03/18/2009 por Marcelo Paz Soldan
OJO DE VIDRIO

OJO DE VIDRIO

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El gurú Cortázar
Por: Ramón Rocha Monroy

Es inevitable recordarlo desde el primer gesto del día. Me despierto y trato de ubicarme: dónde estoy, qué hora es, de qué día. Vienen las coordenadas salvadoras y me desperezo tranquilo. Me miro al espejo así como me levanté, gran ejercicio de autocrítica, y tomo el tubo del
dentífrico. Entonces aparece de nuevo, como si me dijera: “Si apretás el tubo desde abajo sos un fama.” Recuerdo entonces aquella mañana junto a la mujer que amaba y el regocijo de que fuera domingo y la luz de un día hermoso que se anunciaba con un rojo amanecer.¿Por qué en ese momento no tomé luego el tubo de dentífrico y lo apreté con todas mis fuerzas, viendo esa viborita blanca que caía desde la ventana que abrí al patio? Claro, porque hay sospechas de que soy fama y no cronopio.
Salgo en bicicleta antes de que salga el sol. Los canillitas me conocen y se cruzan llevando torres de periódicos. Nos saludamos de bici a bici. Es domingo y voy al centro. De pronto me pregunto por qué por la ruta consabida, por qué respetar el sentido de la calle, por qué no invertir las rutas y dibujar la ciudad en sentido contrario.
Llego a la Plaza 14 contraflecha y doy dos vueltas, contraflecha. En esa dirección, la ciudad no es la misma y va cambiando de sentido a medida que me acerco a La Cancha, a San Antonio, a la vieja Estación. ¿Qué pasa? Todo está vacío, no hay coches. Ah, es domingo de referéndum. Paso junto al Mercado Paceño y está desierto. ¿Por qué no me animé a recorrerlo en bici? Me pasé ya una cuadra pero vuelvo atrás y enfilo por esos callejones estrechos. Qué sensación extraña la de recorrer la fila de casetas, todas cerradas, sin un solo cliente ni vendedor. Qué maravilloso internarme en sus laberintos y de pronto imaginar situaciones: doblo a la izquierda por el callejón interminable y desemboco en otra ciudad, otro país, en otra orilla de los mares. Hay una estación del Metro llena de gente y no sé cómo volver a Cochabamba.
Siento que sigo amando a esa mujer que me acompañó en mis días y quiero encontrarla. Me sé de memoria su número de teléfono pero me detengo con el celular a punto. ¿No será mejor esperar a que la telaraña del azar nos junte de nuevo? Quizá el mejor camino para retornar a su corazón sea no buscarla en absoluto, deambular por ahí.
Tal vez me acerque un día, en una plazuela, mientras contemplo absorto las babas del diablo, papando moscas, y me pida fuego.
Busco días y días mi título de abogado y no lo encuentro. De pronto veo un tubo de cartón y se me enciende la memoria. ¿No estará enrollado ahí? ¿Pero cómo es posible que haya olvidado a tal punto que soy abogado, que fui profesor de la universidad, que varios alumnos míos son hoy personas de respeto? Sonrío al pensar que cada vez que los encuentro les digo: Hola Doctor, y ellos me contestan: Qué tal Ramón. ¿Por qué no me dicen también Doctor?
Será que ya en mis días de egreso se me aparecía el gurú y me decía:
¿Qué querés ser, un señorón, un gordo calvo y respetable? Pienso que sí, que pude haber sido eso: un ciudadano convencional, acomodado, dispéptico, socio del Country, con una mujer cuya imagen es habitual en Sociales, pero el gurú me sugirió otra cosa: Vos no naciste para esto, vos no sos utilitario, haceme el favor. ¿Por qué no hacés ch’akigramas? Dedicate a cronista gastronómico. Manejá bicicleta. Y, sobre todo, quemá esas corbatas.
Fuente: Ecdótica