Los desnudos de don Jaime
Por Wilmer Urrelo Zárate
Cuando se lee Cuentos desnudos de Jaime Nisttahuz se tiene la sensación indiscutible de estar recibiendo una patada directa y certera en la boca del estómago. Esta colección de cuentos de Nisttahuz nos muestra sin maquillajes a un cuentista que sabe de su oficio. Por ejemplo, la sorpresa no existe. El final del cuento no es lo que importa. Lo que importa, como pasa habitualmente con los buenos cuentos, es el desarrollo del cuento en sí. Son historias cortas, certeras, con un lenguaje económico y hasta telegráfico en muchos casos. Historias contadas en primera persona en su mayoría por, ojalá no me equivoque, el alter ego de don Jaime. Historias además sacadas de lo cotidiano, de lo que le pasa a un hombre común y corriente. La oficina, la relación con los hijos, la vida de pareja. Sin embargo, creo personalmente que lo más importante en Cuentos desnudos es el humor ácido que recorre el libro. ¿A qué me refiero con eso? Que ningún cuento se queda tranquilo, todos ellos tienen la enorme capacidad de poner el dedo en la herida. Y a las pruebas me remito. Ahí está, por ejemplo, Crónica de un encuentro nacional, en el cual el narrador dicen en una de sus partes y cito:
Al día siguiente Tomás me dice: Oye, tú no has desayunado ni almorzado ni una vez en este hotel.
-No, creo que no.
-Vamos a desayunar entonces.
Y así conocí el desayuno continental. Mantequilla, queso, mermelada, té, café o leche. Continental mi pichi. Vámonos a comer de verdad.
Pero los dardos envenenados de don Jaime no se detienen, digamos, en cuestiones de hotelería sino que también apuntan más allá: por ejemplo, la típica amiga de cualquier esposa, esa mujer insoportable y antipática con la que tenemos que hablar a fuerzas sólo porque no hay otra salida. En el cuento titulado Sencillamente hipócrita ocurre eso y cito a continuación la parte más sabrosa:
Cerraron la oficina donde trabajaban mi mujer y Tita. Mi mujer se desesperó bastante. No sabía qué hacer consigo misma. Y la Tita a jodernos la vida con la cantilena del suicidio. Casi le doy mi revólver.
¿Una crítica a la sociedad moderna? ¿O es que la gente que aparece en sus cuentos ha sido así desde siempre y lo será por los siglos de los siglos? Complicado responder a esa pregunta, pero sin duda las personas víctimas de las observaciones ácidas de Cuentos desnudos es gente a la que alguna vez odiamos o que odiamos permanentemente. ¿No nos pasa eso todos los días? ¿Acaso no pensamos con cierta malignidad de alguna gente pero no se los decimos? Jaime Nisttahuz se atreve a hablar en voz alta. Y lo hace sin hipocresía y, lo que es mejor, con buena literatura. Pero ojo, pues no sólo se dedica a criticar a los demás sino que, en algún caso, echa una mirada su propia persona, como ocurre con el cuento Mi apellido. El mismo gira en torno la anécdota del apellido de don Jaime y de las veces que le preguntaron por su origen. El autor dice casi al final:
Averiguando más, me enteré que un capitán Nestarez participó de manera protagónica en el golpe fascista de España.
Por eso cuando me preguntan por mi apellido les digo:
-Es judío.
Y si alguien sigue jodiendo canto:
-Jaba, naguila jaba…
A los libros se les desean suerte, pero estoy seguro que eso a don Jaime no le interesa, porque para él la verdadera escritura, como dice el texto de presentación de la contratapa, la verdadera escritura fluye o es imposible. Es un autor tacaño, literariamente hablando, a quien no le interesa la fama ni nada parecido. Sólo puedo desearle más lecturas y más literatura y, por supuesto, que al fin pueda llegar a concretar el plan en el que viene trabajando: convertir el agua en cerveza.
Fuente: Ecdótica