10/02/2012 por Marcelo Paz Soldan
No hay camino, se hace camino al leer

No hay camino, se hace camino al leer


No hay camino, se hace camino al leer
Por: Ru­bén Var­gas

Luis H. Antezana J. es un lector. Un lector que escribe. Un lector que escribe sobre sus lecturas. Ésta podría ser, más allá de cualquier aparente juego de palabras, la ecuación que puede explicar el contenido de sus “Ensayos escogidos”, un volumen de casi 700 páginas publicado por Plural Editores que recoge (o más bien escoge) parte de su trabajo entre 1976 y 2010. Más de 30 años de leer y escribir.
¿Cuál es el objeto de las lecturas de Antezana? Sobre todo, pero no exclusivamente, la literatura boliviana. En todo caso, en esta reunión de ensayos, la literatura boliviana es el objeto privilegiado. Pero también están presentes otros objetos de lectura: otras literaturas, como Pessoa (él solito es toda una literatura), otras pasiones como el fútbol (“Un pajarillo llamado Mané”, un homenaje a Garrincha) o ciertas zonas de la ciencias sociales (“Sistema y proceso ideológicos en Bolivia, 1935-1979”, por ejemplo, o “El blues de la escalera”, sobre la Gramática de la multitud de P. Virilio). Pero Ensayos escogidos es, sobre todo, un libro sobre nuestra literatura.
Clásicos
“Alguna vez, allá por el cambio de milenio, tuve la tentación de escribir un libro sobre las obras de la literatura boliviana, que, a mi entender, no habría que dejar de leer, obras que podían ser tan gratificantes como las de cualquier otra literatura…”, escribe Antezana al inicio de las “Posdatas” que a manera de epílogo cierran su libro. Esa tentación o deseo (la literatura, ya se sabe, se mueve por el deseo) para seguir siendo tal no debe cumplirse, debe ser una permanente postergación. Antezana, evidentemente, no escribió ese libro… pero en cambio reunió estos ensayos que en más de un sentido apuntan a lo mismo: “análisis o comentarios”, dice él mismo, “sobre las obras que yo recomendaría no dejar de leer…”
No hay que darle muchas vueltas para saber que las obras que “no hay que dejar de leer” son, en cualquier literatura, los clásicos. Borges decía medio en broma que un clásico es un libro cuyo reconocimiento y prestigio nos eximen de su lectura. Pero también decía que un clásico es un libro al que nos acercamos con previo fervor. ¿Cuáles son los clásicos de la literatura boliviana? Antezana no utiliza la palabra y en sus análisis se cuida de establecer jerarquías, no le interesa; lo suyo no es dictaminar sino, sobre todo –él mismo reconoce el temperamento dominante de su escritura–, describir y analizar. Lo que hay para él son, quizás, autores inagotables, en el sentido de que a ellos se puede volver provechosamente una y otra vez: autores a los que hay que leer y releer. Y hay escritores a los que Antezana regresa una y otra vez. Basta recorrer el índice de estos Ensayos escogidos para identificar a algunos de ellos: Carlos Medinaceli, Óscar Cerruto, Jaime Saenz
Uno de los primeros textos de la compilación está dedicado a la novela de Medinaceli (“Retorno y dispersión en La Chaskañawi”). Y más tarde, Antezana regresa a este autor (“Notas al epistolario de Carlos Medinaceli: Carencia, rebeldía y nomadismo”). En el caso de Cerruto, Antezana se ha ocupado, en diversos momentos, de su poesía (“Sobre Estrella segregada”), de su novela (“Apuntes sobre la naturaleza y la historia en Aluvión de fuego”) y de su libro de cuentos (“Sobre Cerco de penumbras”). Es decir, ha leído (y ha escrito sobre) todo Cerruto. La obra de Saenz es otra recurrencia en sus lecturas: el ensayo “Hacer y cuidar” sigue siendo la mejor (es decir, la más explicativa, la más sugerente) aproximación a la manera cómo funciona el sistema poético saenziano. Apenas salió de la imprenta en 1979, Antezana escribió “Felipe Delgado de Jaime Saenz”), y a este autor regresa años más tarde a propósito de la traducción de La noche al inglés en un ensayo de título celinesco: “Viaje al fondo de la noche”. (Hay más textos de Antezana sobre o que implican a Saenz, como la “Poética del saco del aparapita” que no ha sido recogido en estos “Ensayos escogidos”).
En este trío de autores (que no hay que dejar de leer), sospecho que Antezana también entrevé tres tipos de escritor, aunque en sus ensayos no explicita estas dimensiones porque lo que él lee con todo rigor y método son textos no escritores. Habida cuenta de que se trata de nuestros clásicos, quizás podría decirse, precisamente a la luz de las sugerencias de las lecturas que les dedica Antezana, que Medinaceli es un escritor trágico, en el sentido de que cumple un destino; Cerruto es, por supuesto, en persona y en obra un escritor clásico; y Saenz un escritor romántico.
Márgenes
El criterio de organización de estos “Ensayos escogidos” es cronológico: comienzan con “Sobre Estrella segregada” fechado en 1976 y terminan con “Emeterio Villamil de Rada” de 2010. El volumen tiene a manera de prólogo una “Invitación a la lectura” de Mauricio Souza Crespo, que cumple de manera muy pertinente y grata una tarea compleja: introducir al lector en las coordenadas de una aventura intelectual, la obra de Antezana, marcada por el rigor pero también por la generosidad. El volumen se cierra con una serie de “Posdatas” que Antezana escribió con un objetivo editorial práctico: dar un mínimo contexto a la escritura de cada uno de los ensayos (sus motivaciones, sus circunstancias, sus posibles relaciones con otros textos) y, cuando amerita, actualizar sus alcances con otros datos o ideas.
Pero esas “Posdatas” son también, a su modo, un ejercicio de escritura al margen de los ensayos. Y en ese margen se hace evidente una de las dimensiones más vitales de la manera cómo Antezana comprende la literatura: es, ante todo, un diálogo. De ahí que el tono de esas “Posdatas” sea en cierta medida narrativo. Después de todo se trata de contarle al lector cómo, cuándo y por qué escribió tal o cual ensayo y qué piensa ahora de él. Contarle también (pasión fetichista de todo verdadero lector) cómo llegó a sus manos tal o cual libro (por ejemplo, la primera e inencontrable edición de Aluvión de fuego impresa en Chile en 1936). O en qué circunstancias conoció, por ejemplo, a Cerruto (en la Cancillería, donde éste trabajaba y donde sostenían largas charlas), a Saenz (en los Talleres Krupp, en los que no faltaba alguna noche el rito del juego de la generala) o a Jorge Suárez, el autor de “El otro gallo”. Así, al trazo de sus lecturas que son sus ensayos, Antezana, discreta pero muy vivamente, suma también otro trazo, la huella de su propia escritura, la huella de su ser (él seguramente no lo aceptaría) escritor.
Recopilar
Los ensayos recogidos en este libro abarcan un período largo y de conjunto logran mostrar los intereses de Antezana, sus modos de lectura y también el curso de su propia escritura, es decir, sus constantes y sus variaciones. Así, por ejemplo, es notable en sus primeros ensayos la focalización detallada en una obra (Tirinea de Urzagasti, por ejemplo, o El otro gallo de Suárez); en otro momento, es visible la articulación más ensayística de tópicos que le permiten abarcar obras muy distintas y distantes (“El tropo de las lavanderas”); en otros una escritura más cercana a los recursos de la ficción para dar cuenta de algún autor (“Emeterio Villamil de Rada”). En suma, los Ensayos escogidos de Antezana tienen muchas puertas de entrada. Ahora le toca al lector tocar cualquiera de ellas.
Fuente: Lecturas