Jorge Suárez y El otro gallo
Por: Andres Canedo
Leí en estos días, ese cuento largo o novela corta, no lo sé, de Jorge Suárez y que lleva como título El otro gallo. Sabemos que Jorge Suárez es uno de los poetas más importantes de Bolivia, que enseñó lo que sabía, en un Taller del cuento breve, a un grupo de destacados discípulos en Santa Cruz, de donde salieron importantes escritores; que fue periodista; que ejerció otros diversos oficios; y también sabemos de sus picantes, sabrosas y a veces crueles polémicas con otros escritores a través de los periódicos y que muchas de ellas eran sencillamente escarnios de un alto nivel de ingenio, que recordaban a los que Quevedo y Góngora se dedicaban mutuamente. Lo conocí hace muchos años, y no puedo decir que fui su amigo, en una reunión a la que me invitó (no recuerdo el motivo) en su habitación del hotel Sucre, en La Paz, en la que se habló largamente de la vida y de sus cosas, se comieron algunos bocaditos y además se bebió mucho whisky y quien lideraba, indiscutiblemente y con mucha ventaja, las libaciones fue, precisamente, Jorge. También me llamó la atención su capacidad de fumar, que superaba de lejos la mía (eso ya es mucho decir) y la de los otros que estaban allí. Su charla, salpicada de metáforas, hipérboles, paradojas y distintos tropos, era sobre todo divertida, graciosa, por el alto nivel de ironía y mordacidad desplegadas. Jorge, era, sin duda, un maravilloso conversador y, detrás de sus palabras se adivinaba al poeta, al hombre culto, al espíritu superior. Otra vez lo vi para hablar de publicidad (era otro de sus múltiples oficios en la lucha por poder vivir) y a la que supongo, al igual que yo, en el fondo despreciaba. Esta otra reunión fue más formal, aunque no dejó de tener la ternura y la complicidad del reconocimiento, del preguntarnos cómo nos sentíamos espiritualmente, del guiño de ojos que nos hacía saber que los dos sabíamos que estábamos obligados por la vida a participar de esa especie de farsa.
Hace algunos años solíamos reunirnos para leer, con Beatriz Kuramoto, cuentista, y con la extraordinaria Blanca Elena Paz, autora de ese cuento maravilloso que es Historia de Barbero, y ellas me hablaron con admiración del cuento (para ellas era cuento) El otro gallo de Jorge Suárez. Pero yo no había tenido ocasión de leerlo y, aunque lo busqué, me fue imposible conseguirlo hasta que gracias a la Antología de 15 novelas fundamentales, publicada por el Ministerio de Culturas y que me regaló Juan Coronel (¡cómo no, la ternura permanente, la generosidad del amigo!) lo tuve entre mis manos y pasó un tiempo hasta que pude leerlo la semana pasada. Y Blanca y Beatriz tuvieron razón: es un cuento o novela corta superior, pero además distinto de lo que acostumbramos a leer. Se trata pues de un cuento camba, escrito por un paceño, en el cual dos historias conviven o se superponen: La historia de los cuatro personajes que se reúnen cada día en una cita-ceremonia, en la que uno de ellos cuenta historias. Los personajes son Benicia, ex prostituta y con su belleza ya perdida, que en su cabaña-pahuichi, vende alcohol rebajado (culipi); el profesor Saucedo, la voz de la razón que sin embargo se somete a la fantasía, y él, siempre vigilado por su hija solitaria y abandonada, cambia su transitar cotidiano por los distintos boliches de la ciudad de Santa Cruz, por este lugar único que queda frente a su casa; don Carmelo, el hombre rico que tiene una amante y es quien costea los tragos; y El Bandido de la Sierra Negra, fanático del cine donde nutre su imaginación, hijo de un célebre bandido que fue matado por los carabineros y que, en su ficción, vive múltiples aventuras emulando las de su padre y matando carabineros, que para él son la representación de la injusticia, de la exacción y del mal sobre la tierra. Es el bandido, porque tiene la fantasía y el don de las palabras, quien cuenta las historias. Esta, la historia externa, es narrada por un narrador omnisciente que además sugiere relaciones previas, nunca dilucidadas, entre los distintos personajes. La otra historia, son las historias (las ficciones) contadas por el Bandido y que todos aceptan como reales, aunque saben que no las son pero así las admiten, tal vez porque la vida de la ficción es mejor que la realidad. Es que es la ficción la que los saca del mundo real, de sus miserias y carencias. Así, la ficción, de alguna manera, modifica y mejora la realidad. El bandido, es un ser común, pero “diferente” que asume su cualidad de tal, luego de que pasa por el cine camino al bar de Benicia. El bandido cuenta, cada día, diferentes e hiperbólicas aventuras en las que mata carabineros para vengar a su padre, para hacer justicia en el mundo. El bandido llega a ficcionalizar su propia muerte, la que determinaría el fin de las reuniones de los cuatro y el fin del negocio que le permite subsistir a Benicia, el fin de estas pausas mágicas que la existencia les brinda, pero como la ficción es necesaria para vivir, las reuniones y las ficciones, así como la vida, continúan.
La novela se desliza suavemente, con enorme facilidad y con palabras comunes (sólo las palabras que se usan en el idioma oral tienen valor literario, nos dice Piglia), pero dotadas de una bellísima cualidad poética, como cuando habla del color de los Tajibos (lapachos): “Tajibos hay de todos los colores, según el color que los macheteros van soñando al abrir la senda”. Una obra verdaderamente superior en nuestra literatura y que rompe con todos los esquemas previos y que nos lleva a soñar, vivir, la misma ficción de los personajes, de manera que, como en toda buena literatura, la ficción actúa sobre la realidad. Al final uno se queda como suspendido, como jalado y flotando levemente en las palabras y todavía con el libro abierto en la última página, desciende suavemente a la realidad del día a día, que gracias a la excelente literatura de Suárez, y por poco más de una hora, ha logrado olvidar.
Fuente: Ecdótica