Víctor Hugo Viscarra en El Cementerio de los Elefantes. A propósito de la nueva película de Tonchy Antezana
Por: Ada Zapata
Foto: M.Reyes /Palabras Más
Si ha tenido la oportunidad de conocer la obra del escritor paceño Víctor Hugo Viscarra, sabrá tristemente cuanta afinidad existe entre ésta, su vida y la reciente película El Cementerio de los Elefantes del director cochabambino Tonchy Antezana. Desde Diccionario del Coba hasta Borracho estaba pero me acuerdo, pasando por los relatos publicados póstumamente, Viscarra y no otro, fue el que dio a conocer el inframundo donde amanecen los alcohólicos y vagabundos de La Paz. ¿No cree que merecía al menos un certero homenaje en el film?
Si Jaime Saenz creó una ciudad metafórica, misteriosa a su medida, Viscarra sin artilugios, directo y brutal, construyó la obra de la agonía, su propia vida nacida del barro de las calles paceñas. La obra de Viscarra, escrita en primera persona, (como acontece en el film donde se despliega el relato en la voz de Juve), se diferencia de la película por descubrir un mundo mucho más crudo y próximo al mundo real, el tono es el mismo y no deja de recordar al estilo del escritor. Jaime Saenz y Viscarra se refirieron al Cementerio de Los Elefantes en su obra, cada uno a su manera, algo del gesto en la entrega de Cristian interpretando a Juve nos transporta a Viscarra. Feliz y triste coincidencia del destino “que no se hace pero al que sin duda se ayuda”.
El cine pobre, el cine posible de Antezana da vida a una película que se puede ver dos veces para apreciar el guión. El acierto esta también en encontrar y atrapar el tema olvidado pero latente; está en la actuación sobresaliente de Fernando Peredo (El Tigre), en la mirada y la sonrisa de Marlen que seduce con un calzón usado entre las rectas y anchas caderas.
El silencio del Bolas entre la melena y la gorra paseándose por la ropa de muerto; el alegre primer plano de un pollito con papas dirigiéndose a las manos de Juve y Marlen, primogénitos del hambre; o el paseo por el Kachascán de Cholitas y la feria del alto; todas son escenas memorables que anuncian un cine profundo, poético si se quiere. El bien bautizado film conmueve sin llegar a ser grotesco o miserabilista. La natural interpretación de actores del teatro del alto El Quijote, borra sin problemas la rigidez y la experiencia de actores en las pantallas del cine boliviano.
Si le interesan los esfuerzos del cine nacional, sabrá pasar por alto detalles desafortunados como la desconección de la chola que regenta la chinchana o los intervalos innecesariamente frecuentes en la Suite Presidencial. El carrito de Juve, que pretende ser el misterioso “rosebude”, el trineo del Ciudadano Kane al revés, resulta demasiado nuevo o demasiado idéntico al del recuerdo para ser real, pero no deja de conmover hondamente como sorpresa final. Los blancos platos desechables parecen refinados cuando se piensa en la pobreza de albañiles comiendo y bebiendo en la noche al calor de la koa. En esta escena se oscurece la motivación que lleva al protagonista a vender lo más preciado, el Tigre. Un espectador decía, al salir del cine, que faltaba más densidad a la joda del alcohol y a la vida de los artilleros paceños.
Otros pequeños altibajos técnicos representan el bajo presupuesto (40.000 dólares) y el corto tiempo de filmación (14 días). A pesar de todo, el film que empezó siendo un corto, logra una imagen admirable y pulcra, espectaculares panorámicas de la ciudad de La Paz envuelta en niebla, la fotografía con filtros es agradecida. La música en El Cementerio de los Elefantes es protagonista decisiva, alcanza la atmósfera poética, conmueve, El Cementerio de los Elefantes sin duda es una película que debería ver.
Fuente: Palabras Más