01/28/2020 por Marcelo Paz Soldan
1920: Chirveches, la política nacional y la amistad de Armando, Alcides y Adolfo

1920: Chirveches, la política nacional y la amistad de Armando, Alcides y Adolfo


1920: Chirveches, la política nacional y la amistad de Armando, Alcides y Adolfo
Por: Óscar Rivera- Rodas

Hace exactamente un siglo, en 1920, sucedieron varios hechos importantes en la vida del escritor Armando Chirveches (1881-1926). Algunos de naturaleza contradictoria, a causa de circunstancias políticas que no siempre son regidas por la racionalidad.
En 1920, el escritor publicó su novela La virgen del lago. Crónica de una romería a Copacabana (La Paz). Se desconoce si hubo en ese tiempo alguna recepción, lectura o comentario de esta obra.
Sí se sabe que el 12 de julio de ese año se produjo el golpe de Estado contra el presidente José Gutiérrez Guerra (1869-1929). El golpe fue preparado por la Junta de gobierno de transición integrada por Bautista Saavedra (1870-1939), José María Escalier (1862-1934) y José Manuel Ramírez (1868-1938), del Partido Republicano. Este triunvirato tuvo vigencia seis meses (del 13 de julio de 1920 al 28 de enero de 1921).
El joven escritor y diplomático Chirveches, de 39 años, que se hallaba desempeñando el cargo de Secretario de la Legación boliviana en Francia encabezada por el embajador Ismael Montes (1861-1933), tuvo que abandonar París y retornar a Bolivia como consecuencia de ese golpe de Estado. El embajador Montes, que había ocupado la Presidencia del país durante dos términos, el primero de 1904 a 1909; y el segundo de 1913 a 1917, prefirió permanecer en Francia.
La llegada de Chirveches al país, en 1920, fue para su sensibilidad una etapa de infortunios causados por los políticos ejecutores del golpe de Estado; adversidades de experiencias amargas para el escritor, pero sobre el todo inicio funesto del periodo final de su existencia.
El joven Chirveches había publicado a sus 20 años su primer poemario Lilí (La Paz, 1901), tres años después el segundo poemario, Noche estival (1904), cuatro años más tarde su primera novela, Celeste (1905), y después de otros cuatro años, otra novela, La candidatura de Rojas (1909), editada en París por la famosa librería Paul Ollendorff, con un prólogo de su buen amigo Alcides Arguedas (1879-1946), residente también entonces en la capital francesa.
Este valoró la obra de su compatriota en términos estéticos. Escribió: Chirveches demuestra “sensibilidad de poeta y posee las dos cualidades indispensables a un novelador como son: el espíritu de observación y de síntesis, ambas dos equilibradas y armonizadas”; además, “ha creado una obra que participa, en mayor o menor proporción, de los dos caracteres y produce deleite de ensueño aliado a la sensación íntima de que eso que se lee y ve, es fragmento de vida sorprendido en hora de mucha intensidad, aunque vaga y discretamente idealizado por el incontenible poder del poeta, superior al del analista” (1909: x-xi).
Ignoraba Arguedas que volvería a escribir sobre Chirveches seis años después, el 12 de noviembre de 1926, a raíz del viaje a Bolivia en 1920 por las razones políticas señaladas. Ese escrito fue incorporado después por Arguedas al primer volumen de su diario titulado La danza de las sombras. Chirveches, en su condición de exsecretario de la Legación boliviana en Francia y de regreso en Bolivia sufrió afrentas, humillaciones, injurias.
Arguedas recordaba que en ese viaje “ocurrió algo que produjo honda herida en su alma torturada… Chirveches fue vejado, herido, insultado. Se le despojó de su correspondencia privada y se requisaron sus maletas como a un vulgar contrabandista de opio… Cayó enfermo, grave; y hubieron de sacarlo en tren expreso de La Paz, la ciudad alta de los yermos, y conducirlo a la costa”. (1934, 1: 97).
Chirveches, solitario y cauteloso, soportó en 1920 el tiempo desventurado de los efectos siempre fortuitos de la política, aunque su participación en ésta fue a través de una digna actividad diplomática que lo llevó al destierro y, sobre todo, a la dolencia psicológica y emocional que lo conducirá, seis años después, en la capital francesa, a un revolver que guardaba y al suicidio.
El relato de Arguedas continúa: “Se vino a París; pero traía rota el alma, perdida su fe en los hombres y resuelto a ver un enemigo en cualquiera que se le aproximara… Me escribió anunciándome su llegada, y, naturalmente, fui a verle sin perder tiempo. Le agradó mi diligencia pero no me lo hizo ver. Al contrario: creí encontrarle reservado, poco expansivo, casi huraño”.
Tal fue la apariencia de Chirveches en París a su retorno de Bolivia; Arguedas agregó: “Nada me dijo ni nada me contó sobre su vida en la tierra, de la vida de algunos de nuestros buenos camaradas y en lo único que se detuvo fue en referirme sus malaventuras políticas en La Paz y sus padecimientos de Antofagasta. Al evocar esos recuerdos ingratos, se le quebraba la voz y su gesto era duro, amenazante” (1934, 1: 98).
En 1920, Chirveches había conocido la soledad absoluta, según el testimonio de Arguedas: esa soledad “para un hombre enfermo como mi amigo, esta soledad en país cerrado a la simpatía como Francia, entre gentes indiferentes, distraídas y generalmente hostiles al extranjero era enorme y no tenía consuelo” (1934, 1: 99)
Irónicamente, o acaso por esa misma causa, Chirveches se hallaba en su angustia a una distancia inmensa y opuesta a la felicidad completa que alcanzaba Renato Urdaneta, el personaje principal de su novela de 1920, La Virgen del Lago, cuyo final logra el encuentro en el amor de Margarita y Renato, quien con el anhelo de su dicha futura y dijo a la mujer que amaba: “nosotros felices, y ya marido y mujer, cruzaremos este lago inmenso y azul en viaje de bodas. Será como el símbolo de la felicidad que nos aguarda…” (1920: 249).
Chirveches nunca logró esa fortuna. El personaje Urdaneta reflejaba sin duda la experiencia vivida por su autor en su ansia de dicha, pero también su fisonomía, cuando se componía la corbata, se alisaba los cabellos y retorcía “las pequeñas guías de su bigote” (1920: 7). Pasarán seis años antes de que esta novela fuere leída por sus pocos amigos de París, entre ellos Arguedas y Adolfo Costa du Rels (1891-1980).
El crítico literario Enrique Finot (1891-1952), en su Historia de la Litertura Boliviana (1955), escribió: “es Armando Chirveches de la generación de Arguedas y del mismo grupo de escritores que se inició en La Paz a principios del siglo” (1955: 346). De su lectura de Casa solariega (1916), dijo: “una novela de sabor anticlerical…, cuya acción se desenvuelve en Sucre, la antigua Chuquisaca, ciudad en cierto modo conventual y de rancia tradición conservadora”; y agregó: “el autor apenas conoce el ambiente, por haber residido en él pocas semanas, y sus observaciones pecan de superficiales o incurren en la exageración” (1955: 347).
Sin ningún análisis previo concluyó: “Esta situación, por consiguiente, dio pronto a Casa solariega un carácter de novela exótica e inactual, que seguramente no fue extraño al olvido en que cayó bien pronto” (1955: 348).
Una afirmación más superficial todavía escribió Finot de La virgen del lago: “es la historia de una romería al santuario de Copacabana, que participa de la novela de viajes y de la novela erudita…, porque contiene algunas digresiones arqueológicas e históricas más o menos bien hilvanadas, alternando con una intriga amorosa sin importancia” (1955: 348). La obra de Chirveches permanece todavía desconocida de lectores inteligentes.
Arguedas, en sus notas escritas en París el 12 de noviembre de 1926, sólo pudo recuperar compungido los recuerdos de su amigo Chirveches que se había suicidado quince días antes, el 28 de octubre de 1926, en París, finalizando de ese modo el último periodo de su existencia iniciado por los desórdenes políticos de su patria en julio de 1920. La memoria de Alcides se empeñaba en contemplar sus evocaciones ese 12 de noviembre. Se había informado de la muerte del amigo por una charla telefónica que recibió el 30 de octubre de 1926 de otro amigo y compatriota, novelista y diplomático también, Adolfo Costa du Rels. Al otro lado de la línea telefónica resonó la voz grave de Adolfo: “-Tengo que darle una mala noticia, compañero…
– ¿Cuál?… – ¡Armando Chirveches se ha suicidado!… – ¿Cuándo? ¿Cómo?… – Anteayer. Dos balazos en el corazón… – ¿Y por qué?… -Nada se sabe…” (1934, 1: 93).
Ni Alcides ni Adolfo entendían la decisión de Armando; desconocían la situación íntima de éste en las vísperas pasadas. Después de un intercambio de preguntas y respuestas inútiles concluyeron la conversación telefónica. Arguedas recordó inmediatamente que había recibido el 27 de octubre una carta de Chirveches, fechada el 26, dos días antes de su suicidio, en la que anunciaba el envío de su novela La Virgen del Lago.
Continuó rebuscando recuerdos: “Contadas eran las personas a quienes Chirveches veía en París. Creo que éramos solo dos: don Ismael Montes, ese gran incomprendido y yo. Y luego huraño, rebelde, sombrío, iba solo por su ruta desolada, sin verse con nadie, sin hablar con nadie, enteramente entregado a un sombrío soliloquio interior” (1934, 1: 99).
Chirveches fue enterrado algunos días después, Arguedas continúa: “la mañana de un día gris, húmedo, lluvioso pero nada frío; día de otoño. Yo llegué tarde a la iglesia, cuando había concluído la ceremonia religiosa y se dislocaba la gente”; agrega: “Tres coches únicamente siguieron al mortuorio. En el primero iba el cónsul con dos amigos; en el segundo, sola, una dama desconocida que llora, y, en el último, mi amigo Leonardo Pena y yo… En la puerta del distante cementerio encontramos un grupo dolorido de dos damas y un caballero” (1934, 1: 104).
Tal fue el cortejo fúnebre que acompañó a Armando Chirveches a su tumba en París: nueve personas. Arguedas saludó a la dama desconocida que sollozaba, y se enteró que ella daba hospedaje al escritor. La recuerda en su sollozo: “Nuevas lágrimas humedecen sus pupilas y añade: -Se sentía solo y se quejaba de no tener amigos: “Soy solo como usted” me decía. Y cuando yo le replicaba que tenía parientes, agregaba: “¡No tengo a nadie!” (1934: 1: 104). La dama desconocida y el escritor boliviano habían logrado, al menos, una amistad de dos soledades.
Fuente: Letra Siete