98 segundos sin sombra y una rapsodia bohemia
Por: Adolfo Moreno
En Therox, su pueblo y el mío, me acaba de matar bien muerto Giovanna Rivero, pero de inmediato me resucita la entrañable Genoveva, quien me había abducido llevándome a otro plano, a Ganímedes, hacia donde se encuentran transitando mis memorias.
Acabando de salir del fondo de mi fosa cósmica, de un agujero negro, como de un trance, luego de cuatro horas de lectura ininterrumpida, enfrento la luz terrestre impregnado de los olores y colores de los años 80, tratando de descubrir con morbo de coterráneo y contemporáneo suyo, en 98 segundos sin sombra, quién es Inés, quién es Hernán, quiénes son las Madonnas, la gorda Vacaflor y el panadero catalán, y me pierdo en el ejercicio adivinatorio de marcar con alguna caprichosa identidad a los tantos otros personajes que se me sugieren familiares.
Montherox fue el epicentro —y Rivero lo representa con maestría— de un tiempo en el que lo fútil predominaba por goleada sobre lo trascendente, en el que la trascendencia concentraba su olor en los sobacos y quien se atrevía a pretender salir de las axilas se tenía que trasladar a las galaxias llevándose sus afectos, su diario y otras pilchas, aun a costa de dejar atrás otros amores en construcción.
98 segundos sin sombra es una epifanía profana que actualiza los 80 al ritmo de una ‘rapsodia bohemia’ y, de la mano de una adolescente muy madura, nos invita a pensar en lo que nos sigue ocurriendo ahora. Los valores invertidos no son patrimonio de ninguna época, pero cada época les ofrece un marco especial que el relato amalgama con la precisión necesaria para reactivar el veneno de los recuerdos. Y los recuerdos matan a la vez que devuelven a la vida a muchos de mi generación que para escapar de la degeneración buscamos fugarnos, expulsados en realidad por una sociedad en que era arduo convivir sin adherirse a la lógica de caer en la huella del dinero fácil para no caer en la desgracia de la exclusión social.
Fuente: Brújula