Por: Freddy Zárate
Dentro de la prolífica producción bibliográfica de Mariano Baptista Gumucio se encuentra el curioso libro La guerra final. Guía para uso de intransigentes y desprevenidos, que apareció en Caracas en 1965. Al año siguiente, salió una segunda edición del texto bajo los auspicios de la Editorial Juventud. La impresión boliviana lleva en su proemio algunos comentarios al texto, como la nota del filósofo británico Bertrand Russell; una carta del ensayista dominicano Juan Bosch; un artículo del escritor colombiano Jaime Tello y algunos artículos publicados en el matutino La Verdad de Caracas.
La interesante nota de ese periódico, del 15 de septiembre de 1965, informa que la segunda edición del libro de Mariano Baptista iba a ser publicada por la editorial Grijalbo de España: “El texto de la obra, como es de rigor en España fue sometido al juicio de las autoridades de la Dirección General de Información, sección de orientación bibliográfica, las mismas que, han denegado la autorización”.
Al respecto, Baptista Gumucio dice que “el hecho mismo de que a estas alturas exista una oficina que resuelva por cuenta del régimen, lo que pueden y lo que no pueden leer los españoles, constituye un insulto a la inteligencia de ese pueblo y una clara muestra del grado de obscurantismo e intolerancia que practica el gobierno de ese país”. Estas líneas hacen referencia al gobierno del dictador Francisco Franco.
Es curioso que “el mago” Baptista vea con ojos críticos y distantes al régimen del “generalísimo”, que estuvo caracterizado por el uso excesivo de la fuerza pública, la restricción de derechos civiles y políticos, el unipartidismo, la instauración de campos de concentración, el culto a la personalidad, persecución a todo opositor y censura.
Estos mecanismos de poder fueron utilizados profusamente por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), donde Baptista Gumucio se desempeñó como secretario privado del presidente Víctor Paz Estenssoro (de 1953 a 1956), y posteriormente, ocupó el cargo de Ministro Consejero de las embajadas de Bolivia en la Santa Sede y en Inglaterra (de 1957 a 1959).
La guerra
Volviendo al texto, el autor indica que su preocupación sobre la guerra surgió “cuando el 16 de julio de 1945 estalló la primera bomba atómica, el hombre, no muy consciente pero inevitablemente, había conducido los largos siglos de una historia más o menos reversible a una alternativa final: o renunciaba de modo absoluto al ejercicio y deporte milenario de la guerra o toda la especie superior de vida desaparecería del planeta en la próxima contienda.
Vivimos, pues, a la sombra de un hecho nuevo, de inconmensurables consecuencias: la energía atómica (…). A los latinoamericanos parece interesarnos muy poco este hecho que revoluciona toda la escala de valores sobre las que sustenta cualquier tipo de organización social, que echa por tierra todas nuestras viejas nociones sobre el papel de la violencia y la guerra, que deja huérfano de sentido todo concepto de victoria o derrota”.
Se puede advertir que el interés del autor tuvo la finalidad de divulgar algunos aspectos concernientes a la moderna guerra del siglo XX. Para este cometido trazó un breve recuento conceptual, histórico y literario sobre la tesis: La guerra, compañera inseparable. Al conceptualizar la difusa acepción de la guerra, recapituló las definiciones de Auguste Comte y Herbert Spencer, que la concebían a como institución destinada a desaparecer con el advenimiento de la sociedad industrial.
Otra idea que comenta –distinta a los sociólogos– es la mirada del filósofo Hegel, quien dijo que la guerra era la apoteosis del Estado y cumplía una función sagrada, puesto que a través de ella se manifestaban el destino y la historia. Dentro de esta constelación de ideas, también hace mención a los juicios de Marx y Engels, que imaginaban que la guerra desaparecería con la conclusión de la lucha de clases y el advenimiento de la sociedad comunista, entre otras doctrinas.
Desde el punto de vista histórico –dice Baptista–, la guerra es una compañera inseparable del hombre, en donde la vida misma habría carecido de sentido sin ella. Es por eso que todos los mitos y el albor de la literatura gira en torno a motivos épicos y marciales y los pueblos creen verse exaltados en las hazañas de sus guerreros, desde la Ilíada hasta El Poema del Cid o El Cantar de Roldán.
Bajo el imperio de Augusto, los romanos se identificaban con las hazañas de sus antepasados en los relatos de La Eneida. Estos ejemplos literarios reflejan la constante antropológica del hombre que recurre permanente al conflicto bélico.
Hiroshima y la Segunda Guerra Mundial
Pero la década de los 40 del siglo XX, cambia el rumbo de la historia de las guerras cuando Hiroshima es arrasada por la explosión de la primera bomba atómica. La noticia se expandió en el mundo entero y la humanidad quedó estremecida de horror al darse cuenta del poder destructivo de la energía nuclear que el hombre tenía en mano.
La Segunda Guerra Mundial aceleró los trabajos de investigación nuclear. Norteamericanos y alemanes se esforzaron en conseguir la tan temible bomba atómica. La Unión Soviética y más tarde Francia, Inglaterra y China entrarían a formar parte del llamado “club atómico”.
No cabe duda que la preocupación del sector intelectual, la clase política y la opinión pública estuvo centrada por comprender y prevenir las consecuencias catastróficas de una posible guerra atómica.
En otro punto del texto, Baptista contrapone la imagen del “retorno del medioevo” en pleno siglo XX. En tal sentido, indica que la Edad Media “evoca en la imaginación el espectro de la muerte”, en donde la vida del caballero feudal estuvo enmarcada en función a las guerras, persecuciones y sacrificios humanos: su lucha fue contra los infieles en Tierra Santa.
En esa época “quien buscaba la paz debía refugiarse en la soledad de algún monasterio (…). No se podía viajar sin riesgo, puesto que lobos y jabalíes poblaban los bosques, mientras en los caminos acechaban vagabundos y salteadores”.
A esto se suman las pandemias que asolaban regiones enteras: la lepra, el tifo y el mal de San Vito fueron flagelos corrientes en aquellos tiempos. Pero ninguna de las enfermedades mencionadas causó tantos estragos y dolor como la peste negra.
Dicha pandemia afectó a Europa en el siglo XIV, llegando a matar a un tercio de la población continental. A tal extremo que en algunas poblaciones ni siquiera hubo sobrevivientes para sepultar a sus muertos.
La irrupción del siglo XX produjo profundos cambios políticos, sociales y tecnológicos, pero Mariano Baptista advierte que las catástrofes de la peste negra del medioevo “representan estragos de poca monta frente al catálogo de horrores que tienen en depósito los países grandes bajo la denominación de CBR Warfare (Chemical-Biological-Radiological)”, es decir, la guerra química, biológica y radiológica.
Para explicar la magnitud de la guerra moderna, Baptista recurre al escritor norteamericano Edmund Wilson, quien describe a la guerra biológica como la fabricación de microorganismos, bacterias y toxinas para propósitos bélicos que diseminan epidemias sobre el territorio enemigo utilizando los peores gérmenes que hayan atacado a la humanidad en el curso de los siglos.
Más adelante, Baptista hace mención al folleto del Subcomité de Desarme del Comité de Asuntos Exteriores del gobierno de Estados Unidos (publicado el 29 de agosto de 1960), en el cual señala las categorías de diseminación epidémica:
a) Bacterias, que producen peste, cólera, difteria, tularencia, ántrax, brucelosis, viruela; b) Protozos, disentería amibiana y la malaria; c) Dicketsia, la fiebre Q, la fiebre Rift Valley, el tifus, la tifoidea; d) Virus, psitacosis, encefalitis equina de Venezuela, influenza, pleuroneumonía; e) Hongos, coccidioidomicosis, conocida también como fiebre de Joaquín Valley.
A este listado se suma una variedad de epidemias previstas para atacar animales, cultivos, propagar el hambre y generar enfermedades a las poblaciones. En esta categoría figuran la comalia, la fiebre africana de los puercos, la enfermedad de Newcastle, diversos hongos que atacan a frutas y vegetales, el gusano de la esciara, entre otras.
También hace referencia a los laboratorios Dugway (Estados Unidos), donde se cultiva mosquitos con fiebre amarilla, malaria y pulgas con bacilos del cólera. Además, indica la existencia de cría de garrapatas de diversa índole que transmiten la fiebre del Colorado y tercianas; así como la incubación de moscas que se utilizarían para propagar el tétano y ántrax.
Por ende, las nuevas armas biológicas son una suma de males, que a medida que fueron brotando de los sofisticados laboratorios adquirieron un carácter cada vez más inhumano.
Pero existen posiciones contrarias. Baptista pone en el tapete de discusión a uno de los defensores a ultranza, el General J. H. Rothschild quien señaló los siguientes puntos: 1) Las armas toxicas a diferencia de los explosivos clásicos y las armas nucleares no causan ningún daño material; 2) Su acción se ejerce en grandes zonas. Los agentes químicos pueden cubrir decenas de kilómetros cuadrados en el curso de un solo ataque; con armas bacteriológicas se cubrirá centenares de miles de kilómetros cuadrados; 3) Son armas exploradoras llevadas por el viento, penetran en los inmuebles, los refugios, las fortificaciones para alcanzar a sus ocupantes; 4) Es muy difícil defenderse contra ellas. Si el ataque es desencadenado suficientemente distante del objetivo sus síntomas no aparecen sino después de la dosis eficaz que fue absorbida; y 5) Las armas toxicas son logísticamente ventajosas en la medida que su costo es muy inferior al de los explosivos clásicos y de las armas nucleares capaces de asegurar resultados parecidos.
El libro La Guerra Final se enmarca en la toma de conciencia crítica a la denominada “era nuclear” y las consecuencias irreversibles para la humanidad. A esto se suma la atención que puso Mariano Baptista a la fabricación de armas químicas y bacteriológicas.
Después de más de medio siglo, el libro vuelve a tener cierta vigencia. Hoy en día, la humanidad vuelca su mirada y su memoria a las pandemias de épocas pasadas, esto con el fin de comprender y sobrellevar la actual calamidad denominada Covid-19.
Los efectos psicosociales que atravesamos en este momento es el temor a la “nueva” pandemia que va produciendo estragos, y esto nos hace sentir indefensos, impotentes y logró desnudar nuestra precariedad en el tema de salud.
No cabe duda, que el aislamiento que vivimos nos hace cuestionar lo que se ve en los medios de comunicación y las redes sociales, todo con el fin de encontrar “verdades” acerca del origen de la pandemia.
Entre las muchas preguntas que flotan en el aire figuran: ¿Fue acaso el resultado de una manipulación de arma biológica?, ¿Es una mutación de un virus animal?, entre otras. Por todo ello, la investigación de Baptista vuelve a tener relevancia para el siglo XXI, por ser un tema de preocupación actual y viejo a la vez.
Fuente: Letra Siete