que nos define en última instancia. También Edmundo Paz Soldán termina Río Fugitivo acallando su propia voz: “Salí al jardín y me dirigí hacia Silvia. La tomé por sorpresa y la abracé. Me perdí un buen rato entre sus brazos, sin decir palabra alguna, escuchando los latidos de su corazón y del mío. Ella pareció entender, y tampoco dijo nada…”.
Fuente: Diario de Mallorca