07/04/2025 por Sergio León

Hasta que el río aclare: así nomás es

 

—Así debería ser —dijo Casas—, pero…—¿Pero qué? —preguntó Vania empezando a desesperarse—¿Pero qué?— 
Siempre hay un pero, ¿no ve? —dijo Gregorio poniendo una mano en el hombro de Daniel Casas.

Diego Mattos, Hasta que el río aclare

Por Adrian Nieve

Típico. Estás un lunes por la mañana estancado en algún lugar de la ciudad de La Paz, ya sea en tu auto o el minibús, esperando a que avance el tráfico para llegar a tu trabajo, en el que a lo mejor se están atrasando con los pagos por la crisis. A lo lejos se escucha el sonido de una marcha o una entrada folklórica que, sí o sí, tenía que suceder hoy porque mañana hay bloqueos programados y, además, no quieres llegar tarde a tu trabajo porque a mediodía tienes que hacer fila para conseguir una maldita botella de aceite a sobreprecio.

En ese momento sabes que, por mucho que invoques a Dios y a Lucifer —o a cualquier deidad de guardia—, nada moverá al tráfico para que vaya más rápido. Si no es por esto, igual el chofer de tu minibús se tardaría tratando de tentar pasajeros y, cuando estás en auto, te tardas mientras consideras romper dos o tres leyes de tráfico, consciente de que, si te pilla un paco, igual lo puedes coimear, pero, con la crisis, 50 pesitos son la diferencia entre comer huevo en la semana o no. Entonces te resignas, suspiras y piensas o dices: “así nomás es”.

Ese es un resumen paceño. Vivir en la sede de gobierno es así: una serie de situaciones y sucesos que te hacen suspirar y decir “así nomás es”, mientras buscas estrategias para seguir con tu vida y con tu día pese a todo, pese a La Paz con sus embotellamientos, sus oficinas públicas, sus sindicatos-mafia, su gente acostumbrada al desastre.

Y entre los muchos resúmenes paceños que existen, uno de los mejores, un nuevo clásico me atrevo a decir, es la novela Hasta que el río aclare de Diego Mattos.

Resumen paceño

Hubo un tiempo en que la literatura boliviana estaba obsesionada con La Paz, más que nada con esa La Paz bohemia y ófrica que tantos aspirantes a Saenz creían ver. Y, claro, salieron cosas interesantes, pero entonces el resto del país dijo: “ya basta de La Paz” y se dedicaron a retratar la identidad indígena o ciudades que se parecen más a Santa Cruz, Cochabamba y El Alto, pero no La Paz, porque ya basta de La Paz, porque ya se dijo todo sobre La Paz y ya no nos interesa La Paz a menos que vivamos en La Paz. Y a veces ni eso.

Entonces aparece Diego Mattos, autor de La villa, novela en la que ya mostraba su talento como narrador que sabe captar el espíritu de esta ciudad altiplánica en una historia agridulce en la que podemos vernos reflejados. Tanto paceños como bolivianos.

Varias novelas después, específicamente en 2024, Mattos publicó Hasta que el río aclare, en la que seguimos a Mauricio Antezana, un joven ingeniero que, por motivos de trabajo, debe sumergirse en las entrañas de La Paz junto a los Tres, un grupo élite de obreros municipales que conocen muy bien el intrincado embovedado que yace debajo de las calles paceñas. Y es que esta ciudad está construida sobre cientos de ríos que, en la oscuridad, se mueven, literalmente, y generan un laberinto del que resulta difícil salir. Eso, junto al clima impredecible son la combinación perfecta para el inicio del desastre.

Con capítulos cortos a lo largo de 291 páginas, Mattos logra adentrarnos en la vida de sus personajes, nos los muestra a lo largo de un solo día, en una situación crítica, y nos encariña con ellos, pese a que no necesariamente hagan algo entrañable. Son ocho o nueve personas teniendo un mal día en La Paz, cuatro de ellos en las entrañas de la ciudad, viviendo una surreal experiencia mientras se abren paso entre los embovedados y cuevas por las que pasan los marrones y hediondos ríos paceños. Son un grupo de gente al que nos sentimos cercanos porque, además de ser personajes tan sencillos como complejos, se sienten reales.

Son gente que, como nosotros, cada día del año, tienen que enfrentarse a su ciudad y sobrevivirla. A veces figurativamente y otras veces de forma literal.

Mattos logra retratar tan bien a La Paz y su gente que los momentos fantásticos de pronto se vuelven verosímiles. No es que no sean increíbles, sino que tienen sentido. Leemos en la trama cosas que suenan a leyenda, a magia, pero resuenan en nosotros como algo real, algo que vimos y vivimos como paceños. Esa es la maestría de Mattos: una escritura tan asertiva que hace lo imposible verosímil en una trama tan humana que se siente como una anécdota, como algo que le pasó a un amigo o al amigo de un amigo y que te puede pasar a ti, si no tienes cuidado, porque vives en La Paz y vivir en La Paz es aceptar que para soportar lo terrible hay que aceptar lo fantástico, mirar a los ojos a lo imposible, suspirar “así nomás es”, y seguir caminando.

Burocracia e idiosincrasia

Sí, Hasta que el río aclare es un resumen paceño, pero tiene cosas tan brillantes que, además de retratar la experiencia de vivir en la sede de gobierno, logra también retratar mucho de la idiosincrasia boliviana, especialmente en el fragmento incluido al inicio de este texto, un diálogo que se da en un momento de mucha angustia, en la que un grupo de personajes están tratando de pensar con lógica y coherencia, con la esperanza de que la crisis que enfrentan se solucione, conscientes de que en este país siempre hay un “pero”.

Cualquiera que haya tratado de hacer un trámite, o tenga cualquier tipo de asunto que resolver con alguna institución pública, lo sabe. Siempre hay un “pero” que te obliga a suspirar “así nomás es”, en un laberinto de trámites y procesos que se sienten como un río marrón lleno de heces que tienes que recorrer esperando que suceda lo imposible, tal como le pasa al protagonista de Hasta que el río aclare. Eso es lo otro que resuena. Porque si no eres paceño y no te afectan en lo más mínimo las referencias a lo que es vivir en esta ciudad, vaya que te resonará todo ese otro aspecto de la novela, el que retrata nuestras burocracias e idiosincrasias, aquellas que proliferan en un país de (casi) nula institucionalidad.

Esto se ve, dentro de la novela, tanto en la subtrama de Daniel Casas haciendo las gestiones para sacar a Mauricio Antezana y los Tres del mundo de ríos de mierda subterránea en el que están perdidos, pero también en cómo estos Tres, veteranos de recorrer el laberinto de embovedados, ven como normal todo lo fantástico que Antezana apenas puede creer. El viaje del protagonista es, básicamente, aceptar que ahí abajo la lógica no aplica, lo mágico es normal, que tiene que dejar de discutir y aceptar que así nomás son las cosas y, para sobrevivir, tiene que tragarse la frustración, hacer lo irracional y dejar de esperar que las cosas tengan sentido.

¿Alguna vez tuviste que hacer trámites en Impuestos o Derechos Reales? Igualito. Pero subterráneo.

Seguir caminando

Hasta que el río aclare es una novela con prosa que no se complica. Narra sin crear confusiones, describe sin ponerse pesada y, progresivamente, nos va presentando detalles más y más complejos y fantásticos, de tal forma que leerla también se siente como un viaje.

Entonces, es sencilla de leer, pero no me atrevo a decir que es sencilla de digerir. Y no solo por todos esos momentos en que nos imaginamos lo que sería estar encerrados en esos embovedados con el olor violando nuestras narices y la sensación de trocitos de algo que no quieres reconocer chocando contra tus pies empapados, sino también porque la trama y el estilo de esta novela nos acerca a nuestra realidad a través de lo fantástico y se queda hasta mucho después de haberla terminado. Si vives en La Paz, la piensas cada día; si tienes un trámite pendiente, no dejas de pensar en ella durante todo el proceso; días después, tal vez incluso meses, te pasa algo que te hace pensar en los momentos finales de la misma, en el significado de todo lo que Antezana ve mientras sigue el río, esperando a que aclare, en el destino de todos esos personajes que podrían ser tú, con el miedo secreto de que, efectivamente, mañana, cuando salgas a la calle a enfrentar bloqueos y marchas, cuando vayas a hacer un trámite, cuando hagas cola para la gasolina, seas tú.

Inolvidable, entretenido, agridulce y lleno de dimensiones, así es el libro que escribió Diego Mattos, un nuevo clásico que todo boliviano tiene que leer para sentirse menos solo, menos loco y menos atribulado con el hecho de que La Paz y Bolivia son como son. Un libro que nos ayuda a entender, aceptar y hasta disfrutar que este es el país del “siempre hay un pero” y que, para no morir de frustración, solo queda suspirar “así nomás es” y seguir caminando hasta que el río aclare.

Fuente: Revista La Trini