10/06/2008 por Marcelo Paz Soldan
Sobre Víctor Hugo Viscarra

Sobre Víctor Hugo Viscarra

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Viscarra y Lundin Peredo: Dos mundos y una historia
Por: Miguel Lundin Peredo

Sin lugar a dudas que no se puede encontrar fácilmente en el panorama literario de la Bolivia actual, escritos dotados con toda la carga de realidad como el que se respira en cada frase de un cuento de Víctor Hugo Viscarra. Siempre pensé que la vida esta gobernada por esos hombres y mujeres que no se resignan con sus destinos trágicos. Viscarra pudo haber muerto sin que nadie hubiese leído nunca alguno de sus maravillosos cuentos que recuerdan al realismo sucio de Charles Bukowski. Viscarra tenía muchos factores en contra de su amor con los libros, había sido abandonado por sus seres queridos en la fría noche andina. La policía boliviana lo clasificaba como un criminal más y se encontraba en su larga lista de sospechosos habituales y incluso le habían decomisado una obra escrita por él para publicarla como un documento creado por ellos. Víctor Hugo Viscarra pudo haber mandado a la basura todas sus intenciones de dejar escritas en el papel todas las historias que miraba diariamente en las calles, porque la policía lo tenía como una especie de mascota bastarda, a la que ellos podían humillar para satisfacer su ego de supremacía, porque todos sabemos que el poder corrompe la mente del hombre cuando no sabe equilibrar el poder en actos de bondad y comprensión con los demás seres humanos.
Viscarra no se dejo ahogar en un archivo criminal, salió adelante como un espartano, dispuesto a morir en la lucha del reino de la literatura y finalmente nos dejó como legado una obra tan importante en nuestra narrativa moderna que hubiese sido un desperdicio nunca haber descubierto una prosa tan bien cuidada y trabajada como la del fallecido Viscarra. Yo me identifico con Viscarra porque cuando leía sobre sus esfuerzos diarios, de escribir libros en cuadernos escolares que su editor, Manuel Vargas, corregía y editaba digitalmente, tuve un flashback de mis primeros coqueteos con el mundo de los libros. Yo, al igual que Víctor Hugo Viscarra, escribí mis primeras obras en cuadernos escolares. Tenía una complice, mi novia Lucy que me entregaba en la mayoría de las veces los cuadernos que yo llenaría con palabras delirantes en la soledad de mi cuarto, ubicado al lado de una chicheria, en Oruro. Ella sabía de mis sueños literarios porque siempre le hablaba de libros y ella siempre me hablaba de palabras vinculadas al mundo de la medicina y la salud humana: eramos dos seres opuestos. Ella quería ayudar a la humanidad mediante la medicina y yo queria cambiar el rumbo de su marcha ciega al caos mediante la literatura. Nunca pensé que algún día mis escritos llegarían a ser publicados o leídos. Era realista, me decía a mi mismo que todo lo que yo escribía cuando no estaba trabajando o en el interior de una discoteca para aliviar el stress sería la única herencia que yo le dejaría a mis hijos. Al igual que Viscarra tuve muchos momentos amargos donde pude haber dejado en la basura mis inquietudes literarias, sin embargo, no deje que la vida le apretara el cuello a mi narrativa. Seguí persistente en lo que yo deseaba hacer y encontré mi significado en este mundo, es decir, una lógica a todo lo imperfecto de la existencia y fue convertir a la escritura en una necesidad existencial tan importante como comer o beber.
Viscarra murió con una sonrisa en los labios porque me imagino que sus últimos pensamientos fueron que a pesar de todos los clavos que se clavaron en su cuerpo, él hizo realidad su sueño: compartir su literatura con los lectores del mundo. También he sido una victima más de la incomprensión de este sistema, donde la policía te cree materia no reciclable. No lo digo porque soy criminal, aunque estoy seguro que Luisa Fernanda Siles se encargara de explicar este detalle “X” de mi vida privada algún día no tan cercano. Lo digo porque en la vida siempre suceden cosas inesperadas, sorpresas que te hacen meditar y yo he encontrado una moraleja en la historia de Viscarra, en mis propias palabras, esa moraleja dice lo siguiente “Es cierto que el alcohol puede anestesiar el chaqui de la vida, pero los libros son la única penicilina contra la sifilis del analfabetismo”. Esta frase no la he copiado de ningún libro. Se me vino repentinamente a la cabeza cuando pensaba entre esa amalgama llamada alcohol y literatura, tome papel y lápíz y comencé a escribir. Para decir que todos los que murieron como Viscarra fueron cometas no soles de barro, y yo creo que aunque no merezco estar en esa categoría del panteón espartano de nuestra narrativa moderna, me satisface saber que inspirándome en los esfuerzos de otros hombres y mujeres que vivieron y murieron antes de mí, seguí adelante en mis creencias personales, donde la escritura no es miedo sino una luz de coraje que sale del abismo del fracaso.
Fuente: Ecdótica