02/23/2017 por Marcelo Paz Soldan
La materia del compilador

La materia del compilador


La materia del compilador
Por: Daniel Averanga Montiel

¿Qué habrán pensado Borges, Bioy Cásares y Ocampo al terminar de compilar aquella gran antología que implicaba lo mejor, según ellos, de la literatura fantástica (hasta ese momento)? ¿Y Kurt Singer, un compilador de cuentos de misterio y horror, qué habrá tenido en la cabeza cuando inició su carrera, con “Horror Bus”? ¿Hitchcock tuvo que aprender de etiqueta y protocolo (o a tratar de ser cordial con la gente, cosa imposible de creer) para contactarse con los autores de la época y así agrupar sus antologías de cuentos de misterio y horror? ¿Es válido hacer antologías, a fin de socializar algo al mundo que no sea el mero afán de figurar como “compilador”?
Pues Borges, Bioy Cásares y Ocampo no hicieron mucho ruido al momento de la socialización de su antología fantástica; es más, Ocampo se molestó con un entrevistador, cuando este insistió que le contara sobre los detalles de la misma; Kurt Singer sacó muchas compilaciones, y dejó de llamarlas “antologías” por una pelea que tuvo con uno de los editores “pulp” de la época; Hitchcock fue obligado a contratar agentes literarios para conseguir los cuentos que fueron incluidos en sus compilaciones, y aquellos agentes fueron incluidos específicamente en los créditos; cuando les preguntaron a Agustí Bartra y a Marvin Kaye sobre sus trabajos como compiladores para dos de las antologías mejor elaboradas del género del terror existentes (“Relatos maestros de terror y misterio” de Bartra, y “Antología del terror” de Kaye), ambos respondieron, separados por el tiempo y por los contextos de sus épocas y sus propias coyunturas, que ellos eran “instrumentos del oficio”, ni siquiera “compiladores”, porque ese poder de denominación lo establecerían los lectores con el tiempo, y no ellos mismos.
En fin, ser compilador va más allá del mero guiño de victimismo para que “te publiquen”; si bien Hitchcock nunca puso en las tapas de sus antologías como co-compiladores a los agentes literarios que explotaba, ¡era Hitchcock quien lo hacía, no cualquiera!; él sabía lo que valía que su apellido coronara la tapa de un libro… El apellido “Hitchcock” significaba esfuerzo cinematográfico, recorrido profesional, fama, misterio y, además, ganancias por el éxito de su reputación. Obviamente sus agentes literarios estaban en los créditos, porque Hitchcock era un egocéntrico de primera, pero era también un artista inteligente, y por ende no debía molestarse como niño al momento de enfrentar ideas y reconocer esfuerzos. Ocampo aseguraba, en una carta a uno de los otros escritores de su época, que la antología que había constituido con Borges y Bioy Cásares era resultado de un juego y nada más, que ella tenía sus propios trabajos para defenderse y que si bien esa antología tenía sus propios aportes, no había accedido a ese trabajo “para figurar”.
Hacer una compilación no implica enarbolar la presencia de uno mismo para la sociedad, sino el posibilitar un medio para socializar la sanidad de la narrativa desde los autores que están ahí, algunas veces visibles, otras veces ocultos y hasta en poquísimas ocasiones invisibles; es correr el riesgo de la indiferencia absoluta a pesar de la excelente calidad que uno pueda ofrecer con los trabajos que compile (del transitivo “compilar”: que significa “reunir”, “juntar”, “recolectar”, y que significa un compromiso del que lo hace a realizar un conjunto desde la misma convocatoria, hasta el cuidado de edición)… Pero también involucra el conocer autores, calar en ellos y tener la paciencia debida para convencerlos.
Por ello, hacer una antología en Bolivia, y más que todo, sobre una temática o un género en particular, es trabajo difícil. Si no, pregúntenle a Manuel Vargas, a César Verduguez, a Rodrigo Antezana Patton… y lean los apuntes de Antonio Paredes Candia (él era compilador de las narraciones orales) sobre sus obras multifacéticas y culturales.
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Le preguntan a Trump, en una entrevista de 2016, cuando aún postulaba a la presidencia, «¿Qué sacrificios realizó para que Norteamérica fuera “grande otra vez”?», Trump responde que tuvo mucho éxito con sus empresas. Le preguntan a Leonel Fransezze por facebook ¿qué de especial tienen las obras que lanzan al estilo Broadway en La Paz?, y él responde que todos los de su grupo teatral se “sacrifican”; acá hay dos percepciones erróneas: sacrificio no es tener éxito, y tener éxito no es necesariamente a costa del sacrificio que uno pueda proporcionar.
En este caso en específico, “proporcionar” significará publicar.
Una “compilación” es reunir trabajos y ordenarlos como si fueran piezas de un collage intrínseco y con ello, darle una “forma” a la forma general de lo que se quiere transmitir. Una “antología” significa reunir lo mejor de lo mejor… Y esto hace más peliagudo el entender ambas palabras dentro de un trabajo literario.
A nadie le importa que quien pretenda proporcionar arte (sea una antología o no) «se haya sacrificado para ello», o que su éxito se deba solamente a un talento genuino y en apariencia primigenio, inesperadamente aparecido gracias a las redes sociales: el producto está ahí, y si vale la pena, eso lo decidirá el tiempo.
Esto me lleva a analizar la tendencia de los círculos sociales que de improviso aseguran que cierta compilación es buena, o que cierta antología es única, y hacen una promoción desde donde sea y a riesgo de tomar al público como compradores impulsivos.
Compilar es un trabajo duro, pues nadie te asegura que los autores a quienes convocas, te entregarán sus reliquias; pero también eso es innecesario. La meta no es hacerlo pensando en si te venderá o no, sino si vale la pena, literariamente, aquel esfuerzo.
Hay una anécdota curiosa, encontrada en una de las revistas de Selecciones del Reader´s Digest de finales de los setenta: Hitchcock quería sacar una antología de verdad inquietante para el público lector norteamericano. Reunió a varios de los autores, gracias, como se dijo ya, a terceras personas. Los presionó al extremo de hacer renunciar a tres de los cinco agentes que trabajaban para él Cuando le tocó a uno de los agentes contactar a Richard Matheson para que aportara con un cuento (Lemmings), Matheson se sorprendió por no ser contactado personalmente por Hitchcock. El agente, que renunciaría a esta empresa por este percance, aseguró que «Míster Alfred está ocupado». Matheson dio aquel tan buen cuento, que ya había sido publicado en otra antología, organizada por Forrest J. Ackerman (el hombre sci-fi), un par de meses antes (la antología de Ackerman no tuvo tanto éxito, todo hay que decirlo). Al enterarse de esto, Hitchcock armó un lío al agente en cuestión, lo despidió e inmediatamente llamó a Matheson, dispuesto a llamarlo «Traidor» y «Miserable», por estar aportando con un mismo cuento a dos antologías tan distintas.
Matheson alzó el tubo del teléfono y escuchó las acusaciones del director; le dijo que, lamentablemente y por el momento, era el único cuento que tendría disponible para «Prohibido a los nerviosos» (1976), antología que al final sería dispar en la carrera “literaria” de Hitchcock.
«Un compilador no debiera actuar así; mejor siga en el mundo del cine», le dijo Matheson a Hitchcock por teléfono, y colgó.
Matheson seguiría escribiendo guiones unos años más, y Hitchcock moriría cuatro años más tarde.
La materia del compilador, aquella que es imposible de adivinar, está hecha de lo que Matheson afirmaba, no tenía ni tuvo nunca Hitchcock.

Fuente: Puño y Letra