Por Adolfo Cáceres Romero
Al más puro estilo crapuloso de Onetti, Giovanna Rivero nos ofrece en “98 segundos sin sombra” (2014), la singular historia de una familia disfuncional, en “un pueblo como cualquier otro, o peor”, que la autora llama Therox, como al desgaire. Novela contada en primera persona, a manera de un diario, con lenguaje que convierte en valores los desvalores, en la versión de una colegiala en constante entredicho con la moral y el buen gusto, que estudia bachillerato en un colegio de monjas. Therox es un pueblo calcado de Santa María, de Onetti. El estilo crapuloso lo encontró Mario Vargas Llosa, en las obras de Juan Carlos Onetti. Y lo explica -con lujo de detalles- en “El viaje de la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti” (2008). En el capítulo IV, dice: “El de Onetti es un estilo que podríamos llamar crapuloso, pues parece carta de presentación de un escritor que, frente a sus personajes y a sus lectores, se comporta como un crápula. Ni más ni menos. Las características más resaltantes de este estilo son casi todas negativas. Lo frecuente es que el narrador insulte a sus personajes –llamándolos cretinos, bestias, animales, abortos, estúpidos, monos, hotentotes, etcétera— y provoque al lector, utilizando con frecuencia metáforas e imágenes sucias, relacionadas con las formas más vulgares de lo humano, como la menstruación y el excremento.” (p 116) Entonces, al comentar “La vida breve” (1950), Vargas Llosa, también considera que “el estilo (crapuloso) es funcional al designio que preside la novela, pues evapora la demarcación entre la realidad y la ficción, lo que da sentido y vigor a la temática central de la novela: la relación entre lo vivido y lo soñado, entre la historia objetiva y la fantaseada.” (p 114) Fantaseada, palabra clave que viene del verbo fantasear, del cual el “Diccionario de la Real Academia Española” nos señala dos acepciones: 1. “Dejar correr la fantasía e imaginación”. 2. “Preciarse vanamente”. Ahora bien, nos preguntamos: ¿cuál de las dos acepciones encaja al estilo crapuloso de Giovanna Rivero? Yo diría que ambas, dado que, por una parte, la fantasía exalta su imaginación, llevándola a una realidad grandilocuente, con sofismas y frases que buscan sorprender al lector, textos en otras lenguas (sin traducción), articulados artificiosamente, imágenes irreverentes con los principios éticos y religiosos, con dogmas inventados, lindando con el realismo sucio; y, por otra parte, al “preciarse vanamente”, se vanagloria o burla de la realidad, como lo podemos advertir en el fragmento que copiamos a continuación de “98 segundos sin sombra” (2014), donde habla de Therox:
“Lo cierto es que Therox es Therox en honor a un héroe, por si alguien dudaba de nuestra creatividad. Coronel Marceliano Montero, se llama. Un prócer que no debe comprender nada de lo que está pasando, un guerrero de cemento que no se inmuta ante el tom tom de los tambores de las fiestas patrias, mientras el coro de mi escuela grita al unísono: ‘¡Morir antes que esclavas vivir!’. Por suerte las monjas nos permiten decir en femenino esa consigna brutal del himno nacional. Marceliano, sordo, ciego y mudo, permanece montado en su caballo que relincha eternamente, con los cascos desesperados. Padre dice que los monumentos le dan pena, y en eso estamos extrañamente de acuerdo. Nuestro héroe empuña una espada inútil contra el tiempo nuevo.” (p 39)
Cabe aclarar que Marceliano Montero es un personaje real, sólo que no era militar, sino un ilustre abogado, poeta y periodista cruceño. Nació el año 1874 y murió el 1943. Es recordado por su poema coloquial y nativista, “Paquito de las Salves” (1924).
Algo peculiar en la narrativa de Giovanna Rivero es el uso frecuente de la primera persona, tanto en sus cuentos como en sus novelas. Y no la usa como Haruki Murakami, quien, en “De qué hablo cuando hablo de escribir” (2015), dice: “En cada una de mis novelas, el personaje detrás de ese ‘yo’ era distinto, pero el hecho de insistir en ese esquema terminó por hacer irremediable que la frontera entre el ‘yo’ real y el ‘yo’ de la novela se desdibujara, tanto para mí como escritor como para mis lectores.” (p 115). En cambio, en Giovanna no existe ese problema, pues siempre es ella misma, fiel a su yo crapuloso. Así, en sus “Historias colaterales” de TuKzon (2008) -relatos hilvanados como novela-, donde Therox aparece nombrado por primera vez, por uno de sus personajes (Jack, 13. Balcón), ese “yo” se muestra inalterable en todas sus secuencias, como también en los cuentos de “Contraluna” (2005), en su novela “Las camaleonas” (2001), considerada por la crítica como la mejor de su creación. Y ese “yo” continúa impertérrito, en su último libro de cuentos: “Para comerte mejor” (2016).
El año 1970, “siglo veintiuno editores” de México, reunió cuatro ensayos controversiales (literatura en la revolución y revolución en la literatura), escritos a raíz de la publicación de un estudio del ecuatoriano Óscar Collazos (“La encrucijada del lenguaje”), publicado por el semanario “Marcha”, de Montevideo, a fines de 1969. En él Collazos analiza el desarrollo literario que emerge de la obra de algunos narradores del “boom” latinoamericano (Cortázar, Fuentes, Vargas Llosa, entre otros), cuestionando la utilización de estructuras narrativas procedentes de la novelística europea y norteamericana. Las respuestas de Cortázar y Vargas Llosa, inciden en una serie de factores relacionados con la temática de las obras de creación. Precisamente, en una parte de su exposición (“Luzbel, Europa y otras conspiraciones”), Vargas Llosa habla de la “faz oscura” de la personalidad de los narradores, destacando el acto de la creación que, según expone: “Se nutre simultáneamente, en grados diversos en cada caso, desde luego, de dos fases de la personalidad del creador: la racional y la irracional, la convicción y las obsesiones, su vida consciente y su vida inconsciente. Aun en los escritores más intelectuales, aquellos en los que el control es racional sobre la tarea creadora se ejerce más rigurosamente, la obra asimila siempre materiales que proceden de esa ‘faz oscura’ de su personalidad, y, a menudo, éstos prevalecen sobre los estrictamente racionales.” (p 82)
Volviendo a la obra de Giovanna Rivero, en sus cuentos y novelas, se advierte que su temática emerge del entorno familiar de sus personajes. Padre, madre, abuela, hija o hijo se muestran conflictuados. Concretamente, “98 segundos sin sombra” se abre con una confesión parricida -que nos recuerda el matricidio de “La familia de Pascual Duarte” (1942), de Camilo José Cela-, cuando Genoveva, dice: “Siempre pienso en cuánto odio a mi padre y en cómo nuestras vidas, la de mamá y la mía, y claro, la de Nacho, podrían convertirse en algo fantástico, una fábula, tan solo si él tuviera la decencia de morirse. Si alguien me pregunta por qué odio tanto a papá, no puedo explicar las razones. No es malo, no exactamente… Lo odio por intruso. Es un extraño.” (p 9) De hecho, “98 segundos de sombra” termina con la huida de Genoveva, que, sin remordimiento, ha acabado con la vida de su abuela Clara Luz, ha destruido su diario, llevando en brazos a Nacho (su tierno hermano retardado), prendido a su pezón inmaduro, con el Maestro Hernán que tiene grandes planes para ellos, pues su “hermanito podrá encarnar al Ángel Samael (príncipe de los demonios) Y yo… Yo seré una Isis.” (p 153)
Entonces, por primera vez, en Bolivia, nos encontramos frente a la obra de una creadora que saca sus temas de esa “faz oscura”, que ha dado al mundo obras como las de Francisco Rabelais, Giovanni Bocaccio, Jan Potocki, Matthew G. Lewis, Ferdinand Celine, William Faulkner, Camilo José Cela, Juan Carlos Onetti y otros que lindan con el estilo crapuloso.
Fuente: Lecturas