Guerra a los lugares comunes
Por: Ramón Rocha Monroy
Una de las diferencias más importantes entre el lenguaje común y la literatura es, precisamente, la renuncia a los lugares comunes y a los tópicos que transmiten una visión adocenada y simplista de las relaciones entre los seres humanos. Tiene un valor pedagógico para el lector porque influye en su conciencia generándole una ética de libertad de pensamiento, que comienza por liberarse de los lugares comunes.
Cada idioma es una concepción del mundo, y cada expresión es un fragmento de esa concepción. Por eso se llama “sentido común”. Hay fragmentos de las filosofías más importantes en el habla cotidiana que impiden cambiar la concepción del mundo. Un ama de casa que dice “ningún extremo es bueno”, no se da cuenta de la enormidad que está diciendo, pues repite la vieja concepción del “aurea mediocritas” de la filosofía grecorromana, y aun la de Confucio, de muchos siglos antes.
Cazar lugares comunes es, por tanto, contribuir al cambio de mentalidad de los lectores. Es recoger los usos de la calle para ponerlos en evidencia y desmontarlos ya sea descubriendo su origen o la fragilidad de su significado.
Las obras de Borges, Leopoldo Marechal, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez son páginas impecables en principio porque han sido purgadas de lugares comunes a través de la ironía, el humor o simplemente el buen humor con que han sido escritas.
Cada época estrena sus lugares comunes. Las ciencias sociales tienen la culpa de muchos de ellos. Un buen trabajo de tesis podría ser explorar en los medios de cada época la presencia de determinados conceptos como el de “desarrollo”, “marco de referencia”, “coherencia”… Los graduados de Lovaina y sus acólitos, por ejemplo, usan hasta la náusea una muletilla: “¿No es cierto?” Que es la traducción literal de “¿N’est-ce pas?”, proveniente del lenguaje coloquial francés.
Los lugares comunes son históricos y a veces envejecen al punto de volver a tornarse novedosos. Es el caso del Diccionario de lugares comunes de Gustave Flaubert, que ahora tiene un valor anecdótico. James Joyce, en su “Ulises”, se inspiró en Flaubert para hacer un largo recuento de lugares comunes en la lengua inglesa. Pero quizá la obra más interesante y más actual sea “Exégesis de lugares comunes” de León Bloy (Ed. Carlos Lohlé), un libro imperdible.
Los más grandes receptores de lugares comunes (en francés: lugares recibidos) son los burgueses y esa clase media aspirante a la burguesía. Son los mayores conservadores de estereotipos mentales y verbales. “Los lugares comunes crecen y constituyen un gran peligro para la inteligencia. Hay que continuar en la tarea de su desmitificación”, como dice Alberto Ciria, prologuista del Diccionario de Flaubert en castellano.
Los lugares comunes son una sarta de anacronismos como “la noticia corrió como un reguero de pólvora” o “me he quemado las pestañas estudiando”. ¿Qué puede correr como reguero de pólvora en esta época de misiles y proyectiles intercontinentales? ¿Los que se queman las pestañas, usan mecheros o velas para leer? ¿Por qué la luz entra por la ventana “a borbotones”? ¿Qué significa borbotones? Leí que un muchacho escribió: “La luz entraba a patadas por la ventana”. No es muy bueno, pero al menos evitó el lugar común.
Fuente: Opinión