Por Caio Ruvenal
El historiador y editor Alfredo Ballerstaedt ha terminado su proyecto de varios años al lograr compilar la totalidad de prólogos y epílogos escritos por el reconocido ensayista Luis Cachín Antezana. La publicación, a cargo de Plural, está en su fase final y será lanzada entre esta semana y la primera de agosto, según informa su propio gestor.
El libro está acompañado de un post scriptum redactado por el mismo Antezana en el que contextualiza sus “paratextos”, y, a manera de prólogo, se dispone de un trabajo de Leonardo García Pabón, titulado “Sobre la obra y el pensamiento de Luis H. Antezana J.”.
Conversamos con el autor del proyecto sobre la aventura y principales retos de hallar y unificar los textos dispersos de Antezana, así como los aportes y motivaciones que encontró en él.
Ballerstaedt es historiador y editor. Ha sido nombrado recientemente como subdirector del Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia. Hasta diciembre del año pasado, fue coordinador editorial del proyecto de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB). Actualmente, viene trabajando en la elaboración del repertorio bibliográfico, índices y un estudio sobre la obra de Antezana (una versión preliminar será publicada en Decursos, revista de la UMSS-CISO).
Después del titánico trabajo de haber recopilado los prólogos y epílogos, ¿cuáles crees que han sido los mayores aportes de Cachín a la literatura boliviana?
Aunque no es el ámbito de mi especialidad, creo que Luis H. Antezana ha renovado la crítica literaria en Bolivia al integrar en sus ensayos una triple condición. Primero, la especificidad del fenómeno literario en su inmanencia, en su propio campo de significaciones, más allá de lecturas sociológicas de viejo cuño; segundo, “usa”, en el sentido de Foucault, un vasto instrumental teórico que no se agota en su inteligibilidad, sino, más bien, se realiza en la aplicación creativa de sus posibilidades (y ha producido, también, lo que Rubén Vargas llama “artefactos conceptuales”, como el complejo “NR” [nacionalismo revolucionario] o la poética del saco de aparapita, contrapunto del concepto zavaletiano de “formación social abigarrada”); tercero, el lenguaje, en su despliegue, describe, no nombra; no hay metalenguajes, sino, como afirma el segundo Wittgenstein y parafrasea Antezana, “el sentido es el uso”, es decir, la escritura y, por tanto, la lectura, son juegos de lenguaje, posibilidades más que certezas.
¿De qué archivos y bibliotecas han sido recopilados los textos que componen esta obra?
Los principales repositorios consultados fueron el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, el Centro de Documentación en Artes y Literaturas Latinoamericanas y la hemeroteca de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional.
¿Cuál ha sido la tarea más difícil del proyecto?
Tal vez ‒después de definido el alcance del trabajo, realizada la búsqueda de aquellos textos que fueron escritos como prólogos o epílogos, pero publicados sin esa revelación de origen y reunido el material‒ desentrañar la función y el estatuto de lo que el estructuralista francés Gerád Genette llamó, siguiendo a Julia Kristeva, un tipo particular de transtextualidad, el paratexto. Para Genette, los paratextos (prólogos, epílogos, cubiertas, índices, etc.) son, digámoslo así, una “prótesis”, un “añadido”, al núcleo autoral del texto (el texto-en-sí-mismo) ‒de ahí el título del prefacio de Derrida en “La diseminación:Fuera del libro (prefacios)” ‒, y sin ellos, no obstante su excentricidad, no es posible, modernamente, asegurar su recepción, presencia y consumo; en suma, los paratextos son “aquello por lo cual un texto se hace libro” (Genette). Hay libros, por supuesto, sin prólogo, pero no hay ‒o no debería haber‒ prólogo sin libro. La pregunta entonces: ¿Cómo “aislar” un prólogo que, por definición, aunque anterior a la obra, siempre es posterior?
Cuando un prólogo pretende explicar e interpretar el texto que acompaña, comete la falta de agotarse en lo que prologa. Leído el texto, el lector volverá al prólogo para dialogar con esa interpretación del prologuista, a guisa de comparación y contienda. Ese modo de operar impide aislar el prólogo de su soporte que lo explica. Por tanto, prólogo sin libro sería una contradictio in terminis, si no fuera porque hay paratextos que pueden “prescindir” del objeto de su referencialidad. Son trabajos, por tanto, que abren el juego, no porque lo revelen –como una suerte de consecuencia anticipada–, sino porque lo inician. Vistos así, los prólogos de Antezana no son meras “introducciones” al texto ajeno, cumplen funciones más importantes que las habitualmente atribuidas a estos textos liminares: son un diálogo textual que no pretende cerrar el círculo, sino más bien abrirlo, acompañar al lector “hasta el umbral de la obra”, como dice Antezana.
¿Cómo definirías el estilo literario/académico de Antezana?
Como el gran ensayista que es, combina magistralmente lo que Javier Sanjinés propone para la forma ensayo: una forma estética intermedia entre los “universales abstractos” y los hechos de la vida empírica (incluida la literatura). Su interés desborda lo estrictamente literario. Escribe de fútbol, pintura o arte, como lo hace de poesía, novela o pensamiento social (además de diversa, la obra de Antezana es vasta: he listado un total de 377 entradas en un trabajo bibliográfico que se publicará en breve). Pocos en Bolivia conjugan la profundidad del pensamiento con una exigencia estética y estilística como lo hace Antezana. Pero, como dijo algún crítico refiriéndose a Borges, la literatura se convierte en la escritura de una lectura. Antezana es de esa estirpe: escribe porque lee.
¿En base a qué criterios (fecha, género) han sido ordenado los textos?
El orden de presentación de los trabajos respeta la cronología de su publicación.
¿Los prólogos y epílogos de que libros destacarías de los que componen la obra?
Por mi formación e intereses académicos, “Notas hacia un ‘manuscrito inconcluso’”, sobre el “Diario” histórico de José Santos Vargas, es mi preferido, porque el trabajo de Antezana destaca el valor de la relación entre el discurso narrativo y la representación histórica, es decir, el “contenido de la forma” (White), con todas las implicaciones epistemológicas e inclusive ontológicas que eso supone, algo que los historiadores suelen olvidar.
Destacaría, también, el prólogo a “Sangre de mestizos”, de Augusto Céspedes (un modelo de lectura); el epílogo “Viaje al fondo de la noche”, para “The Night” de Jaime Saenz; y el erudito “Rubén y Celan”, para la “Obra poética” de Rubén Vargas.
Fuente: Opinion