11/03/2011 por Marcelo Paz Soldan
Ensayo sobre Cinco de Rodrigo Hasbún

Ensayo sobre Cinco de Rodrigo Hasbún


Esos delicados cinco momentos: Cinco de Rodrigo Hasbún
Por: Irina Soto Mejía

Cuando las personas más comunes son las más crueles, por su inocencia. Eso fue lo que pensé la primera vez que leí Cinco de Rodrigo Hasbún. Lo que más disfruto siempre que releo este libro es esa sensación de leer verdades en medio de tanta ficción, encontrarme con las mentiras más sinceras: y creerlas.
En tanto que la mayoría de los escritores de cuentos se esfuerzan por crear un ambiente, alimentar una ficción y vestir a una trama con descripciones de paisajes y el físico de los personajes, valiéndose de demasiados ‘adornos’ que más bien distraen, Hasbún se esfuerza por desnudar esos ambientes con un mecanismo contundente: restarle importancia a lo externo para irse a los hechos, a la carne, a las emociones que nos persiguen, a eso que está dentro de nosotros y siempre hemos deseado olvidar. El talento de Hasbún es hacernos sentir a gusto recorriendo un camino escampado, árido, seco y directo donde cada palabra está bien puesta.
Empezando
Primero lo primero: conocí este libro en marzo de 2011, y disfruté mucho leyéndolo de un tirón… apenas lo terminé, lo presté, y regresó a mis manos hace no mucho tiempo para releerlo con calma, marcar mis pasajes favoritos y escribir este artículo (que venía rondándome la cabeza desde hace mucho tiempo).
Cuando recomendé el libro, lo describí como: “un libro que no es pretencioso, y es muy íntimo”. Dije que lo que más me gusta de los cuentos que componen Cinco es que los personajes no son malvados, ni son héroes, sino personas bastante normales, que terminan haciendo cosas que -a mi juicio- a veces resultan crueles, pero que pareciera que es casi por inocencia… Como cuando sin querer se hace caer un nido de un árbol, alguien rescata al pajarito en la calle, un mes después olvida la jaula en el jardín, y el ave muere congelada.
Después de mis experiencias con el arte y artistas de Cochabamba, debo decir que la mayor virtud de Cinco es que nos encontramos frente a un libro (y a un autor) sin engreimientos. Este libro es un conjunto de cinco cuentos repartidos en 118 páginas que no hacen más que reflejar la vida cotidiana de quienes son dueños- y de quienes no- de una sensibilidad un poco más aguda de lo normal, de personas a quienes la vida les duele un poquito más de lo normal, sin que Hasbún haga demasiado aspaviento al presentárnoslos.
En fin, el mayor mérito de esas historias es que cada una de ellas gira en torno a acontecimientos no trascendentales, en un lenguaje sin preciosismos, y tramas sin vueltas… historias que no buscan entretener con ludicismos ni formas caprichosas. No, no, no: Hasbún no nos subestima, no nos va a distraer con luces de colores mientras escarba en nuestras heridas: él escribe sobre nosotros, desde sí mismo, sin la mínima piedad.
Carretera
El primer cuento es “Carretera”, que tiene en su currículum el haber sido finalista del Franz Tamayo 2004. Un narrador en tercera persona se encarga de contarnos una historia que bien puede rememorar a ‘Los Viejos’ (película guionizada por Hasbún), narrando esos amores entre primos (que todos conocemos de forma directa o indirecta), pero con una excepción importante: aquí el amor es unilateral, el ‘one sided love’ que todos hemos conocido, que conocemos y conoceremos… esa verdad que todos los que han sobrevivido a la catástrofe del amor saben.
Toño, el protagonista de la historia, habla siempre desde un lugar lleno de recuerdos, lleno de disconformidades, desde un estado que no le hace ni agradable ni desagradable, él es simplemente un sobreviviente que cuenta su historia, sobre lo que él mismo describe como: “… la visión o el relato del amor o de lo que en algún momento pudo serlo” (p. 7). Toño nos habla de una historia que nunca fue, que fue desde su perspectiva, pero que jamás fue una posibilidad para Ana.
“Casa dejó de existir. Casa todavía no se había terminado de pagar y fue embargada. Casa fue derruida y construyeron en su lugar un edificio muy alto (p. 10)”… Toño estuvo presente durante el fin de su hogar, pero al mismo tiempo, evidencia que huyó antes de ver el final similar que hubiera tenido su historia de experimentación con Ana: Toño jamás destruyó la imagen de Ana, nunca construyó algo en su lugar. Ni siquiera supo que había pasado con ella después que la familia descubriera el incesto, sino hasta el día del reencuentro: la boda de Ana.
En “Carretera”, se puede leer esa historia que todos tuvimos, ese primer amor que -prohibido o no- jamás pudo llegar a ser. Ese reencuentro con el primer amor que -nos haya amado o no- siempre está ahí… Hasbún nos dice, sin el menor temor a herirnos, que eso que creíamos que era tan significativo: “Nunca se trató de nada. Sólo de jugar. De pasarla bien juntos. De quererse inofensivamente y sin futuro. De ayudarse el uno al otro a descubrir las minucias del placer sexual. Era mucho, pero nada más” (p. 18-19). Era esa carretera que no llevaba a ninguna parte, que fue, y nada más.
Una de mis frases favoritas es una de esas que Hasbún siempre regala con su tajante sinceridad: “Su padre tampoco había estudiado y se las arregló bastante bien. El mundo, más que de profesionales, necesitaba de los otros, gente que estuviera dispuesta a hacerlo todo y a cobrar menos de lo estipulado” (p. 12). Amén.
Álbum
La idea de un álbum es guardar fotos. La idea es abrirlo, dentro de un tiempo, y comparar el registro de ese pasado con el de este presente. Rodrigo Hasbún nos permite entrar en su propio “Álbum” a través de este cuento.
El cuento número dos de Cinco está escrito en forma de bitácora, con fechas que encabezan cada escena de la relación entre Alejandra y Rodrigo. Sí, Rodrigo.
El desarrollo de la historia abarca unas 3 semanas, desde un sábado en el departamento hasta un viernes en el mismo lugar. A través de las escenas descritas, Hasbún nos regala una historia de decepción a la que no se regresa, ya que nunca se regresa a cierta clase de inocencia.
Durante varios momentos del relato, Alejandra desea que le tomen fotografías, sólo para tener un registro de ese momento, una evidencia de algo que pasó, que está sucediendo en ese mismo instante, pero está difuso… una evidencia de los recuerdos que va creando con –aunque no siempre junto a- Rodrigo.
La historia contiene sucesivas de decepciones. Primero, cuando Alejandra se da cuenta que: “Es sábado. Su hermana y el novio de su hermana hacen la siesta en el dormitorio contiguo al suyo, el departamento permanece silencioso, la gente de su ciudad descansa. Él, el hombre que ha hecho tanto daño y tanto bien, debería estar con ella, haciendo la siesta también” (p. 24), pero no está, y en el fondo, ella sabe que nunca estará.
Otra decepción es la evidente ausencia de expectativas. Alejandra nos lleva a esa miseria de no amar, ni necesitar, de no esperar nada: “Se pone nerviosa, no sabe qué hacer, debería vestirse rápido, asomarse a la ventana, ver quién es, ver si es él, probablemente es él, aburrido, con ganas de sexo y su excusa habitual de recompensa, un recorte de periódico, un helado, una película (…) No la besa en la boca, no le dice que está linda o que ha estado pensando en ella. Esta vez ni siquiera trae una excusa para su visita supuestamente inesperada” (p- 24-25).
Es entonces cuando se vislumbra la posibilidad de convertir a las fotos del presente en una memoria del pasado: la solución es irse. La huída es uno de los lugares comunes en la narrativa de Hasbún (no por nada, un cuento suyo que se ha difundido por Internet titula “Huída”). Alejandra, al igual que otros personajes de Hasbún, desea irse, regresar, o no, en muchos años y conocer las marcas apenas detectables que deja el tiempo cuando interfiere en las personas… Tener menos tiempo de vida en el ‘aquí’, pero más experiencia: esa posibilidad de aprender. “Tiene veintidós años, no se siente en control de sí misma, está pensando en irse a vivir al exterior. Lo haré, se dice una y otra vez, en voz baja, como si oírse a sí misma dotara a su deseo de mayor realidad” (p. 25).
La Alejandra que Hasbún nos presenta comete, casi siempre, el peor de los pecados, y al mismo tiempo, la mejor estrategia para la decepción: la comparación. “Su hermana y el novio de su hermana se quieren. A mí me gustaría llevar ese tipo de vida de pareja, piensa en el baño (…) Él ni la besa. Su presencia, haber aparecido, ya es suficiente o eso debe creer. Ella lo cree. No exige más” (p. 26).
Los momentos que van componiendo este álbum tienen algunos guiños que pueden llevar a pensar que ese Rodrigo es Hasbún. Este código que el autor introduce, pasa a ser un elemento que suma una suerte de morbo en la lectura de los cuentos posteriores. El Rodrigo de Alejandra es escritor: “¿Cómo te fue ayer?, pregunta. Mal, responde él, estuve sentado delante de la computadora y no salió nada” (p. 26) en otro momento Hasbún se arriesga un poco más, y regala un pensamiento que bien puede ser suyo, desde afuera: “Alejandra piensa: me molesta que escriba sobre nosotros sin nuestros nombres, que se oculte detrás de esos personajes. Que robe escenas de nuestra realidad y se las atribuya a sí mismo, a su imaginación. Alejandra está pensando en los últimos cuentos que Rodrigo le ha mostrado: en ellos aparecían los mismos personajes: Valeria y Pablo, una trasposición de ella y de él” (p. 39).
Hacia el final del cuento, las fotos del álbum que Hasbún ha ido sacando y no queremos mirar pueden ser de dos tipos: las que Alejandra rompe, porque le harán recordar mucho, o las que tomará para guardar y mostrarse cada tanto. “Si supieras que dentro de unos días te vas a ir de viaje y no vas a volver en mucho tiempo, en décadas, digamos, qué fotos te harían más recuerdo a lo que eres ahora, a tu vida actual” (p. 40).
Las últimas escenas evidencian la capacidad de Hasbún para redactar diálogos ágiles o letárgicos, pero fluidos. Alejandra siempre está pensando algo, y esas ideas están plasmadas en el texto con una impecable destilación de palabras.
Una de las últimas frases de Alejandra le da un cierre al primer cuento, a esa idea del primer amor que no sana, que siempre sangra: “Luego recordarás estos días como los mejores de tu vida, piensa Alejandra. Te conoces, sabes que querrás volver. Pero ya no podrás. Volver ya no será posible en cuanto compres el pasaje, en cuanto subas al avión. Sufrirás menos, es cierto. Pero nunca lograrás ser tan feliz. Tampoco lograrás amar a nadie tanto. El final de la violencia y el final del amor, piensa Alejandra, echada en su cama. La resignación, ser como las demás. Curarse, superar el primer amor, lamer las heridas hasta que cicatrizan. Huir” (p. 42).
Sin duda, “Álbum” es uno de mis favoritos, mi segundo predilecto después del cuento número cinco de Cinco, que está estrechamente ligado con esta ficción ¿biográfica? de Hasbún… Ambos son dos lugares en la vida de Rodrigo: “Los lugares antes de los lugares y después de los lugares, piensa. Los lugares invisibles, piensa. Y luego añorarás regresar y no se podrá” (p. 43).
Reunión
“Reunión” es la confirmación de la humildad en la escritura de Hasbún, y seguramente, el motivo por el que su escritura es tachada de simplista, ‘poco trascendental’ y ‘maleducada’.
(Cayendo en el pecado de la comparación), puedo afirmar con total seguridad que Hasbún no piensa vendernos historias inventadas, no se propone escribirnos ficciones bien narradas, ni historias fantásticas que nos alejen del peso de nuestras propias elecciones afectivas. Hasbún nos escribe de lo que tiene más a mano: él mismo, su propio universo, y lo que el mismo ha descrito como su ‘educación sentimental’.
Unas de las obsesiones personales que parecen perseguir a Rodrigo es el pasado y su encuentro con el presente, y “Reunión” es justamente eso: Una reunión de amigos carente de añoranzas, llena de una poética de nostalgia tan cruda, que resulta dulce, tierna: conmovedora.
El cuento comienza en un escenario que promete: “(…) el lugar más sucio en el que ha estado jamás, aunque en ese momento no pueda afirmarlo con tanta certeza (…)” (p. 45), una reunión que congrega a un grupo de amigos de la época del colegio, que ahora son viejos y celebran ese encuentro en un bar y luego en un putero, para pasar una noche sin excesos ‘demasiado excesivos’, que termina con una despedida carente de extrañamientos, de candores y lágrimas: “Ahí esperan taxis y se despiden como si fueran a verse al día siguiente, sin grandes sobresaltos ni demasiada emoción” (p. 55).
Durante la noche pasan cosas: desde la puta que trabaja para salvar la vida de uno de sus familiares, hasta el beso entre dos de los hombres del grupo: Andrade y Robinson.
Hasbún nos regala escenas, como fotografías, de momentos que seguramente alguna vez hemos vivido: esas reuniones que aunque congregan no re-unen. Esos rancios encuentros después de años que terminan en promesas de futuras rancias reuniones que en realidad no se concretarán, seguramente. “Les cuesta encontrar un taxi, amanecerá pronto, todos dormirán, no volverán a estar juntos hasta dentro de por lo menos un año, quizás más, quizás dos o tres, aunque prometan verse antes, aunque juren por su madre verse antes (…)” (p. 55).
Amanda
El penúltimo cuento de Cinco, responde a una premisa simple que es planteada por el mismo Hasbún: “¿Por qué llevaría una criada humilde un diario de su vida? ¿En qué detalles se detendría ella, dónde pondría el énfasis?” (p. 64).
El encanto de este cuento está en Amanda. La valentía de Hasbún es apropiarse de una realidad que no es suya –pero que al mismo tiempo lo es, por lo menos un poquito- y es preciso en su entrega. De nuevo, se percibe un pequeño guiño que puede hacer pensar que el narrador es el mismo Hasbún, pero esta vez, no comparte con nosotros las bitácoras de una mujer con quien ha compartido un pasado. Esta vez, comparte las bitácoras de Amanda: algunas entradas a un diario escritas a lo largo de nueve meses que relatan tragedias cotidianas, pero desde una perspectiva vacía de juicios, sin la menor intención de decirnos lo que está bien o mal, sin incitarnos al escándalo… todo lo que Hasbún parece desear es escribir sobre los dolores que han estado cerca suyo, y esta vez, le toca a Amanda.
Durante su ponencia en V Encuentro de Escritores Iberoamericanos, el mismo Hasbún indicó que una de sus costumbres desde la juventud es llevar un diario, y eso se repite en una de las frases del narrador de este cuento: “Llevo un diario hace por lo menos cuatro años. Registro mi vida ahí y a veces siento que vivo únicamente para luego registrar lo vivido. Dejar marcas, fotografías interiores, de palabras, para mí mismo, si llego a viejo, y quizás también para otros” (p. 64).
El diario de Amanda (en una suerte de transcripción que compone la segunda parte de las tres partes del cuento) es eso que Hasbún entiende por diario: un registro para comparar el presente con el futuro, si es que se llegará a ése. Amanda registra en la primera página: (…) fui a comprar un cuaderno para mi diario y otras cosas mas que necesitaba para contar tantas cosas que siempre me acuerdo del pueblo de todo lo que vivi (…)” (p. 67).
Las páginas escritas por Amanda relatan la crueldad con la que la alejan de su pueblo por enamorarse de su primo. Esa distancia física, se hace realmente tangible cuando ella se embaraza, y es devuelta a su casa… Entonces, la distancia física se rompe, pero la idealizada ya es infinita. Amanda retornará a casa: un lugar que ya no es claro… ¿su pueblo? ¿Su primo? ¿Cómo regresar a lugares que ya no existen?
“Amanda” es un cuento que nos lleva a entender más la literatura de Hasbún. Exhibe el ausente disimulo y ocultamiento en sus letras. Aquí Hasbún va más allá de mostrarse a sí mismo: se hace tan transparente, que nos deja ver la historia de Amanda.
Pareja en café o cama o calle, sobre fondo o gris
Como ya había sugerido antes, el cuento cinco de Cinco es una secuela de “Álbum”. De nuevo nos encontramos con Rodrigo, de nuevo la culpa, de nuevo las confesiones de un personaje que nos revela sus obsesiones y decepciones con el amor.
“Pareja en café…” no está escrita en forma de bitácora, pero sí en escenas. Cada una de ellas con un encabezamiento ordinal. 150 escenarios son descritos, sobre todo emocionalmente, para entregarnos la historia de Rodrigo: algunas referencias a Alejandra, pero sobre todo, al Rodrigo después de Alejandra, el nuevo Rodrigo, el Rodrigo con Mara, que es, en esencia, alguien que ama o cree amar.
Rodrigo y Mara: “Los privilegiados. Los que ven el mundo desde un lugar insospechado y fascinante y silencioso” (p. 83) quienes se conocen mientras estudian en el extranjero. Se descubren como esos seres especiales y comparten momentos a espaldas del novio de Mara. Ambos exploran procesos de escritura que se pueden espiar en algunas de las escenas, en ellas, hablan un poco sobre la relación, cada uno desde su lugar.
Rodrigo es quien más comparte su proceso de escritura, sus referencias, sus dolores y sus delirios, llegando incluso a hacer confesiones tontas como: “¿Puedo confesarte un secreto vergonzoso? ¿Qué no he dicho nunca a nadie? Pues claro. Pensé que era un genio. Hasta empleaba esa palabra, en privado, a solas” (p. 84).
Rodrigo y Mara se parecen un poco a Toño y Ana, protagonistas del primer cuento, quienes comparten un crecimiento –muy parecido al amor- que no los llevará a ninguna parte, aún cuando Rodrigo así lo desee, a pesar de su insistencia en la mentira de un amor sin culpas. Como en todos los cuentos de Hasbún: aquí no ha pasado nada… como lectores nos ha hecho sentir mucho, pero no ha pasado nada. El viaje ha sido interior, y todo lo que es exterior, nunca ha dejado su sitio.
Este cuento es una historia de amor, o por lo menos, lo que Hasbún nos plantea como ‘amor’… un sentimiento muy lejano a hacer del mundo un mejor lugar, lejos de los lugares comunes, lejos de idealizaciones: el amor que Rodrigo nos quiere hacer conocer es real, es el amor cotidiano, puesto en papel. Las dudas, los porqués y las sinrazones: “Piensa en ella. Piensa que talvez no la quiere tanto, o lo contrario, y ambas posibilidades le dan miedo” (p. 84). Ese miedo, en el café, cama o calle: ése es el regalo que nos hace Hasbún.
Como todo amor, el amor que Rodrigo experimenta ya tiene un final, incluso cuando no está terminado él se pregunta: “¿Cuándo terminara todo? ¿Los afectos ya empiezan a palidecer y difuminarse? ¿Por qué tiene esa impresión a veces? ¿La tiene ella?” (p. 98).
Más allá, está la aceptación: “No espero nada de ella. Simplemente le agradezco el cariño que ha aparecido entre nosotros. No quiero ni busco que crezca. Nada de recompensas o ilusión” (p. 103).
Rodrigo imagina el final de ese amor, lo vuelve literatura, lo encuentra en otros autores, lo explora, aún si saber con certeza si lo encontrará en otro lugar que no sea su realidad interna. “Nos volvemos importantes para alguien y luego dejamos de serlo, y dejar de serlo es tan doloroso que se nos ocurre que hubiera sido preferible no serlo nunca. Si vas a ponerle muebles a un cuarto vacío, luego no los quites” (p. 116).
Este cuento está lleno de pasajes que se leen como muy personales, demasiado. Deliciosas frases llenas de poesía seca, tosca, e hiriente. Frases que seguramente, muchos nos hemos repetido en la mente alguna vez.
Terminando
Hasbún es un escritor relativamente desconocido: no muchas ‘jóvenes promesas’ literarias locales lo conocen, y si lo conocen, es subestimado.
Talvez por eso, el autor que ha abierto puertas para escritores como Rodrigo, ha comentado Cinco, con una contundente recomendación: “Rodrigo Hasbún: recuerden este nombre. Si es verdad que en el principio está el final, entonces tenemos sobradas razones parta celebrar” (Edmundo Paz Soldán, contratapa de Cinco).
Alba Balderrama, a propósito de comentar la novela de Hasbún, El lugar del cuerpo, en el V Encuentro de Escritores Iberoamericanos, comentó su primer libro de cuentos: “Desde sus primeros cuentos publicados en “Cinco” podemos sentir el peso de su espalda, cuando narra acontecimientos desprovistos de acontecimientos y su mirada y lenguaje nos conduce a otros espacios y otros tiempos donde suceden las cosas”.
Ahora, habiendo comentado cinco de Cinco –cuentos de Hasbún- es sencillo asegurar, pero talvez no asimilar, que los temas recurrentes de Hasbún son siempre los viajes y sus finales… las prolongaciones dolorosas de esos finales: sus desencuentros, que en el fondo, son los nuestros. Por algo los lectores que seguimos su obra somos parecidos a él: autor, libro y lector, nos hemos encontrado.
Siempre que busco alguna novedad, algún indicio sobre el trabajo de Hasbún en la red, me encuentro frente a comentarios del tipo “sólo escribe pornografía”, “a hablar sobre masturbación le llamas literatura?”, “me gusta su cuento hasta que llega a la escena del sadomasoquismo, eso me pareció un mal chiste”.
Hasbún tiene defectores, esos contrarios que no disfrutan de lo que hace, y eso es una buena señal: nos encontramos frente a un autor que no es hipócrita, no quiere vender muchos libros y agradarnos, no le interesa gustar a todos, él no tiene como objetivo dejar una huella reconocible en el mundo. Hasbún sólo desea escribir. Quiere mostrarnos el mundo desde sus mundos. No quiere denunciar, no quiere hacernos mejores seres humanos. Representa a lo que él mismo describe como: “una generación de escritores dispersa, a una generación de escritores cuya genealogía se le escapa incluso a ella misma, a una generación que descree las fronteras bien delimitadas”, y que por eso, es tachada como débil.
Pero, au contraire: Hasbún es literatura para quienes son tan fuertes, que se reconocen capaces de todo y de nada: para quienes saben que en la vida existen ideas como el amor, el sexo, la muerte, los encuentros, los desencuentros, las nostalgias, y esos delicados momentos de goce pleno. Rodrigo sabe bien como conmover y perturbar, ser cruel y piadoso: nos llena de ideas, nos recuerda ideas, nos plantea ideas peligrosas que desencadenan emociones severas… leyéndolo no existe escape: porque todo lo que nos dice, queda en nuestro cuerpo.
Fuente: Ecdótica