Por Walter I. Vargas
En tiempos de distopías, buenas son las utopías. Yo no sabía que uno de nuestros célebres comunistas locales, José Antonio Arze (La Llajta, 1904-1955) había acariciado en su momento la típica ocurrencia literaria de todo profeta social: imaginarse cómo debería ser el mundo según las previsiones y deseos que la teoría del caso construía, en su caso el marxismo, por mal nombre materialismo dialéctico.
El marxismo fue por supuesto terreno harto fértil para tales elucubraciones, y en el caso de Arze lo interesante es que la idea se le planteó en forma de novela. José Roberto Arze, su hijo y notable bibliotecólogo, nos informa en Escritos literarios, libro en el que compila muchos trabajos de su padre, que éste no la llegó a escribir, conservándose solo el esquema y las ideas.
La novela debía titularse MELSURBO, y lo pongo en mayúsculas porque semejante nombre respondía a una suerte de acróstico que ya pinta de cuerpo entero a nuestro escritor. MELSURBO estaba compuesto con las iniciales de Marx, Engels, Lenin y Stalin, más la palabra “urbo”, es decir, urbe en esperanto. Sí, leyó bien, Arze pensaba escribir su novela en esperanto, la lengua presuntamente universal que salvaría a la humanidad de la debacle de la torre de Babel.
Naturalmente, Arze sitúa a Melsurbo “en algún punto de la actual URSS”, como una ciudad más, o quizá la capital, no queda muy claro, de Panlandia, la “patria única de la humanidad”, construcción perfecta que debía resultar de la experiencia soviética, que por lo visto Arze no tuvo la suerte de visitar.
En Panlandia las cosas han alcanzado un grado de ordenamiento tal que no se sabe si la humanidad está siendo premiada finalmente con la felicidad o castigada por su impiedad. Sus ciudadanos deben cumplir diariamente 12 actividades escrupulosamente reguladas en barrios correspondientemente diseñados para cada etapa de la vida: slipikvartalo (sueño y reposo): 8 horas; mangikvartalo (comida y bebida): 2 horas; higienikvartalo (aseo e higiene): una hora; amikvartalo (amor): una cicatera hora; cine: una hora (solo cortometrajes, por lo visto).
Y así un gozoso despliegue de satisfacción de todas las necesidades humanas que no agoto para no impacientar al lector. Solo añadiré que otra de las doce actividades era de “introspección diaria”, y consistía en que cada ciudadano debía escribir un diario personal durante una hora. Estos afanes introspectivos rayaban ya en la franca alienación, porque cada melsurbiano debía escribir cuatro autobiografías a lo largo de su vida: a los 15, a los 25, a los 55 años, y unita más antes de morir.
En cuanto a los barrios, Arze despliega similar entrenamiento en esperanto: Infanurbeto (ciudadela de los niños), Junulurbeto (ciudadela de los jóvenes) Verkisturbeto (ciudadela de los trabajadores adultos), etcétera, etcétera. El espíritu geométrico de Arze es indeclinable, imperturbable e inclemente: hace nacer al héroe de la novela un primero de enero del año 3000 (por eso la acción debía comenzar en 3015, cuando Tupaj Kondor cumplía quince años) y lo hace morir cuando cumple venerables 100 pirulos por medio de un suicidio después de una vida plena por todos los poros.
Hasta aquí el proyecto novelístico de Arze. Si me he excedido en el impulso satírico pido disculpas a los descendientes del ilustre precursor de la sociología nacional, pero confío en que el lector sabrá entender que el material así lo merecía. Además, creo que, a pesar de que finalmente no fue escrita, esa idea de novela puede nomás fungir como nuestra contribución a la gran tradición de locos soñadores de Campanella, Moro, Fourier, etc. y sus Icarias y Ciudades del Sol.
Por lo demás, Arze tiene otras obras, tales como una Sociografía del inkario, y un Bosquejo sociodialéctico de la historia de Bolivia, que no he tenido la suerte de hojear. En cualquier caso, me interesa llamar la atención sobre otra de sus peculiaridades, visible en esos dos títulos y practicada en los varios esquemas presuntamente marxistas con los que quería ordenar definitivamente la realidad: la práctica lujuriosa de sufijos y prefijos con un afán presuntamente científico. Desde el panhedonismo (“satisfacción conjunta de los apetitos del cuerpo y las aspiraciones del espíritu”), hasta la sujetografía, pasando por la sociotecnia, el egoaltruismo y el panpsiquismo, todo en esos esquemas es un despliegue creativo de neologismos risueños.
Parece que esto está tomando otra vez un aspecto un tanto despectivo, por lo cual me apresuro a decir que en Escritos literarios hay otro abundante material de crítica literaria sobre Nataniel Aguirre, Jaime Mendoza, Adela Zamudio, Jesús Lara y tutti quanti (hasta del entonces primerizo Nestor Taboada Terán), que vale la pena que la juventud estudiosa revise. Y hasta con vuelos más universales, como una Interpretación dialéctica de la vida de Goethe o Bernard Shaw, el Moliere del siglo XX.
Ese no fue el único libro compilatorio que preparó y publicó en los años 80 José Roberto Arze; también está Polémica sobre marxismo, donde se expone una interminable discusión con Manfredo Kempff Mercado sobre las virtudes insuperables de la comprensión marxista del mundo y el universo, complementado con las correspondientes palinodias a Lenin (homenaje realizado por el PIR en 1950 a los 26 años de la muerte del hombre que con “esfuerzo cerebral sobrehumano” había realizado la proeza de 1917), y a Stalin, cuando el “hombre de acero”, el “muerto inmortal”, tuvo a bien aparentar que fallecía, en 1953.
Entre esos afanes procomunistas también merece ser citado el inicio de su traducción al quechua del Manifiesto comunista; suena así: “Uj fantasma Europapi puriykachasqan: comunismo fantasma Tukuy achachi Europajmanta gobiernosni tanta kunku chai fantasmata atipanakunapaj: Papa, sarwan; Metternich, Guizotwan: Fransia radikalesri, Alemania, polisiswan”.
Por lo demás, la vida del propio José Antonio Arze merece ser condensada, porque pertenece nomás a la historia política e intelectual boliviana del siglo XX , con todo el colorido y amenidad que caracterizó a esa raza de revolucionarios empedernidos que solo el pasado siglo ha sabido dar.
En esos libros precisamente se nos informa al respecto. Por ejemplo, que ya habría sido profesor desde la tierna edad de 17 años, en premio de lo cual el municipio cochala lo envió de viaje por Argentina, Uruguay y Chile. O que, después, su vida adulta fue la típica de estos héroes revolucionarios, para los cuales la frontera era una puerta giratoria por la cual entraban y salían lo más rápido posible.
En 1932 sale a Perú, por oponerse a la guerra con los paraguayos y en 1936 a Chile. En 1940 el gobierno lo pone en el Chaco, a abrir un camino, y luego es candidato a la presidencia por el PIR, aunque un año después lo tenemos dando conferencias en Nueva York.
Como es fama, el 8 de julio de 1944 se produjo el famoso atentado (dos pistoletazos) del que Arze fue víctima durante el gobierno de Villarroel (escribió a propósito Bolivia bajo el terrorismo nazifascista en 1945), y una vez colgado el presidente militar, funge en 1947 como presidente de la Cámara baja. Sólo hasta que el gobierno de Urriolagoitia lo pone nuevamente en la frontera.
Hasta que finalmente ocurre la esperada revolución, pero ¡ay!, no la comunista que esperaba Arze y todos los otros izquierdistas, sino la nacionalista del MNR. Y contra lo que se podría haber esperado, dado el antecedente de su relación con el régimen de Villarroel, esta vez no sufrió persecución ni fue expulsado de la patria, sino que actuó con libertad esos años primerizos y entusiastas, cumpliendo algunas actividades interesantes que considero no han sido suficientemente documentadas e investigadas por quienes gustan de estas cosas
Por ejemplo, la visita revolucionaria de Diego Rivera, el célebre muralista mexicano, en 1953, cuya presentación pública la hace precisamente Arze. Al leerla me enteré de la precocidad inigualable del pintor trotskista, pues su presentador estalinista comenta que habría realizado su primera obra (el dibujo de un descarrilamiento) a los 3 años de edad. En fin…
Ese mismo año 1953 se produce en Santiago de Chile el “Primer Congreso Continental de la Cultura”, no otra cosa que una reunión del jet set comunista internacional de marras, con gente como el anfitrión Neruda, que había estrenado unos años antes su Canto General, Jorge Amado, Nicolás Guillen, el mencionado Rivera y multitud de estrellas menores ya olvidadas.
Arze, delegado nacional, presenta un luengo informe en una conferencia pública paceña, en la que lamenta que la “cortina del dólar” haya impedido la presencia en Chile de otras dos figuras prominentes: el periodista Ilya Ehrenburg y el biólogo Trofim Denisovich Lyssenko, famoso por haber rechazado la teoría cromosómica y la genética occidental como una “desviación fascista y trotskista-bujarinista” de la ciencia dura.
Otra cosa que hizo Arze ese último tiempo de su vida fue presentar al expresidente guatemalteco Juan José Arévalo cuando visitó Bolivia en febrero de 1954, esto es, unos meses antes de que las reformas parecidas a las bolivianas del MNR que se habían emprendido en el país centroamericano se suspendieran en un confuso episodio histórico en el que estuvo metida la CIA.
Como se sabe, recientemente Vargas Llosa ha vuelto a popularizar novelísticamente las minucias de esa trama dominicano-guatemalteca de la guerra fría, en La fiesta del chivo, y ahora último en Tiempos recios. Me puse a leer ésta en mi última vacación (¡ah los tiempos en que se podía viajar!) para ver si Vargas era capaz de empeorar más aun de lo que ya lo ha venido haciendo estos últimos años; y sí, lo consigue.
Volviendo a Arze y para terminar. Un año después, en 1955, moría, se dice que por las complicaciones debidas al atentado mencionado.
Fuente: Letra Siete